¿Cuándo empezaste a tramar En el viaje?
Fue justo el día en que supuestamente se iba a acabar el mundo, en el 2012. Estaba con mi chico y varios amigos en un rave en Tulum, y decidí que tenía que hacerme unas cuantas preguntas sobre el uso de sustancias, porque la cosa es muy compleja y tiene muchas aristas como para “resolverla" de un plumazo con la prohibición. Pasaron dos años más antes de que yo me encontrara en el hospital, a punto de ser operada de emergencia con una pancreatitis, habiéndome convertido en mamá poco antes. Ahí cristalizó la idea: supe que para sobrevivir, tenía que escribir un libro con un nivel de reventón como jamás volvería a tenerlo en mi propia vida. Así, con el motor de la nostalgia al principio y muchos otros ingredientes que se fueron sumando después, estuve pensando En el viaje (investigando, haciendo notas) durante cuatro años. En escribirlo y editarlo me tardé dos más.
Dice Rosa Montero que uno debe escribir cargado de preguntas y no de respuestas. Creo que el ejercicio que yo hago al escribir es eso: tratar de entender, de entenderme. Descubrir qué pienso más que declararlo. Supongo que también por eso siempre sitúo a mis personajes en la Ciudad de México como campamento base y por eso hablan como yo hablo: escribo sobre lo que conozco, sobre aquello en lo que puedo hacer un corte profundo y sumergirme hasta lo hondo.
¿Lo ves como una continuación de la vida de Elena Balboa, protagonista de tu trilogía Quiéreme, pensando en seguir la aventura de crecer, ahora con los retos y cuestiones propios de la juventud?
En el viaje sigue ponderando temas cruciales de mis anteriores libros. Si la trilogía Quiéreme fue el recorrido de una mujer muy joven en busca y ejercicio de su autonomía, los personajes de En el viaje están en la búsqueda del ejercicio de su libertad. Son jóvenes adultos en una edad en la que se te exige formalizar, asentarte, producir, reproducirte y poner los pies en la tierra cuando querrías estar volando como nunca, viviendo todas las experiencias posibles. Esta contradicción (que no necesariamente lo es) me parece fascinante y quise explorarla a fondo. Los amigos y el amor siguen siendo temas ineludibles y básicos para mí.
Por cierto, hay dos personajes de la trilogía Quiéreme que aparecen En el viaje. Un verdadero fan posiblemente los va a reconocer…
La novela se va desarrollando mediante diálogos. ¿Por qué elegiste esta estructura?
Decidir la estructura fue una de las cosas más complicadas para empezar este libro. Quiéreme está contado desde Elena, la protagonista; es su voz y son sus pensamientos los que hilvanan la historia. Aquí no podía hacer lo mismo, porque se trata de ocho personajes protagónicos a lo largo de diez años de aventuras juntos. Para contar eso necesitaba un narrador que lo supiera todo, que pudiera meterse en la cabeza de los personajes a placer y que pudiera ir y venir, saltar de una “escena” de vida a otra, de una idea a otra, en una suerte de libre asociación. Los diálogos permiten que los personajes se cuenten a sí mismos, mientras el narrador nos lleva por todos estos parajes sin detenerse en casetas ni módulos de migración.
¿Cómo ha sido tu juventud? ¿Las vivencias propias te han impulsado? ¿La de gente que te rodea?
Mi juventud tuvo muchas etapas. Primero fui una adolescente súper conservadora y religiosa que tocaba en la estudiantina y daba retiros en una escuela de monjas. Desde chica me gustó dibujar y escribir historias (incluyendo la mía en diarios), pero a la hora de elegir carrera, no tenía muy clara mi vocación. Estudié Comunicación y creo que fue una buena apuesta, me divertí mucho y aprendí a hacer muchas cosas, entre ellas escribir guiones, que pronto se convirtió en mi quehacer y con lo que pude empezar a pagar la gasolina, las fotocopias y las cubas. Siempre fui muy noviera y amiguera también, pero selectiva. Lo conservadora se me empezó a quitar ahí y se me esfumó por completo cuando me fui a España a estudiar mi maestría. Ahí me di cuenta de que también tenía una fuerte vocación por la fiesta.
Todo esto se cuenta rápido pero el proceso fue bien intenso y por momentos muy duro. Desde muy chica viví sola con mi madre, que estaba enferma y me necesitaba mucho. Separarme de ella para hacer mi propia vida fue como arrancarme una tercera pierna, doloroso pero indispensable para poder caminar. Creo que si sobreviví fue porque siempre me hice caso. Mi apuesta fue confiar en mí misma ciegamente, aunque a veces no tuviera la menor idea de lo que estaba haciendo.
Un primer hilo conductor de la historia es la búsqueda. Otro, son las drogas. ¿Qué opinas de ellas?
En el viaje fue realmente un viaje a lo profundo en un sentido mucho más amplio del que podría explicar. Una de las cosas que no tenía planeadas y que hice ya avanzada la escritura, fue ir al desierto a comer peyote. Estudiando sobre ello de pronto me di cuenta que no podía seguir escribiendo sin hacerlo. Yo ya había probado varias sustancias a lo largo de los años pero esto me causaba mucho respeto. La experiencia fue una de las cosas en las que más me agradezco haberme hecho caso. Y en resumen, consistió en eso: en pura gratitud. Comprobé que el sentido existe y que lo sagrado existe pero no entiende de dogmas ni instituciones. Fue una manera muy hermosa de hacer las paces con mi vieja e inconclusa etapa “espiritual". Y creo llevó a la novela a otro plano.
Sobre las drogas en general, llegué a varias conclusiones a través de la escritura. La primera es que no es lo mismo el uso que el abuso de algo, y las drogas son solo una de las muchísimas cosas de las que uno puede abusar o hacerse adicto. Desde luego no son para todo el mundo, pero considero que es uno mismo quien debería determinarlo. Estoy definitivamente en contra de la prohibición. Creo que no ha servido de nada, entre otras cosas porque las adicciones son sólo un síntoma, y no el problema de fondo. El problema tiene que ver con nuestros huecos, con nuestra relación loca con el consumo, con nuestras relaciones también enmarcadas por el uso y el abuso. La pregunta no es qué hacemos con las drogas y los adictos. Las preguntas son otras, y son más hondas y complejas. Y hay que comenzar a formularlas con celeridad.
El tercer hilo sería la amistad. ¿Eres amiguera? ¿Cómo es tu relación con los demás? ¿Crees que la amistad tiene límites?
Para mí los amigos son lo más importante de la vida, así de plano. Son la familia que uno elige, y aprender a elegir y a responsabilizarse por las propias decisiones es el ejercicio clave de la existencia. No todos los amigos duran para siempre. Algunos te acompañan un rato y luego cambian de coordenada o hasta de universo. No importa. Porque mientras están, van acuñando el mapa de tu vida a través de experiencias y momentos que no puedes compartir con tus familiares. O no con todos. En mi caso, elegí que mi hermana y mi pareja fueran parte de mi grupo de mejores amigos de por vida. Creo que eso también es posible. No sé en qué consiste ser o tener un “buen” amigo. O un “verdadero” amigo. Pero creo que eso va en proporción con lo bueno y verdadero que se consiga ser con uno mismo.
Secretos, apariencias, anhelos están en sus páginas. ¿Con qué personaje te identificas?
¡Con todos! Dicen que la escritura es la permisividad de la esquizofrenia y estoy completamente de acuerdo. Creo que cada uno de los personajes de En el viaje tiene una o varias facetas mías y de personas que me han marcado. Es muy curioso porque la gente que va terminando el libro me cuenta que también se identifica o que ha sentido fuertes coincidencias con los diferentes personajes en las distintas etapas de sus vidas (de los lectores, pues). Eso me encanta. Me confirma que estamos trenzados de formas misteriosas, y que las palabras son como una fórmula alquimista a través de la cual podemos encontrarnos y abrazarnos en una coincidencia más allá del espacio y el tiempo.
Te has arriesgado a publicar una novela con 654 páginas y letras chiquitas. ¿Cómo ha sido recibida esa presentación en la era digital?
Es un libro largo, sí. Y era más largo todavía. Tuve que tumbarle como cien páginas ya que estaba listo, para que Penguin Random House lo publicara. Me daba miedo que nadie lo leyera, pero poco a poco la gente lo va terminando, en un formato u otro, y les va gustando mucho, y eso me va tranquilizando. Creo que del número de páginas impresas, con quien más me da culpa es con los árboles.
VMB