Los últimos dos años de los 63 que tiene cumplidos, Silvia Aguilar se ha resguardado en casa, se ha vacunado cuatro veces contra covid-19, dos Pfizer y dos AstraZeneca, y sigue siendo en extremo cuidadosa: usa cubrebocas y lava la ropa que viste apenas llega a su casa. Por eso, cuando en abril pasado el doctor Hugo López-Gatell declaró a la pandemia como una endemia, Silvia pensó que se iría invicta. Pero hace cosa de dos semanas se contagió.
No sabe si fue en el mercado, en su congregación evangélica o en el Hospital General de México, donde ha hecho largas filas para retomar los estudios médicos que postergó. “Amanecí ronca de la noche a la mañana”, cuenta. “Tuve mucho fluido nasal, una gripe espantosa. Le decía a mi esposo que me dolía la parte del pulmón derecho”.
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Es tan contagiosa esta quinta ola que el esposo de Silvia se contagió. Para su suerte, no pasó a mayores. “Pienso que las vacunas sí nos han ayudado”, reflexiona Silvia. “Mis síntomas fueron leves. Estoy casi recuperada. Sólo me queda la ronquera”.
Silvia cuenta a MILENIO que en los últimos días se han multiplicados los contagios en su congregación. “Se han enfermado familias enteras. En una de siete integrantes, un bebé que se contagió en la guardería les pegó el covid a todos. Unos estuvieron más graves que otros”. Otra familia, al parecer, se contagió en un velorio. “Son personas de escasos recursos, imposible que vayan a un hospital, menos a uno privado”.
En México, las autoridades de Salud no han declarado oficialmente la quinta ola de contagios, pese a que el incremento de casos coincide con el ingreso de los nuevos linajes de ómicron: las variantes BA.4 y BA.5, causantes de infecciones masivas en China, Sudáfrica y Estados Unidos. Y aunque a nivel nacional la ocupación de camas generales y con ventilador se mantiene en un 6 y 2 por ciento, respectivamente, personas entrevistadas sin seguridad social dicen que prefieren quedarse en casa, pues no saben a dónde a acudir.
Tal es el caso de Laura Rangel. Con tres vacunas y un contagio en la primera ola, Laura pensaba que el covid-19 era un virus del pasado. Desde hace quince días, sin embargo, se encuentra atada a un tanque de oxígeno que le prestaron.
“No sé por qué estoy más grave que la vez anterior”, dice desconcertada. “Ahorita ya puedo hablar, pero no podía ni pronunciar una palabra por las horribles crisis de tos”.
Madre soltera de dos hijas, Laura es parte de esta quinta ola que lleva diez semanas en aumento de contagios. Laura comenzó con dolor de cabeza y de pecho. Después le vino una tos que jura que nunca había tenido. Varios días perdió el habla, pues su pulmón izquierdo estaba a punto del colapso por las lesiones de la primera y de la actual reinfección. Y ahora se le ha sumado la visión borrosa. “Decían que con las vacunas sería más leve la enfermedad, ¿y cuál?”, se queja.
Laura tiene 50 años y no presenta ninguna comorbilidad. “El oxígeno lo uso dos horas sí y una hora no”, cuenta. “Mientras lo uso, me sube la oxigenación a 93-95, pero si me lo quito me baja a 85-86. Siento que me ahogo. No puedo ni dormir porque me falta el aire. Tengo miedo de morir”.
Laura ignora donde se contrajo el virus. Sólo sabe que, a pesar de que se aisló, contagió a su madre y a dos de sus hermanos. “Esta cepa es tan infecciosa que, a pesar de que vi a mi madre a través del vidrio, le pegué el virus”, cuenta y relata que acudieron a atenderse al Hospital Público Bienestar, en la alcaldía Álvaro Obregón. “Lo acaban de remodelar, se ve nuevo, espectacular. Pero nos dijeron que no tenían material”.
Laura carece de seguridad social. “Tampoco tengo dinero para ir a un hospital privado”. En su casa, nadie sabe a dónde acudir. “Ninguna autoridad nos está dando información, por eso nos estamos quedando en casa, haciendo oración de día y de noche”.
FS