Buzzcocks, punk y nostalgia

EL ÁNGEL EXTERMINADOR

La banda formada en Bolton, Inglaterra, se presentó el sábado 19 de mayo en el Plaza Condesa para sacudir los corazones de una afición compuesta por los seguidores más leales y los amantes del one hit wonder

Hay Buzzcocks, punk y rock para otro rato, mientras la música no deje de sonar. (Karina Vargas)
Karina Vargas
CdMx /

El mismo día en el que la realeza británica acaparó con su pomposidad todos los reflectores del mundo por la unión del príncipe Harry y la actriz Meghan Markle, en la capital mexicana se alistaba para salir al escenario uno de los ejemplares más estimados del punk rock inglés: Buzzcocks. Cuarteto que surgió por influencia directa de quienes entonaran a finales de los setenta “Dios salve a la reina/ el régimen fascista/ te hicieron un idiota/ una potencial bomba “H”/ Dios salve a la reina/ ella no es un ser humano/ y no hay futuro, en la voz de Syd Vicious y la música de los Sex Pistols con el sencillo “God Save The Queen”.

Así, lejos de la excentricidad de la monarquía y cerca de una agrupación que se antepone a la premisa de que el punk murió y el reguetón es su nuevo referente, el foro ubicado en el número cuatro de Juan Escutia en la colonia Condesa se llenó de la energía adolescente que aún conservan Steve Diggle (guitarra y voz), Pete Shelley (guitarra y voz), Chris Remington (bajo) y Danny Farrant (batería). Tras la disolución de la banda en 1981, tan solo cinco años después de su formación y su reencuentro en 1989, con únicamente dos de sus integrantes originales a bordo, la banda se presentó por primera vez, dentro del Festival Marvin, en una ciudad que se resiste a aceptar que canciones como “Movimiento naranja” la representen en esencia.

Poco antes de las cinco de la tarde, las puertas del Plaza se abrieron y los asistentes comenzaron a ocupar la pista del lugar. Casi una hora después, las luces y la música de fondo se desvanecieron como invitación discreta para enfocar la vista sobre el plató y ver desfilar a Shelley y compañía. El público los recibió con una explosión de aplausos y ellos respondieron con los primeros acordes de “Boredom”, canción incluida en su primer EP, Spiral Scratch (1977), en el que aún colaboró Howard Devoto, quien después de formar la banda como vocalista, al lado de Pete Shelley en la guitarra, se retiró para crear Magazine, proyecto que combina, principalmente, los sonidos del new wave y el post punk. A esa introducción le siguieron “Fast Cars”, “Love Battery” y “Orgasm Addict”, single clásico del 77 con el que Buzzcocks se ganó el reconocimiento de la escena punk de su época, a pesar de condimentar sus letras con un poco de romance y sus ritmos con un tanto de pop.

Al frente de un visual que solo mostraba el nombre del cuarteto en una variedad de tonos rojo y blanco, los músicos continuaron con su presentación con “What Ever Happened To?”, una canción que compara la banalidad de las cosas con una relación amorosa en la que lo superficial y la forma están por encima de la sustancia. Después llegaron “Autonomy” y “Get On Your Own”, de su álbum debut Another Music In A Different Kitchen, de 1978, compilación grabada por lo que se conoce como la alineación “clásica” de Buzzcocks, con John Maher en la batería, Steve Diggle en la guitarra, Steve Garvey en el bajo y Pete Shelley con su guitarra en el papel de frontman.

Entre saludos, guiños al público, gritos, baile, empujones y un itinerante slam sobre la pista, sonaron “Why She’s A Girl From The Chainstore” (1978) y “Soul Survivor”, esta última integrada en el disco Flat Pack Philosophy de 2006, en el que lograron reinterpretar, treinta años después, su discurso irónico y desenfadado: “Soy un superviviente del alma y vivo en un mundo de tachuelas/ Lo que sea que digan, simplemente rueda por mi espalda… Vamos a encender este fuego llameante/ espíritu de superviviente”.

Regresaron a los setenta con el ritmo relajado de “Why Can’t I Touch It?” y subieron el volumen con “I Don’t Mind”. A este par de entregas le siguió un tributo a las mujeres que transitan por una vía diferente a la imagen y reglas establecidas por la sociedad de lo que significa ser mujer con “Mad, Mad Judy” y viajaron de nuevo a los 2000 con “Sick City Sometimes”, una crítica al salvajismo urbano. Al repertorio musical se sumaron “Nothing Left” del álbum Love Bites y “Noise Annoys”, pista noventera dedicada a todos aquellos padres que han tenido que soportar el “ruido” que emiten las bocinas de sus hijos cuando conocen algún ritmo que les hace explotar la cabeza y los levanta a ponerse a bailar. En fila sonaron las románticas “You Say Don’t Love Me”, “Love You More” y “Promises”, para dar paso a la canción que cerró la primera parte del recital: “What Do I Get?” (1989), de notas más roqueras en la que se cuestiona dos premisas universales: ¿cómo conseguir un amor inigualable y una amistad que se quede hasta el final?

El escenario se oscureció para ambientar el típico juego en el que la banda sale y el público clama por otra dosis de emoción. De este modo, los Buzzcocks dejaron por unos instantes sus instrumentos y regresaron, en medio de un ritual de ovaciones, para concluir su presentación. Con “Harmony in my head”, Shelley, quien jugó a ratos como un niño con una gorra en su cabeza, tuvo más interacción con el público al incitarlos a cantar el coro de la canción. El resultado de esta colaboración quedó lejos de ser exitosa pues, al parecer, un generoso grupo de espectadores desconocían la letra de esa pista; aun así el ánimo se esparció por cada rincón de la masa melómana. En esta parte, por un aparente problema técnico, el guitarrista Steve Diggle salió de escena, pero se reincorporó para tocar el éxito que todos esperaban, “Ever Fallen In Love (With Some You Shouldn’t)”. Este sencillo de 1978, inspirado en un diálogo del musical de los cincuenta Guys And Dolls, de Frank Henry Loesser, que dice “Have you ever fallen in love with someone you shouldn't have?” (¿Alguna vez te has enamorado de alguien de quien no debías?, tocó las fibras más profundas de nostalgia y emotividad en cada uno de los presentes.

Que los Buzzcocks, con esa potente participación que duró más de una hora, cerraran con una de sus creaciones más entrañables, reinterpretada por varios artistas a lo largo de las últimas cuatro décadas fue, sin duda, la mejor manera de recordarle a la gente que la energía, la creatividad y el amor en sus distintas expresiones positivas, son la fórmula perfecta de la juventud y lo que esto conlleva. Hay Buzzcocks, punk y rock para otro rato, mientras la música no deje de sonar.

Aquí una probadita de lo que sonó aquella noche en el Plaza