La congregación de los Sagrados Corazones (SS.CC.) actualmente tiene como propósito hacer más "llevadero" el paso de los migrantes por la región de Tula, y por ello desde la casa de atención El Samaritano, la cual está a su cargo, las religiosas de esta orden brindan su apoyo para a la población viajera.
Luisa María Silverio Cruz, integrante de la congregación fundada en Francia en 1800 señala que desde hace 20 años están presentes con su labor en la diócesis de Tula, y fue en 2012 cuando se les asignó administrar el proyecto de la casa del migrante, ubicada en el cruce ferroviario de Bojay, Atitalaquia, uno de los más concurridos.
Desde ese espacio han buscado ofrecer a las personas migrantes provenientes desde diversos países su apoyo para que su paso por la zona les resulte más fácil, más "llevadero" como ellas dicen. Esto forma parte de la compresión y el amor de Dios, dice.
Resalta que para desarrollar esta labor hay que tener empatía, ponerse en los pies del otro para sentir su dolor, sus necesidades, y a partir de ello actuar para aminorar sufrimiento que empieza desde el momento mismo en el que los migrantes deciden dejar sus lugares de origen, sus hogares, para buscar un mejor futuro para sus familias.
Ahora el mundo vive una realidad social muy sufrida, muy azotada, por lo que su labor es parte fundamental para aliviar el dolor de quienes han dejado sus hogares y van durmiendo día a día en los espacios que se les ofrecen o en los que pueden pernoctar por las difíciles condiciones del propio viaje.
Y es que los migrantes duermen a la intemperie, viviendo de la caridad de los mexicanos, pero también evadiendo a los delincuentes y a las propias autoridades que hacen más complicado su andar, a salto de mata, pues sí los detectan los regresan a la frontera sur y vuelve a iniciar su periplo-
En ningún momento su labor en este centro asistencial ha sido fácil, reconoce, pues la demanda de apoyos rebasa por mucho la capacidad instalada para atender este éxodo migrante procedente desde países como El Salvador, Belice, Honduras y últimamente Venezuela; a los migrantes se les ofrece comida, ropa, productos de higiene, calzado, oportunidad para hacer llamadas a sus hogares, descanso momentáneo en la casa, lo elemental para que puedan retomar fuerzas en este punto, situado casi al centro del país.
Aunque las hermanas de esta congregación, las y los voluntarias de El Samaritano, no sólo les ofrecen los alimentos, productos de higiene y la oportunidad de limpieza, sino también la sensación de un momento de arropo, de cobijo fraterno, para que sientan el apoyo de una familia, el cariño aún fuera de sus hogares.
Y es que al atenderlos, dice, el personal de la casa plática con los migrantes, conoce sus historias, sus experiencias, sus necesidades, y les ofrece orientación, resuelve sus dudas de rutas y los confortan ante el difícil momento que viven por la larga travesía llena de adversidades.
Así, dice, han conocido muchas historias de familias enteras que viajan, de jóvenes en tránsito para buscar una vida mejor, pues en sus países de residencia no encuentran oportunidades de desarrollo e incluso son expulsados por la violencia.
El Samaritano aun con sus limitaciones sigue recibiendo a migrantes, compartiendo con ellos las donaciones que reciben por parte de almas solidarias con la causa migrante; actualmente la congregación de los Sagrados Corazones está asentada en la parroquia Santiago Apóstol, en Atotonilco de Tula, y desde allí se coordinan las acciones para la casa asistencial.