Las calles solas, la fría plancha de adoquines en la Macroplaza totalmente desierta, el fervor patriótico guardado en casa.
Así vivimos por segundo año consecutivo el Día de la Independencia mexicana en Nuevo León, pues la pandemia nos colocó de nuevo las cadenas de la esclavitud sanitaria y debimos resguardarnos en casa.
Aunque en la última semana ha bajado el número de contagios, no fue suficiente para autorizar el tradicional desfile cívico-militar que cada año permitía a miles lucir el uniforme y su instrucción marcial.
Otra vez no hubo la risas y el nerviosismo de los escolares, sepulcros y bien peinados, en sus uniformes de gala, les quitaban con juegos las dos horas de severa seriedad que les imponía marchar por las calles de Monterrey como parte de un contingente.
En donde antes había una multitud esta vez solo se vio algunos pacientes, dos o tres personas que salieron a caminar, pero al menos la bandera permaneció fiel en el centro de la Explanada de los Héroes, y desde el amanecer brindó un espectáculo qué inflamó el fervor patrio de los regiomontanos, pues con pandemia o sin ella, con desfile o sin desfile, seguimos siendo muy mexicanos.