Alfredo muestra el agujero de bala que le dejaron en el hombro para dar fe a su historia. Le disparó un comando de policías encapuchados cuando pasaba por el puente de El Chipote el 26 de septiembre de 2014.
Solo estaba en el lugar incorrecto el día de los hechos, un caso aislado a la desaparición de los 43 normalistas, pero una víctima más en aquella noche de Iguala.
Eran después de las 23:00 horas y había lluvia, recuerda. Mueve su mano con dificultad y señala: “Aquí impactaron unas esquirlas y ya no se pudo recuperar la movilidad de los dedos, este dedo se me quebró al aventarme a la parte baja del asiento”.
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Aún con temor, relata a MILENIO su fortuito y fatídico viaje a bordo de un taxi justo en el momento en el que se les vio por última vez a los 43 estudiantes de la Normal Raúl Isidro Burgos en Iguala, Guerrero.
Este 26 de septiembre el caso alcanza una década sin que a la fecha se sepa del paradero de los estudiantes o de quiénes intentaron matar a balazos a un par de sindicalistas y un conductor de un taxi que solamente iban pasando.
Esa tarde, Alfredo Ramírez había tenido una reunión del Sindicato de Colegios de Bachilleres en Iguala, donde era secretario general. Recuerda que, viniendo de Ixtapa, había un embotellamiento vehicular, estaba lloviendo, y tardó casi una hora para llegar.
Él viajaba junto con otro compañero a bordo de un taxi sobre la ruta que pasaría por las inmediaciones del Palacio de Justicia de Iguala, lo que llaman Ciudad Judicial, o el puente de El Chipote. Se escuchaban balazos, enfatiza.
“Al llegar vimos un autobús despedazado con golpes en las ventanas, resquebrajado y yo le pregunté al taxista:‘¿Oiga qué hubo? El taxista me dijo, ‘es que anduvieron los ayotzinapos’(sic), es lo que dijo. Continuamos la marcha y escuché varios presuntos disparos, le dije.. ‘no, seguramente son chamacos con cohetes’, insistió, y continuamos la marcha”.
Antes de llegar al crucero de Santa Teresa, ve sobre el carril de Iguala hacia Chilpancingo había dos camionetas al sur cerradas, tipo Urban. El taxista se tuvo que detener. Seguía lloviznando, no muy fuerte. Le avientan las luces y se dio el arrancón.
“Cuando se arranca, a mano derecha un grupo de policías, no sé, municipales, estatales… quién sabe, encapuchados, con armas largas, estaban parados todos estaban parados a una distancia como de 10 metros.
“Nos apuntaron, cuando apuntaron el taxista se alarmó y aceleró mucho más, y vinieron los disparos a mano derecha; me balearon aquí y a otro compañero detrás de mí en la parte trasera del coche impactaron otra bala en el pie y el taxi pudo correr 70 metros. De modo que nos libramos de ese tiroteo y ya no pudo correr más, le habían disparado al radiador. Nos bajamos”, recuerda.
Para salir, corrió sobre la carretera hasta encontrarse con un taxi que se detuvo al ver la magnitud del evento, en ese momento se dio la vuelta y se marcharon del lugar.
Alfredo se encuentra ya recuperado, pero aun narra con cautela la anécdota de la noche de Iguala -asentada también en peritajes de los tres niveles de gobierno e informes elaborados por la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH)-, en torno al caso que ha dado la vuelta al mundo desde hace 10 años.
El reclamo de Alfredo, como el de los padres de los estudiantes de primer año desaparecidos, sigue siendo el mismo: “Yo como ciudadano víctima de esos hechos sí insistiré siempre que sean esclarecidos y que presenten con vida a los muchachos desaparecidos”.
aag