Con 40 años de trayectoria en el área diplomática, la embajadora de México en Estados Unidos, Martha Bárcena Coqui (Veracruz, 1957), ocupa un puesto clave en la política exterior mexicana; sin embargo, años atrás estuvo a punto de alejarse del servicio público para consolidase como bailarina de ballet clásico.
Egresada de la licenciatura de Ciencias de la Comunicación por la Universidad Iberoamericana y de la carrera de Filosofía por la Pontifica Universitá Gregoriana, comparte su profesión en el servicio exterior con su esposo, el ex embajador Agustín Gutiérrez Canet, de quien estuvo alejada en muchas ocasiones debido a que fueron la primera pareja de cancilleres en funciones en el extranjero; ahora, Bárcena Coqui se prepara para cumplir su próximo objetivo: convertirse en una feliz abuela.
¿Qué tan complicado es que dos embajadores formen una familia?
El hecho de compartir profesión con mi esposo ha sido uno de los aspectos fundamentales para mi desarrollo; hemos compartido ideas, no siempre coincidimos, pero eso nos permitió entendernos como profesionistas.
También permitió que nos alternáramos para apoyarnos el uno al otro, al que estuviera en una posición de mayor fortaleza y para dividirnos las tareas del hogar. Agustín siempre ha sido un muy buen padre, y eso nos permitió tener una familia unida, aunque a la distancia, porque durante muchos años los cuatro vivíamos en diferentes países.
¿Cómo enfrentó la familia a la distancia?
El reto fue cuando salimos los dos al exterior. Fuimos la primera pareja del Servicio Exterior Mexicano en ser embajadores; a mí me mandaron al reino de Dinamarca, concurrente con Noruega e Islandia y, poco después, Agustín fue nombrado embajador en Finlandia, cubriendo Estonia.
Afortunadamente, las comunicaciones entre los países nórdicos no son tan complicadas. Por una temporada nuestra hija pequeña vivió conmigo en Copenhague y después se fue a la universidad en Holanda; mi hija mayor estuvo en la London School of Economics.
En un momento yo estaba en Dinamarca, Agustín en Finlandia, Mercedes en Londres y Martha en Ámsterdam... la casa en ese momento era Copenhague, no solo porque logísticamente era el punto medio, sino porque ahí estaba la mamá. Todo mundo va siempre a refugiarse con la mamá y la esposa.
¿En algún momento pensó en cambiar de profesión?
Sí, pensé en dedicarme a la academia, que siempre me ha gustado y que he practicado. Pensé que eso me permitiría atender más a mis hijas, porque a veces el trabajo me dejaba pocas horas para ellas. Afortunadamente, pudimos compatibilizar bien el tiempo, las carreras profesionales de mi esposo, la mía y después la educación de mis hijas.
¿Cuándo era joven, se veía como embajadora?
Desde niña pensé que podía ser embajadora, por mi abuelo, el doctor Carlos Coqui, era radiólogo. Me llevaba a pasear los fines de semana por diversas partes de la ciudad, a la UNAM, por ejemplo, en donde me decía que se estudiaba para ser diplomático. Tenía como siete años y le preguntaba qué era eso, y me respondía que era lo que hacía su amigo Jaime Torres Bodet.
Mi abuelo fue su radiólogo y me explicaba que Torres Bodet fue director general de la Unesco, que representa a México en el exterior, así que me gustaba esa idea de ser embajador, de representar a mi país, como Torres Bodet en Francia, o ante la Unesco.
También fui bailarina de ballet clásico, bailé de forma profesional dos años en la Compañía Nacional de Danza (CND); era una ávida lectora de biografías, mi personaje favorito es Marie Curie; también se me ocurrió que podía ser física nuclear, pero lo abandoné. Finalmente entré a estudiar Comunicaciones, ya que siempre me interesaron los temas internacionales.
¿Fue difícil abandonar la carrera de bailarina?
La vida de una bailarina profesional es muy corta, difícil y demandante, porque no solo depende de la destreza que hay en tu cabeza, sino la que tiene el cuerpo. Cuando estuve bailando, a pesar de que me apasionaba y tenía talento, me empezó a fallar el cuerpo, entonces pensé que no podía confiar en él, pero sí en mi cabeza, así que decidí terminar la universidad y dedicarme a otra cosa.
¿Nunca se arrepintió?
Sí, durante más de cuatro años. Cuando lo dejé no podía a ver una obra de ballet porque era un mar de lágrimas; después lo asimilé Muchos años después pude asimilar la decisión de haber dejado de bailar profesionalmente.
Al final, esa decisión la llevó a la embajada más importante de México en el mundo...
Creo que tomé la decisión correcta, elegí una carrera que siempre me ha apasionado y que nunca me ha decepcionado. Hay momentos difíciles; a veces estamos fuera cuando nuestros seres queridos fallecen, muchos ni siquiera hemos llegado a los funerales de nuestros padres o abuelos.
También te llevas decepciones, uno espera ser asignado a una embajada para la que crees que te has preparado toda la vida y al final te mandan a otra; es parte de la disciplina y el profesionalismo que se requiere.
Pero si pongo todo en la balanza, diría que tengo mucho más experiencias positivas que negativas. El SEM ha sido una fuente de orgullo, de formación, de satisfacción y, al mismo tiempo, me permitió construir una familia de la cual estoy muy orgullosa.
¿Cuál su siguiente objetivo personal?
Ser abuela, será mi mayor felicidad y vamos por buen camino para lograrlo; así que ya les avisaré.
¿Qué está leyendo?
Homelands, de Alfredo Corchado.