Era, es, un símbolo de la izquierda y del sindicalismo. Parte del cogollo del Partido Comunista Mexicano. Es lunes. Inhuman sus restos. Desde hoy Valentín Campa Salazar tiene espacio en la Rotonda de las Personas Ilustres, muy cerca del político Jesús Reyes Heroles, atrás del poeta Enrique González Martínez y del general de División Donato Guerra.
Es un lugar especial en el Panteón Civil de Dolores para quien nació en Monterrey, Nuevo León, el 14 de febrero de 1904, y murió el 25 de noviembre en Ciudad de México. El presidente Andrés Manuel López Obrador encabeza la ceremonia solemne. Es el saldo de una deuda histórica con quien estuviera encarcelado durante 12 ocasiones; en Lecumberri, por ejemplo, de 1959 a 1971.
El hombre, que murió a los 95 años, reúne a compañeros de la izquierda mexicana y a sus dos nietos. Su memoria y sus restos congrega al Presidente de la República y a parte de su gabinete. Es el saldo de una deuda con quien fuera embrión de los movimientos sindicales en México.
La resolana golpea a los congregados en torno a la glorieta, de cuyo centro emerge una llama votiva. Los invitados siguen llegando. Está el canciller Marcelo Ebrard, junto a Paco Ignacio Taibo II; Yeidckol Polevnsky, dirigente de Morena; Francisco Cervantes, presidente de la Concamin, y Alfonso Romo, jefe de la Oficina de la Presidencia.
Y más.
La banda Sinfónica de la Secretaría de Marina, mientras tanto, interpreta algunas piezas, entre ellas "Sobre las olas", de Juventino Rosas, cuyos restos, junto a los de Juan Álvarez, "Fundador del Estado de Guerrero", son vecinos con los de José Pablo Moncayo.
A las 13 horas llega López Obrador, escoltado por el general Luis Crescencio Sandoval González, secretario de la Defensa Nacional, y el almirante José Rafael Ojeda Durán, titular de la Marina; de cerca, Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación.
En esa misma hilera, con dirección al presídium, la jefa de Gobierno de Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, y los hermanos Manuela y Santiago Álvarez Campa, nietos de Valentín Campa Salazar. Otros funcionarios y legisladores también forman la comitiva especial.
La ceremonia de inhumación inicia con los honores de rigor. Es uno de los momentos culminantes. Cuatro soldados trasladan al centro el féretro con los restos de Campa Salazar, arropado con una bandera tricolor.
La mesa está coronada por fotografías que reflejan diversos ángulos con el rostro de Valentín Campa, uno de cuyos nietos, Santiago, suelta las primeras líneas de su discurso: "Mi hermana Manuela aquí presente y yo crecimos en el seno de un hogar comunista y ateo. Nuestros padres y abuelos fueron sendos militantes, lo que implicó que todos ellos en algún momento fueron reprimidos y encarcelados por motivos políticos".
Todos escuchaban con atención al nieto de quien se conmemoraba el vigésimo aniversario luctuoso -y a 100 años de la fundación del Partido Comunista Mexicano-, el abuelo ejemplar, el mexicano ilustre que, de acuerdo a un folleto de la Secretaría de Gobernación, "entregó siete décadas de su vida a impulsar la transformación del sistema político-económico-social en favor de los segmentos populares".
Nada melló al abuelo, agregó el nieto, hijo de Raúl Álvarez Garín, otro hombre de izquierda verdadera, luchador social, dirigente del movimiento estudiantil del 68, quien estuvo recluido por tres años en Lecumberri, junto con otros muchos compañeros, como Félix Hernández Gamundi, quien, presente, miraba pensativo.
Lo secundó la secretaria Sánchez Cordero, quien, luego de saludar a los presentes, confesó: "Mi espíritu vibra de emoción al encontrarme con todos ustedes en este día de homenaje póstumo a un mexicano de excepción, Valentín Campa Salazar".
Los elogios al homenajeado es uno tras otro. "Con la Cuarta transformación, un hombre que fue marginado sistemáticamente por el Estado en su labor político social recibe el más merecido sepulcro de honor".
Y más: "Celebro con especial emoción el arribo a esta rotonda de quien encarna valores enarbolados por la Cuarta Transformación a los que nos ha convocado nuestro Presidente".
Y más: "Valentín fue un talentoso defensor de la auto organización de los trabajadores, libre de intromisión, tanto de patrones como de gobierno, fue adalid del rechazo a la perversión que representa el charrismo".
Y rubrica: "Con tu llegada, Valentín, se abre espacio en el ánimo colectivo para muchos más Campa".
El presidente López Obrador, más corto en su intervención, habló del "merecido homenaje" a quien tuvo la fortuna de conocer: "Luchó muchos años por sus ideales, por sus principios, que no se rindió, no claudicó, no se vendió, que actuó siempre con integridad" (...) "y siempre me conmovía su humildad, él encarnaba la honestidad y la humildad, esas dos extraordinarias virtudes. Muy distante, muy apartado, muy lejano a otros dirigentes obreros, con ínfulas, con prepotencia, pero sobre todo con bienes materiales acumulados, que se enriquecieron en los cargos (...)
Los discursos terminaron, se hizo una guardia de honor, se entonó el himno nacional. Entonces un grupo de dirigentes de izquierda, miembros del Partido Comunista Mexicano, compañeros de batalla de Valentín Campa, alzaron el puño y lanzaron vivas al ausente, "presente, ahora y siempre, hasta la victoria siempre". Luego, un minuto de silencio.
El féretro es conducido. El Presidente recibe la bandera nacional de manos de un soltado y se la entrega a los descendientes del homenajeado, de que se alza una estatua en su memoria.
Antonio Becerra, en silla de ruedas, es rodeado por otros militantes históricos de la izquierda mexicana. El hombre de canas vislumbra a Pablo Gómez, quien va hacia con los brazos abiertos.
—¡Toño!
—¡Pablo Gómez!
Hay abrazos, remembranzas, sonrisas, diálogos, autofotos. Los abuelos, los nietos, los biznietos, los hijos de la izquierda mexicana. "No vinieron todos", comenta Manuela Álvarez Campa, la nieta, muy cerca de José Luis Alonso Vargas y Benito Collantes, del Movimiento del 68, entre otros, que se van yendo, satisfechos de un homenaje esperado desde hace años.
Y la resolana no cesa.