Un largo camino por el cono sur, Centroamérica, y ahora México, ha unido las vidas de dos mujeres venezolanas en Monterrey, aunque la travesía ha pecado en complejidad.
Se trata de Jeanine Figuera, de 28 años, y Mariana Martínez, de 29, madres de familia que pese a ser connacionales, se conocieron en medio de la adversidad y la precariedad.
Figuera salió de Venezuela hace casi cinco años, habiendo recorrido hasta ahora 11 países, entre ellos Colombia, Perú, Brasil, y por supuesto México.
Tiene en sus brazos a una pequeña niña de cinco años, viene con su esposo, y desde mes y medio atrás junto a un grupo de aproximadamente 15 personas, que recorrieron la selva de El Darién a su lado.
La joven explica que la aventura comenzó en Colombia, tras dar a luz a su hija, de la cual se separó y la dejó con su esposo, con el fin de buscar un mejor futuro para los tres.
“Yo duré casi un año en Colombia, hice el dinero, volví a Venezuela, viajé con mi hija y mi esposo juntos a Perú, porque el primer viaje que había hecho fue sola, y dejé a mi hija al cuidado de mi mamá.
“Mi esposo había viajado a Brasil, pero la situación económica, como era frontera, estaba caótica allá, no le estaba yendo bien a él y decidimos reunir un poquito más de plata para poder establecernos mejor en Perú, donde teníamos familia”, relató Jeanine.
Padeciendo en el viaje, dijo que la selva panameña (El Darién), fue quizá la prueba más difícil en su recorrido hacia el país azteca, pues el clima era tormentoso, extremo y el panorama desolador.
“La selva fue uno de los caminos más difíciles, caminamos entre lluvias, sol, los niños se enfermaban, nosotros padecíamos de dolores en los pies y la hinchazón”.
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Por su parte, Mariana dice que los bajos sueldos y el cataclismo político que hunde a Venezuela y a América Latina fue razón suficiente para que ella, su esposo, su hermana, su sobrino y sus dos hijos se convirtieran en migrantes.
“No te alcanza ni para la salud, te alcanza para comida, y pagar arrendamiento y servicios, por eso es por lo que la mayoría de los venezolanos tomamos esta decisión, es fuerte, pero buscamos un futuro más que nada para nuestros hijos”, expresa.
Su niña más pequeña nació en Ecuador cuando ya tenían un año fuera de su país, narra que, pese a ello, las condiciones no estaban dadas para radicar ahí, pues los salarios seguían siendo bajos, y su estatus de migrantes indocumentados seguía vigente.
Su llegada a México
El arribo a territorio mexicano supuso para Jeanine, Mariana y el resto de migrantes, un huracán de emociones y desencantos.
Los venezolanos tramitaron en Tapachula el permiso para transitar por el país, sin embargo, las autoridades han puesto trabas una y otra vez en su trayecto a suelo estadunidense.
“En esta terminal tenemos seis días (en Monterrey), tenemos niños, nos han tenido mucha tranca, de un estado a otro estado, siempre ha habido dificultad para avanzar, esperamos en las calles, sin comida, sin techo”, comentó Figuera.
Agregó que, en su viaje en camión de la Ciudad de México a Saltillo, fueron detenidos y abandonados a mitad del camino, sintiendo el frío por las noches, y el sol por el día.
Ambas confirmaron que ni ellas ni el grupo que las acompaña han intentado viajar hacia la frontera con Estados Unidos todavía, ya sea por Coahuila o Nuevo León.
Indicaron que compraron los boletos pero no se les permitió el ingreso al transporte, ni se les regresó inmediatamente el dinero del viaje.
“Íbamos a hacer escala de Saltillo a Monterrey, y de aquí a Acuña, llegamos solo aquí, y a eso de las 11:30 que era la hora de salida, nos dijeron que no podíamos viajar porque no estaban autorizados, y era algo que ellos ya sabían, e incluso así nos vendieron los boletos”, acusó una de las migrantes.
Los días han pasado, y el presupuesto de las familias se va estirando y agotando.
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Aclaran que la situación que se vive en la Central de Autobuses de Monterrey tiene que ver con el estancamiento al que las autoridades los han condenado en la capital de Nuevo León, mientras la precariedad corroe la salud de los más pequeños.
“A ninguno de los que estamos aquí nos queda nada, aquí estamos quedándonos en la terminal, porque no tenemos ni para pagarnos una noche de hotel y mucho menos comida.
“Mi hija tiene más de un mes enferma del estómago y por más tratamiento que le mandan, con fiebre y en esas condiciones que andamos, lamentablemente no tenemos ni para llevarla a un doctor”, lamentó Martínez.
Pese a dejar atrás toda su vida y sus bienes, el infortunio alcanzó a este grupo de venezolanos, que aún así sueñan con un porvenir brillante del otro lado del muro.
“Teníamos parte del ahorro, tuvimos que vender muchas cosas de nosotros, la casa, los artefactos eléctricos, cocina y todo para poder venir hasta acá, más es complicado porque gastamos en los días parados aquí y no llegamos a nuestro destino”, sentenció una de ellas.