Quizás un baño público pueda parecer un espacio anacrónico y ajeno a la dinámica contemporánea. Sin embargo, para la directora Dalia Reyes estos sitios simbolizan resguardo, sanación y limpieza. A partir de tres historias, el documental Baño de vida revisa la dimensión humana que pueden alcanzar estos espacios.
Con esta entrevista, concluye el ciclo de esta sección en Laberinto, espacio al que agradezco haber sido la vitrina por medio de la cual se asomó lo más representativo del cine mexicano en los últimos años.
¿Por qué hacer una película sobre los baños públicos?
Siempre me han parecido espacios extraordinarios y con una enorme tradición. Mi familia los usaba no solo para relajarse, sino como parte de sus hábitos de limpieza.
Para despertar el interés del público acerca de un tema fuera de la coyuntura es importante el punto de vista desde el cual se aborda. ¿Cómo lo delimitó?
Busqué personajes que asistieran por la misma razón. El baño es una especie de oasis, un sitio íntimo que les permite alejarse de sus problemas. A Felipe lo descubrí en los Baños Margarita. A Juana la conocí por un trabajo anterior con las barrenderas del Centro Histórico. Y Jose es mi tía; la incluí como un homenaje a mi familia y sin querer se convirtió en el hilo conductor que simbolizó la conexión de un espacio funcional con una historia personal.
La película tiene un dejo de nostalgia que se apuntala con los mismos personajes y en los propios baños.
En un punto, los personajes siempre se refieren al pasado. En algún momento, consideré entrevistar a chavos, pero descubrí que la tendencia actual es usar los baños para encuentros homosexuales. Esa línea no me interesa a pesar de que encontré la historia de una pareja que se conoció en los baños y hoy vive feliz y con hijos.
Sin embargo, la alusión al pasado no es por su dimensión urbana.
Al principio, pretendí hablar del baño como un sitio de resguardo dentro de la megalópolis. Incluso manejé secuencias de los espacios caóticos y ruidosos en los que se desenvolvían los personajes. Sin embargo, fueron ellos mismos quienes me dijeron: “Si ya nos metiste al baño, no te salgas de ahí”. Así fue como la película tomó otra dirección.
Para mis personajes, el baño es un sitio de resguardo ante las adversidades de su vida cotidiana y un espacio para limpiarse física y espiritualmente. Durante las entrevistas reconocían que la exfoliación es una especie de sanación. Hay una sensación que trasciende lo físico. Un ex halcón me decía que el vapor le ayudaba a quitar las manchas de vida que le incomodaban; me confesó que si no se volvió loco fue gracias al vapor. Cuando lo escuché, descubrí de qué iba a ir la película. El vapor genera una sanación del alma ante el abandono de los maridos o la muerte de los hijos. Es como una especie de limpia interior.
Cuando Juana recuerda su violación cuenta que durante una semana no pudo bañarse. Su experiencia me sirvió para comprender el carácter simbólico del agua, algo que está presente en todas las culturas. Hay una película finlandesa muy interesante, Vapor de vida, donde los hombres hablan de su experiencia con la sauna. En las culturas prehispánicas teníamos los temazcales, espacios con un carácter ritual muy importante. Al final creo que Baño de vida habla de la importancia y la tranquilidad que produce la limpieza interior.