La noche del 1 de julio de 2018, Ricardo Anaya Cortés fue uno de los primeros políticos de oposición en llamarle a Andrés Manuel López Obrador para felicitarlo personalmente por su triunfo en las elecciones presidenciales.
Por la mañana, el panista había acudido a votar a la casilla 485 de la colonia Del Valle, en la ciudad de Querétaro. Vestido con su look habitual –pantalón gris, camisa blanca y saco azul marino, sin corbata–, el candidato de la coalición Por México al Frente se dejó retratar con su hija María en los brazos; su esposa, Carolina Martínez, y sus dos hijos varones, Santiago y Mateo, vestidos exactamente igual.
Un enjambre de reporteras y fotógrafos lo rodeó después de votar. Querían saber qué iba a hacer después de las elecciones de ese domingo, ante una eventual derrota.
“Vamos a ganar. Estoy lleno de esperanza. Estoy contento, estoy emocionado. Estoy seguro de que éste va a ser un gran día para la democracia, un gran día para México, y de que nos va a ir muy bien”, respondió, evadiendo lo que las encuestas ya anticipaban: una contundente victoria del candidato López Obrador.
El panista viajó a la Ciudad de México y, a las 3 de la tarde, se encerró en el “cuarto de guerra” que su equipo había instalado en el Hotel Camino Real de Polanco.
En el war room estaban Santiago Creel, Jorge G Castañeda, Rubén Aguilar, Dante Delgado, Jesús Ortega, Jesús Zambrano, Agustín Basave… una constelación de políticos veteranos que contrastaba con la juventud del propio candidato –el “chico maravilla”, le apodó la prensa cuando llegó a presidir la Cámara de Diputados en 2013, con apenas 34 años de edad.
El experimentado grupo de asesores –algunos de ellos curtidos en batallas políticas desde los años 90– le doblaba la edad a los colaboradores más cercanos al candidato, como Osiris Hernández y Andrea de Anda, y sus incondicionales en el PAN, Édgar Mohar, Damián Zepeda y Fernando Rodríguez Doval.
En los pasillos y salones del hotel, pululaban dirigentes y operadores de los tres partidos que conformaban el Frente por México (PAN, PRD y MC); legisladores y candidatos a legisladores; consultores, publicistas y supuestos gurús electorales que habían asesorado la campaña de Anaya; representantes de la “sociedad civil” que decidieron integrarse al Frente, como Emilio Álvarez Icaza y Alfredo Figueroa, y otros asistentes y empleados de la campaña que mataban el tiempo viendo los partidos de Octavos de Final del Mundial de futbol: España-Rusia y Croacia-Dinamarca.
Pese a los malos augurios, en los salones se servían charolas con jamón serrano, salmón y diversos canapés; además de refrescos, café y galletas. Entre los diversos salones rentados por la coalición, uno se habilitó como sala de prensa, otro como salón de monitoreo, otro como “war room” y otro más como espacio privado para el candidato. Un salón más, acondicionado con tarima y más de cien sillas para los probables simpatizantes del candidato, quedó abandonado durante toda la jornada.
Cerradas las casillas y confirmada su derrota, los anayistas comenzaron a discutir en qué momento debía salir su candidato a reconocer la victoria del ganador. En esas estaban, cuando vieron aparecer en los monitores de sus salones al priista José Antonio Meade, acompañado de su esposa Juana Cuevas, del líder del PRI René Juárez y del coordinador de campaña Aurelio Nuño, adelantándose a los demás candidatos en la felicitación al próximo presidente de la República.
A las 20:25 horas, salió Jaime Rodríguez Calderón, alias El Bronco, a cumplir con el mismo ritual.
En ese momento, el ex priista Agustín Basave sugirió a lo demás integrantes del war room una salida: si Anaya no pudo salir antes que Meade y El Bronco ante los medios, sí podría ser el primero en llamar a López Obrador para felicitarlo.
La conversación ocurrió pasadas las 20:30. Fue formal, fría y breve: duró menos de cinco minutos.
A las 20:38 horas, Anaya apareció al fin en el salón del hotel acondicionado para la conferencia de prensa, para leer un mensaje:
“Ninguna democracia funciona sin demócratas; por eso, porque soy un demócrata, reconozco que la información de los resultados con la que cuento me indica que la tendencia favorece a Andrés Manuel López Obrador… Como ya lo hice vía telefónica hace unos minutos que hablé con él, reconozco su triunfo, le expreso mi felicitación y le deseo el mayor de los éxitos por el bien de México”.
Dicho eso, el panista aprovechó para recordar que la PGR utilizó un caso de presunto lavado de dinero para orquestar una campaña contra él y lastimar su candidatura.
El mensaje duró 4 minutos con 20 segundos, en los que sus acompañantes permanecían extrañamente sonrientes frente a decenas de camarógrafos, fotógrafos y reporteros.
Esa noche, Ricardo Anaya se convirtió en el candidato presidencial panista menos votado de los últimos años. Sus 12 millones 610 mil votos representaban una caída respecto a los 15.9 millones de votos de Vicente Fox en las elecciones de 2000; los 15 millones de Felipe Calderón en 2006 e incluso los 12.7 millones de votos de Josefina Vázquez Mota en 2012.
Aún más, si se restan los 2.7 millones de votos que llegaron a su candidatura vía PRD y MC, la votación del PAN se cifró en 9.9 millones de votos, apenas 800 mil votos más de los que obtuvo Diego Fernández de Cevallos en los comicios de 1994.
Antes de terminar su discurso de la derrota, Anaya llamó a los panistas a mantenerse activos y ser una oposición responsable desde el Congreso.
Dicho eso, el candidato bajó de la tarima, salió a toda prisa con su esposa, guiado por escoltas que lo condujeron hasta su auto y, antes de las 10 de la noche, emprendió el regreso a su casa de Santa Fe, donde inició una especie de retiro de la vida pública.
Su ausencia sería muy notoria en los próximos meses, cuando el PAN se sumergió en el amargo recuento de los daños y en una agria confrontación interna.
Ascenso meteórico de Ricardo Anaya
A Ricardo Anaya Cortés la política le brindó una primera oportunidad cuando era muy joven. A los 21 años, cuando aún no se había afiliado al PAN, fue invitado a ser candidato externo a diputado local en el distrito 14 de Querétaro, en los municipios serranos de Pinal de Amoles y Arroyo Seco.
A pesar del paraguas que la exitosa campaña foxista ofreció a cientos de candidatos panistas en los comicios del 2000, Anaya fue derrotado por la maquinaria priista, obteniendo menos del 8 por ciento de la votación.
Pero aquella campaña testimonial puso al joven abogado egresado de la Universidad Autónoma de Querétaro en ruta para su meteórica carrera política.
En septiembre de ese año se afilió a Acción Nacional y comenzó a participar en las juventudes panistas, donde muy pronto destacó y se puso en la mira del entonces dirigente estatal del PAN, Francisco Garrido Patrón, el exalcalde de la capital queretana que, en 2003, se convertiría en gobernador.
Garrido lo nombró secretario particular y lo mantuvo cuatro años en ese cargo. En 2008, lo nombró coordinador de Desarrollo Humano del gobierno estatal y, en 2009, lo impulsó para ser diputado local, coordinador de la bancada panista en el Congreso estatal y dirigente del PAN en el estado.
Su primera oportunidad en la política nacional se dio en abril de 2011, cuando el entonces presidente Felipe Calderón lo nombró subsecretario de Planeación Turística de la SECTUR, cargo en el que duró menos de un año.
En el ocaso del sexenio, el calderonista Roberto Gil lo invitó a integrarse al equipo de la precandidata presidencial Josefina Vázquez Mota. Anaya renunció en enero de 2012 a la subsecretaría y en marzo de ese año el Consejo Nacional del PAN lo colocó en los primeros lugares de sus listas de candidatos plurinominales a la Cámara de Diputados.
Pasadas las elecciones federales del 2 de julio de 2012, el joven diputado electo le dio la espalda a los calderonistas y se echó en brazos del grupo de Gustavo Madero, quien estaba en plena disputa con Felipe Calderón por el control del PAN después de la derrota.
Anaya se volvió parte del grupo compacto del dirigente panista y un diputado cercano al coordinador parlamentario Luis Alberto Villarreal, operador de Madero tristemente recordado por el escándalo de los “moches” en San Lázaro, una estrategia mediante la cual se “bajaban recursos” del presupuesto federal a municipios a cambio de un porcentaje para los legisladores.
En mayo de 2013, Anaya ayudó a Madero y su grupo a operar una reforma de estatutos en la Asamblea Nacional panista que le daría a los maderistas el control total del partido y, en septiembre de ese año, se convirtió en el presidente de la Cámara de Diputados, donde destacó por su oratoria y elocuencia.
El “joven maravilla” aprovechó el cargo para ganar notoriedad pública y convivir con la crema y nata de la política nacional.
En 2014, fue compañero de fórmula de Gustavo Madero en la contienda por la dirigencia nacional del PAN. Madero logró la reelección como presidente del Comité Ejecutivo Nacional derrotando al calderonista Ernesto Cordero, y Anaya se convirtió en secretario general del partido.
Entre septiembre de 2014 y enero de 2015 fue presidente interino de Acción Nacional, pues Madero se vio obligado a separarse del cargo para convertirse en candidato a diputado federal en las elecciones federales intermedias.
De febrero a abril de 2015, Anaya regresó a la Cámara de Diputados, ahora como coordinador parlamentario de Acción Nacional.
En esos meses, Anaya aprovechó tanto la dirigencia como la coordinación para construir un grupo y un liderazgo propios, y apartarse de Madero, quien regresó a la dirigencia sólo para anunciar que renunciaría al cargo y convocaría a una nueva elección interna para renovar la dirigencia nacional pasadas las elecciones.
El 21 de agosto de 2015, Anaya se convirtió en presidente nacional panista, luego de competir en un duro proceso interno con Javier Corral, quien en varias ocasiones lo acusó de formar parte de un “consorcio” que había corrompido la vida interna del partido.
Paradójicamente, uno de los primeros actos de Anaya como dirigente nacional fue traicionar a Gustavo Madero. Cuando estaba a punto de instalarse la 63 Legislatura, el queretano decidió nombrar como coordinador parlamentario del PAN en la Cámara de Diputados a Marko Cortés, un panista michoacano de su generación, excluyendo a quien le había permitido un ascenso meteórico en las ligas mayores de la política.
La exclusión de Madero lo apartó en definitiva de ese grupo, pero le permitió construir su candidatura presidencial rumbo a 2018.
Al llegar al CEN, creó una comisión de panistas “notables” que investigaría el penoso asunto de los “moches” operados por Luis Alberto Villareal y su pandilla.
Anaya endureció el discurso en contra de la administración de Enrique Peña Nieto, impulsó iniciativas como la llamada “Ley 3 de 3” y se montó en el tema de la corrupción como bandera de las campañas locales de 2016.
El 5 de junio de ese año, el PAN vivió una jornada electoral de ensueño, al ganar siete gubernaturas en un solo día: Aguascalientes, Chihuahua, Tamaulipas (solo con el logo del PAN), Durango, Quintana Roo y Veracruz (en alianza con el PRD) y Puebla (en alianza con el Panal, el PT y partidos locales).
Derrotar al PRI, y provocar la dimisión del hasta entonces poderoso dirigente priista Manlio Fabio Beltrones, puso a Anaya en ruta hacia el 2018.
Ni siquiera las derrotas del PAN en el Estado de México y Coahuila, en las elecciones de 2017, le impidieron afianzar su candidatura.
Pero en la construcción de su 2018, Anaya dejó varios heridos en el camino y cometió una serie de errores:
- Primero: afianzó su candidatura presidencial y su destino al de Alejandra Barrales, entonces presidenta nacional dl PRD, con quien pactó apoyarse mutuamente, para ser él candidato presidencial y ella candidata a jefa de gobierno de la Ciudad de México en la alianza PAN-PRD.
- Segundo: impidió que los panistas vivieran un proceso interno democrático para elegir a su candidato presidencial, lo que provocó la renuncia al partido de Margarita Zavala, quien terminó convertida en una incómoda candidata presidencial independiente que desde el comienzo de las campañas le restó fuerza a los panistas.
- Tercero: excluyó al poderoso exgobernador Rafael Moreno Valle, quien exigió a cambio de renunciar a sus aspiraciones presidenciales, una senaduría y la candidatura de su esposa, Marta Érika Alonso, a la gubernatura de Puebla.
- Cuarto: le negó al entonces jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, la posibilidad de competir democráticamente por la candidatura presidencial del frente PAN-PRD, lo que provocó una fractura en la propia alianza.
- Quinto: se vio obligado a pactar con todo tipo de grupos regionales y aceptar candidaturas impresentables, como la del hijo del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes, para sucederlo en el cargo.
- Sexto: nunca logró aclarar a cabalidad las acusaciones de corrupción que se le hicieron desde agosto de 2017, ni sacudirse los señalamientos que se le hicieron desde la PGR. En el PRI lo acusaban de haber traicionado un presunto pacto hecho con Los Pinos en 2017, antes de las elecciones del Estado de México, y desde el gobierno federal se orquestó una campaña mediática en su contra.
En esas condiciones, la candidatura de Anaya se percibió siempre frágil y desdibujada.
Su arranque de campaña fue un “hackatón” en Santa Fe, un evento incomprensible hasta para los panistas.
A pesar de su buen desempeño en los tres debates de la contienda presidencial, nunca logró remontar su desventaja en las encuestas, ni sacudirse el mote de Ricky Riquín Canallín que le endilgó López Obrador en el debate de mayo, celebrado en Tijuana.
Todos esos factores perfilaron su hundimiento, y el de su partido, en las elecciones del 1º. de julio de 2018, en las que el PAN se quedó en un lejano segundo lugar en la contienda presidencial, y con una flaca presencia en el Congreso de la Unión: 25 de 128 senadores y 78 de 500 diputados federales.
Las razones del regreso de Anaya
El 11 de agosto de 2018, Ricardo Anaya apareció en el Consejo Nacional del PAN, donde encontró un partido en pleno naufragio. Damián Zepeda, el presidente interino al que él mismo había colocado como su sustituto en el cargo para asumir la candidatura presidencial, enfrentaba presiones de gobernadores y legisladores para renovar –una vez más– el Comité Ejecutivo Nacional panista.
Anaya volvió a desaparecer de la escena pública, escribió seis tuits entre septiembre y diciembre de 2018 (uno de ellos para desearle éxito a López Obrador el día de su toma de protesta), y cinco tuits durante todo 2019.
En mayo de ese año, el Tribunal Electoral resolvió en definitiva un recurso que había interpuesto el excandidato al terminar la campaña de 2018, determinando que la PGR de Peña Nieto sí afectó la equidad en la contienda en su perjuicio.
“Celebro la resolución y espero que este tipo de maniobras, tramposas y arteras, jamás se repitan en contra de ningún candidato o candidata”, escribió el queretano en su cuenta de Twitter el 15 de mayo de 2019.
Después, volvió a su retiro
En marzo de 2020 rompió el silencio, para subir a redes sociales un video sobre la pandemia en el que ya adelantaba algunas críticas al gobierno federal por el mal manejo de la crisis sanitaria.
En agosto volvió a la palestra, cuando salió a desmentir las acusaciones hechas en su contra por el exdirector de Pemex Emilio Lozoya, quien lo señaló a él y a su secretario particular, Osiris Hernández, de recibir el dinero de presuntos sobornos a diputados de la 63 Legislatura.
El 20 de agosto, Anaya demandó a Emilio Lozoya por daño moral, y subió un video cuestionando el uso político de la denuncia del exdirector de Pemex.
Ese episodio, según panistas consultados, fue el último impulso que llevó a Anaya a tomar la decisión de regresar a la vida pública.
A principios de septiembre, el ex candidato presidencial cruzó un par de llamadas con el dirigente panista Marko Cortés (su amigo y contemporáneo), para notificarle su intención de regresar a la política.
Y el 21 de ese mes, justo dos semanas después del arranque formal del Proceso Electoral Federal 2020-2021, Anaya subió un video en el que anuncia su retorno con un propósito: “ayudar a construir un mejor futuro para México”.
El candidato no se guardó críticas a la administración de López Obrador, a la que calificó como desastrosa en combate a la pobreza, inseguridad y violencia, desempleo, lucha contra la corrupción.
Anaya anunció la publicación de un libro titulado El pasado, presente y futuro de México y dijo que, semana a semana, irá subiendo videos en los que explica las tres partes del libro: su diagnóstico, sus propuestas de solución a los problemas y un llamado a la acción a sus simpatizantes.
El libro le dará varias semanas de exposición, y podría ser la base para una eventual postulación como candidato a diputado federal en la 65 Legislatura.
En un PAN sin liderazgos claros, asediado por la posibilidad de que Felipe Calderón y Margarita Zavala consigan el registro de su partido político que ya les negó el INE –vía el Tribunal Electoral–, la reaparición de Anaya podría resucitar al partido que él mismo dejó maltrecho y moralmente derrotado en aquella noche de julio de 2018.
nerc