En días recientes la Compañía Nacional de Danza (CND) presentó como parte de su programación anual el ballet La bella durmiente del bosque en una versión coreográfica de Mario Galizzi, quien fuera director artístico de la CND hasta mayo pasado.
La función de estreno fue muy caótica por las circunstancias que la antecedieron.
La Compañía manifestó públicamente que hubo múltiples trabas para trabajar de manera profesional el montaje de la pieza: se redujo el tiempo de ensayo y montaje sin medidas que pudieran compensar esa contingencia, sin atención a los reclamos de bailarines y músicos, a quienes les ofreció audiencia la titular de Bellas Artes, Lidia Camacho, una hora antes de iniciar la función, a cambio de no leer su manifiesto de inconformidad.
El resultado ha sido reseñado por varios críticos: un desastre. Un ballet mal ensayado, bailarines desconcentrados e incómodos y una evidente descoordinación entre los diferentes aspectos de un montaje de tales dimensiones. En su columna en Confabulario, Juan Hernández reseña con detalle esta suma de contratiempos y no duda en calificar de “decadente” el actual momento por el que atraviesa la compañía.
Sin embargo, considero que, aunque la crítica expone claros problemas dentro de la agrupación dancística, el problema de la situación, tanto en la CND como en la danza nacional, amerita tiempos y espacios de reflexión que abunden en los conflictos y los aborden y discutan de manera más integral. Las adversidades que se reflejan en el escenario no son resultado de un solo aspecto, sino multifactoriales.
Ante tal preocupación, conversé con Carolina Ureta, a quien conocí en el TCUNAM y que transitó algunas temporadas por la CND. Coincidimos en decir que la danza nacional padece una crisis severa y requiere de una mirada abierta y profunda para otorgarle el lugar que merece dentro de una política cultural clara. La Compañía Nacional de Danza es un síntoma evidente, pero no el único.
Generalmente, las direcciones artísticas se han otorgado para parchar problemas que surgen y se suman sin darles soluciones ni reflexionando sobre los rumbos que los proyectos deberían tener. En este espacio he abundado, por ejemplo, en el despropósito que ha sido el gasto en montajes sin ninguna vinculación con la realidad, superficiales y vetustos. De ningún modo sugiero que los gastos se reduzcan; por el contrario, varias compañías merecen recibir recursos similares y ponerlos a trabajar de modo profesional y consecuente.
El público en Bellas Artes ha sido muy generoso y sigue llenando la sala, pero esto ha derivado en reciclar una fórmula reduccionista de las obras y a evadir el reto de la adaptación de los temas, nuevos tratamientos, otros lenguajes y vinculación con el mundo en el que nos confrontamos cotidianamente.
En pleno siglo XXI los criterios de admisión y ascenso en una agrupación como la Compañía Nacional de Danza son la blanquitud y un criterio estético más acorde a la revista Vogue que a una compañía de danza, criterio que se ve reflejado en el escenario, con un elenco digno de “una compañía de princesas”, alejadas de la técnica y la pasión por el arte.
Talento hay de sobra, no solo en la CND. Se requiere de manera urgente un proyecto nacional que ofrezca oportunidades de desarrollo técnico y creativo. Criterios interesados en la danza y no en su burocratización, abandonar el racismo y clasismo para centrarse en el potencial creativo y transformador. De lo contrario, seguiremos expulsando talento y sensibilidad, y continuaremos consolidando la idea entre los bailarines de que lo mejor que les puede pasar es hacer danza lejos de su país. Quienes encabezan la política cultural en México lo consideran un cuento de hadas, pero la realidad es otra.