Autorretrato

Libro

Una demostración más del uso excepcional de la sintaxis, la atinada elección de temas y la transparencia para compartirlos con el lector.

"Autorretrato sin mí", Tusquets, México, 2019.
Ciudad de México /

No es común que de una novela se vendan alrededor de un millón de ejemplares, y Patria, la de Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), lo alcanzó en apenas tres años, prueba de sus muchas cualidades literarias, en breve trasladadas al formato televisivo por la productora HBO. Su trama, “una mujer que ha perdido a un ser querido a causa de un atentado de ETA quiere, antes de morirse, que le pidan perdón”, es una especie de sinopsis de los temas extendidos por el novelista en una docena de títulos. Del embrollo de las experiencias y relaciones humanas, preferentemente las de una “ciudad que toma su nombre de un varón semidesnudo erizado de flechas”, y que trasmutadas en libros bien pueden, como apunta el mismo autor, facilitarnos “el logro de espacios de libertad”.

Tenemos ahora un nuevo libro de Aramburu, Autorretrato sin mí, no novela ni cuento, sí una demostración más del uso excepcional de la sintaxis, la atinada elección de temas y la transparencia para compartirlos con el lector. “Pensamientos al aire” que, en su aparente llaneza, consiguen retratar por completo al mismo escritor y los asientos de un ejercicio que vislumbra como “arte laborioso”. Aprendizaje fatigoso y placentero que le ha permitido expresar, 23 años ya desde Fuegos con limón, “pensamientos con declinaciones, con vocales largas y breves, con enrevesadas construcciones verbales, en el idioma que desemboca en Goethe, Kafka, Fontane”.

En 61 instantáneas ante el lector, Autorretrato incluye cuestiones como tiempo (“a quien todos inculpan, a quienes todos difaman y abandonan”), ciudad (“qué hacemos todos aquí”), mar (“el único al que encuentro igual que siempre, libre de vejez y decadencia”), amistad (“seres humanos cuya mirada me limpia”), padre (“el héroe modélico que no era”), lengua (“la más firme y duradera de mis pasiones”)… Así hasta varar en uno de sus más estimables puertos, Albert Camus, “que me enseñara a amar al hombre por encima de la idea, y a amar la cara del hombre por encima del hombre, y a amar a los ojos, la frente, la boca personal del hombre por encima de su cara”.

“Convivo desde entonces —firma el autor, exploración de sí mismo— con cada uno de los ciudadanos y no con el gentío, con el pobre de la esquina y no con la pobreza, con mis cejas tristes en el espejo y no con el espejo”. 


  • Mauricio Flores
  • mauflos@gmail.com
  • Periodista, estudió Ciencia Política y Administración Pública en la UNAM

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