De lo sutil universal a lo histérico local

Hombre de celuloide

El guion de Perfectos desconocidos realizado en su mayoría por Paolo Genovese, está tan bien escrito que resiste casi cualquier adaptación. No por ello debe menospreciarse el reciente remake mexicano, que ha hecho un gran trabajo.

Remake mexicano de esta cinta italiana,un gran trabajo
Fernando Zamora
Ciudad de México /

@Fernandovzamora


El guion de Perfectos desconocidos ha sido tan bien escrito por Paolo Genovese y otros cuatro italianos que puede resistir una, dos o diez remakes. Sus autores han conseguido explotar su trabajo como ciertos restauranteros que venden sus conceptos mediante el sistema de franquicia a un nuevo dueño que puede darle su toque personal en el entendido de que debe respetar el sabor original.

Manolo Caro es aquí el nuevo dueño y presenta Perfectos desconocidos versión México. Comparar a Caro con la versión original (que puede verse a través de iTunes) termina por hablar bien del cine nacional. Para comenzar, demuestra que hay aquí una factura fílmica que está a la altura de las grandes del mundo: la española, la italiana, la francesa. Segundo: Caro ha sabido leer el guion tan bien como si fuese su autor. Si uno revisa las versiones francesa y española (que pueden verse a través de Netflix) se dará cuenta de que el personaje principal es un abogado que parece poco escrupuloso pero termina por ser leal a toda costa. En tercer lugar, la versión mexicana de Perfectos desconocidos tiene excelentes actuaciones. Aquí, sin embargo, es donde podemos comenzar a hablar del toque cien por ciento nacional pues lo que en Italia era una pieza con toques líricos se ha vuelto en México una cena de enajenados que revelan sus vidas frente a un cuadro de Francis Bacon flanqueado por esculturas de Franz X. Messerschmidt. Todo ello macerado con música de Timbiriche y actuaciones muy subiditas de tono.

La anfitriona deja de ser la chica frágil que está a punto de dejar a su marido para volverse la bruja que introduce a sus amigos en este laberinto en el que se encuentran todos con el Minotauro de sus secretos. Como es sabido, Perfectos desconocidos cuenta la historia de un grupo de amigos que durante una cena deciden que cualquier llamada, e-mail, whatsapp o mensaje que reciban se hará público. Lo anterior sirve de pretexto para atisbar en la intimidad de la pareja con excepción de un hombre singular que ha llegado a cenar sin pareja. ¿Por qué? Este es uno de los muchos misterios de este guion que puede transitar entre la pieza italiana y el melodrama mexicano justo porque los personajes están construidos tan bien que pueden resistir cualquier embate. La versión francesa fue dirigida por Fred Cavayé, quien lo único que supo incorporar fueron fracasados chistes sobre comida mal hecha, lo cual habla en efecto de cierta obsesión parisina por la alimentación. Por su parte, la versión española, dirigida por Alex de la Iglesia, es casi tan frenética como la de Caro aunque el director vasco introdujo un mundo apocalíptico con tanta gratuidad como el Timbiriche de Caro que, llegado el clímax, explica: “se resolvió el rompecabezas, puede que sea el amor”. A decir verdad, la versión mexicana de Perfectos desconocidos es la mejor después de la italiana. Lo es porque Alex de la Iglesia estaba en lo suyo y no se dio tiempo para explorar a los personajes y porque la francesa termina por ser tan triste que resulta patética. Si no era posible devolver al guion las sutilezas de un cine ligero y cosmopolita, Caro hizo bien en hacer con esta historia algo histérico y local. Tanto que ha fascinado a los mexicanos que aquí se identifican y ríen sin tener que adentrarse en las vulgaridades del cine de albures pero sin tener tampoco que elevarse al parnaso de la original italiana que tenía la profundidad de lo humano y universal.



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