Si bien es cierto que todo material cultural puede ejercer una enorme influencia en hombres y mujeres, propagando formas de vida o de entender el mundo no siempre correctas, también es verdad que no podemos meter a todos y todo en un mismo hashtag. Sí, hay en las letras de Roth una visión particular sobre el amor, la erótica, la soledad, las parejas, la idea de hombría, el gozo pero, sobre todo, encontramos una exploración multinivel de las posibilidades que todo ser humano tiene de ejercer el deseo.
Quizá no estemos de acuerdo con la visión de Philip y ahí radica uno de sus principales encantos: pone al lector frente a una vitrina sin lentejuelas ni plumas de colores. Lo que hay es la descripción descarnada del ejercicio del ser, muchas veces en bruto, sin correcciones ni reflexiones previas (aunque tras los hechos de revelen las interrogantes) porque, ¿qué acaso no es así el proceso que se vive para encontrar nuestro lugar en el mundo, el sentido del estar aquí, ahora? ¿No podemos ver reflejado en un espejo de letras situaciones que nos caracterizan pero, vistas a la distancia gracias a las novelas de Roth, nos parecen deplorables? ¿Puede ser de utilidad para no repetir patrones el enfrentarnos con una historia que no es, eróticamente hablando, ni sana ni segura y a veces ni consensuada, como las de Sabbath, para comprender cómo opera el abuso del sexo?
El objetivo de la literatura no solo es agradarnos, hacernos sentir identificados con los autores, confiados, seguros. Tiene la misión de confrontarnos, de convertirnos en jueces y en parte de las vivencias plasmadas en las hojas de papel.
Sí, es importante educar en lo erótico y hay cosas en la obra del autor de Pastoral americana que pueden servir para ello pues no todo educa de manera lineal; a veces es interesante enfrentar a la gente con sus demonios. Al menos eso me pasó cuando leí por primera vez a este enorme escritor: una parte de mí rechazaba sus historias, quería aleccionar a sus personajes femeninos, pero otra se sentía hipnotizada al entrar a un mundo no del todo ajeno pero sí crudo y directo.
Por eso, hoy comparto algunos fragmentos de ese Zuckerman encadenado que nos enseñó que todo durazno del deseo tiene también un hueso en el centro que podemos roer hasta destruirlo o echarlo a la tierra para que dé raíces.
“Él trató repetidas veces de impedir que su mirada se posara en la protuberancia de sus senos que subían y bajaban al respirar. Aquel era un tormento que debía alejar. La idea era una afrenta al sentido común y una amenaza a su cordura. Su excitación era desproporcionada en relación con cualquier cosa que hubiera sucedido o que pudiera suceder. No solo tenía que ocultar su apetito sino que, a fin de no enloquecer, debía aniquilarlo. Pero siguió adelante con tenacidad, tal como había planeado, creyendo a medias todavía en la posibilidad de que existiera una combinación de palabras que de alguna manera le salvaran de la derrota.”
Elegía
“—¿Es que no te basta con un solo compañero monógamo? —le preguntó a Drenka—. ¿Te gusta tanto la monogamia con él que también la quieres conmigo? ¿No puedes ver ninguna relación entre la envidiable fidelidad de tu marido y el hecho de que te repela físicamente? —y siguió diciendo en un tono afectado—: Nosotros, que nunca hemos dejado de excitarnos mutuamente, no nos imponemos promesas ni juramentos ni restricciones, mientras que con él joder resulta repugnante incluso durante los dos minutos al mes en que te inclina sobre la mesa del comedor y te lo hace por detrás. ¿Y cuál es el motivo? Matija es corpulento, potente, viril, con esa cabellera negra parece tener un puerco espín en la cabeza. Sus pelos son auténticas púas. Todas las viejas damas del condado están enamoradas de él, y no sólo por su encanto eslavo. No, su aspecto las pone cachondas. Todas tus camareritas se pirran por el hoyuelo de su mentón. Le he visto en la cocina en pleno agosto, con casi treinta y ocho grados, cuando en la terraza hay diez hileras de personas que esperan mesa. Le he visto producir en serie las comidas, asar a la parrilla todos esos kebabs, la camiseta empapada en sudor, reluciente de grasa… Incluso a mí me pone cachondo, solo repele a su mujer. ¿Por qué? Su naturaleza ostentosamente monógama, no hay otra razón.”
El teatro de Sabbath
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El Sexódromo