A lo largo de 30 años ha sufrido dos atentados en su contra. Por ello, este ex policía mexicano solicitó asilo político en Estados Unidos. Teme ser asesinado porque estuvo presente en Lomas Taurinas el día en que asesinaron a Luis Donaldo Colosio, el 23 de marzo de 1994.
Luego de revisar diversos documentos de petición de asilo en el portal de los servicios de inmigración estadunidense, MILENIO se reunió con Sergio (se omite su apellido por posibles represalias), quien cuenta que antes del magnicidio fue invitado a dos entrenamientos en un campo de tiro cerca de Tijuana, donde conoció a Mario Aburto Martínez.
A Sergio le llegó un memorándum en las oficinas de la policía municipal de Tijuana, donde trabajaba desde hacía un año. Los agentes que tuvieran coche propio tenían que ponerse a las órdenes de la policía judicial de Baja California para que pudieran auxiliar en un operativo. Aunque Sergio sabía que estar en esas misiones era un trabajal, siempre tenían la esperanza de que lo jalaran y lo hicieran merecedor a un posible ascenso en la precarizada carrera policial.
Fue ahí cuando conoció a Rodolfo Rivapalacio, quien era jefe de la policía judicial, un hombre chaparrito y simpático. Sergio recuerda que aunque le gustaba hacer bromas a los compañeros era un policía que parecía bastante disciplinado.
En mayo de 1989 –cinco años antes del atentado contra Colosio– corrían días convulsos en Baja California. En sólo tres meses se llevarían a cabo las elecciones presidenciales donde figuraba un candidato panista, Ernesto Ruffo Appel, un norteño de formas desenfadadas y tono bravo. Sería él quien le arrebataría por primera vez en la historia una gubernatura al Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Sergio entendió pronto que su trabajo policial sería mínimo: más bien se le comisionó a espiar políticos panistas , al mismo candidato y a todo aquel que pudiera estar relacionado con el PAN en el estado. Recuerda que cuando ya explotó por el exceso del encargo fue cuando le pidieron que robara urnas el día de las elecciones del 2 de julio de 1989.
“Pero nos asignaron a estar siguiéndolos día y noche”, dice Sergio, quien agrega que eso lo tenía que hacer, “por cierto, sin que nos dieran ni siquiera dinero para comer ni para gasolina, pero nos tenían persiguiendo e informando todo movimiento de la campaña”.
Con aquel trabajo terminó su pequeña carrera en el espionaje, aunque siguió encontrándose con Rodolfo y otros colegas de la policía judicial en operativos policiales.
Sería hasta marzo de 1994 cuando Rodolfo fue a buscarlo a la delegación donde trabajaba en La Presa, entonces en las afueras de Tijuana. La plática fue relajada y le contó que quería formar una compañía de seguridad privada, en la que habría trabajo garantizado e inmediato. Le dijo que las tareas eran sencillas: escoltar o cuidar a funcionarios del PRI. Sergio, que para entonces era padre de dos niñas y un chico, necesitaba el dinero. Sin titubear le dijo que sí a Rivapalacio.
Recuerda que Rodolfo le preguntó si tenía experiencia manejando armas, dado que en ese momento estaba formando un grupo de gente joven para cuidar, ni más ni menos, al candidato Luis Donaldo Colosio, quien llegaría a la ciudad en unos 15 días como parte de su gira por el país.
“‘Quiero saber si pueden usar armas, si tienen experiencia en esto o lo otro y vamos a hacer unas prácticas para ver que sepan disparar y decirles cómo va a ser el operativo’, nos dijo. Un detalle: cuando estábamos practicando en El Berrendo, ellos colectaban nuestra balas y los casquillos. Nunca le puse atención al detalle hasta hace poco, pero querían rescatar las balas, querían limpiar”, recuerda.
Un día después, Sergio fue llevado a El Berrendo, un campo de tiro ubicado en La Mesa, cerca de Tijuana. “Fueron cosas muy rápidas, muy sencillas, que si sabíamos algo de defensa personal, que si sabíamos cómo someter a una persona, cosas que por lógica las aprendes en la academia”, explica.
La segunda ocasión en que fueron llamados fue cuatro días después. Los citaron en la colonia Buenos Aires, donde les preguntaron información personal. Volvieron a cuestionarlos sobre sus técnicas de sometimiento, tiro al blaco y demás. Dice que 94 horas después de la reunión los llevaron al campo de tiro en El Berrendo.
En las dos reuniones vio que en el equipo estaba conformado, cuando más, por una media docena de hombres, todos jóvenes. A 30 años de distancia, Sergio asegura que uno de ellos era Mario Aburto Martínez, de quien supo su nombre hasta el día del atentado. “Era una persona muy normal, de verdad, pero como los gatos viejos, callado, observando, siempre estaba obedeciendo y aprendiendo lo que tenía que hacer”.
La cita: Lomas Taurinas
Fue en la última reunión cuando les dieron la instrucción: se juntarían en la entrada de Lomas Taurinas y ahí se pondrían de acuerdo para organizar en dónde se colocarían durante el mitin del candidato. Sergio, hasta el 21 de marzo, se acercó a su jefe en la policía municipal de Tijuana, Alfredo de la Torre Márquez (quien fuera ejecutado a balazos después, en febrero de 2020) y le contó lo que estaba haciendo cuando no estaba trabajando.
De la Torre fue tajante: “No te metas, te lo manda decir el licenciado Benítez [José Federico Benítez López, jefe de la policía de Tijuana, asesinado por un comando armado en abril de ese año], no quiere permitir que nadie participe en operativos de gente de la judicial”.
Fue así que Sergio le avisó a Rodolfo Rivapalacio que no sería parte del círculo alterno que cuidaría al político priista.
Aun así, el 23 de marzo de 1994 Sergio asistió al mitin. Hoy, a modo de metáfora, comenta que desde la parte más alta de Lomas Taurinas vio como si asesinaran a un toro . Estaba a espaldas de la tarima donde Colosio pronunciaría sus últimas palabras. Y no lo olvida:a un costado estaba Mario Aburto , quien ya le era conocido y bajó a paso normal, sin prisa.
Unos minutos despuésSergio empezó a ver a la gente alterada, se movían rápido, pensó que había una bronca, una pelea tal vez, porque desde donde estaba no se escuchó el sonido de los balazos. Desde lo alto alcanzó a ver cómo al poco tiempo subían a Luis Donaldo en una camioneta. Los gritos de “¡le pegaron!”, y hasta después vio a Aburto: “Lo traían a madrazo limpio”.
En ese momento Sergio sólo pensó en salir de Lomas Taurinas por el temor de que sus jefes se enteraran de que había estado en el mitin a pesar de que se lo prohibieron. Fue la edad, dice, la inexperiencia, la falta de malicia. “Es que yo no escuché nada, digamos que si hubieran hablado de que íbamos a hacerle daño a una persona, de que vamos a atentar, pero para mí no era un un operativo de atentado, era un operativo de seguridad, para protegerlo”, explica.
Horas después del caos por el magnicidio Sergio se incorporó a su trabajo en la delegación La Mesa. Ahí, durante varias semanas fue interrogado por sus jefes de la policía municipal sobre su presencia en el mitin. Y ahí, ante la mirada incisiva y las preguntas directas, reflexionó en lo que había sucedido, en los dos días en que fue convocado al campo donde practicaba con una pistola calibre .38, una igual a la usada para matar a Colosio.
“Yo tenía miedo, vi que arrestaron a otros policías, que estaban intentando inculpar gente, tenía mucho miedo por la cercanía que tuve con esas personas”, reconoce. Y tenía razón de estar preocupado: según documentos desclasificados de la entonces fiscalía para esclarecer el caso que comandaba el ex ministro Miguel Montes, el 30 de marzo se giró orden de aprehensión contra Rodolfo Rivapalacio, además del señor Rodolfo Mayoral y su hijo.
La hipótesis de Montes es que Rivapalacio había creado un grupo llamado Tucán, Todos Unidos Contra el PAN, donde contrató a otros seguidores del PRI para cuidar al candidato. Sin embargo, según el jurista, realmente reclutaron a la gente para asesinar al candidato presidencial.
“En algún tiempo prestaron sus servicios en la Policía Judicial del Estado de Baja California”, explicaban en la orden de aprehensión. En abril de ese año Rodolfo logró comprobar ante el juez que la teoría de Montes era una mentira. Fue liberado.
En septiembre de 1994, Sergio cuenta que fue trasladado a la Delegación Primo Tapia, en Rosarito, Baja California. Ahí transcurrió cuatro meses prácticamente aislado para no tener que hablar con nadie del caso Colosio.
Pero en enero de 1995, mientras transitaba en su discreto Toyota por la carretera libre a Rosarito, se le emparejó otro auto y desde su interior empezaron a lanzar tiros con la intención de asesinarlo. “Yo era policía, me defendí y también les tiré. Ya tenía mucho miedo”.
El segundo atentado vino una semana y media después, en el exterior de una casa que rentaba, a una cuadra del centro de Rosarito. Según su versión se repitió la escena: le dispararon y él repelió el ataque. En ambas ocasiones logró salir ileso.
Finalmente decidió escapar de Baja California para esconderse en Guanajuato. Pero en 1999 pensó que era mejor abandonar el país e irse a Estados Unidos. Intentaría tener una nueva vida, muy lejos del caso Colosio.
La petición de asilo
El 22 de julio del 2022 un despacho de abogados en Austin, Texas, interpuso un petición de asilo a través de la forma I-589 donde expuso, literalmente, lo que a continuación traducimos y la cual respaldaría la historia de Sergio:
“En 1994, el solicitante era policía en Tijuana, Baja California, México. Él y otros 6 hombres fueron contratados para formar un equipo y proteger a un político de alto perfil en México, que se postulaba para presidente y hacía campaña por Tijuana. El político era Luis Donaldo Colosio y fue asesinado.
“El gobierno culpó a un hombre del equipo (Rodolfo Rivapalacios) por el asesinato. Otros miembros del equipo desaparecieron y no fueron encontrados por ningún lado. El solicitante permaneció escondido durante 5 años. No podía hablar ni visitar a ningún familiar. Se produjeron algunos atentados contra su vida. En 1999 decidió venir a Estados Unidos”, se explica en la forma de asilo.
Según esta petición, interpuesta ante el Departamento de Justicia y la Oficina de Inmigración de Estados Unidos, Sergio “teme ser víctima de una desaparición forzada o asesinado por el gobierno mexicano si regresa a México porque los otros miembros del equipo ya han sido forzados a desaparecer, asesinados por el régimen mexicano o torturados para que admitan el delito y servir como chivos expiatorios”.
Sergio y sus asesores hacen referencia a los 15 homicidios relacionados con actores importantes del caso Colosio. Como el mencionado José Federico Benítez, director de Seguridad Municipal de Tijuana y jefe de Sergio, y quien encontraría el famoso baúl de Aburto.
Pero no fue el único, hay más: Alfredo Aarón Juárez Jiménez, subdelegado de la Policía Judicial Federal en Baja California y quien encontró una de las balas en Lomas Taurinas, murió en un accidente automovilístico, o Jesús Romero Magaña, agente del Ministerio Público y primero en interrogar a Aburto, asesinado en la entrada de su domicilio en agosto de 1996.
En uno de los campos de la petición, el mismo Sergio explica que el tipo de información que posee “podría cambiar el resultado de las próximas elecciones presidenciales, por lo que es un objetivo de alto valor del que es fácil deshacerse, ya que no tiene poder.”
Según notificaciones del portal electrónico de la Corte de Migración de Texas, la próxima audiencia estaba programada para el 20 de febrero de este 2024 , sin embargo con el objetivo de reunir más evidencias la defensa solicitó un plazo extra.
A unos días de cumplirse el aniversario numero 30 del asesinato de Colosio, tanto en México como en Estados Unidos han vuelto a reabrirse los fantasmas del pasado, para intentar esclarecer finalmente qué pasó.
“¿Por qué pido esto a 30 años? Porque ahora veo las noticias, porque ahora veo la situación política que hay en México, que es un enredo y veo que a 30 años de distancia pues ahí están las mismas personas que gobernaban, ahí están de una de otra manera en algún lugar, ya no se sabe ni de qué partido es cuál, pero yo veo que las mismas personas siguen aquí”.
*Este reportaje está hecho con base en testimonios facilitados durante la investigación periodística, de ninguna manera representa una conclusión judicial.*
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