Lucha extrema en el Edomex; una tarde familiar entre el ruido y la furia

Crónica de uno de los espectáculos más insólitos en el Estado de México: las funciones de lucha extrema dentro de un deshuesadero organizadas por la productora Zona 23. ¡Sangre, familias, máscaras y pedacería automotriz!

¡Si hay sangre el público vitorea! | Foto: Ariel Ojeda
Estado de México /

Sobre el ring, Osiris se transforma. Antes de entrar siente nervios y para apaciguarlos se encomienda a Dios, también piensa en su papá “que está en el cielo”, y en su motor de vida, su hija.

Pero cuando sus botas pisan la lona del encordado de Zona 23, productora de lucha extrema con sede en el Estado de México, todo cambia: el joven dubitativo se convierte en un guerrero enmascarado que no teme aventarse desde la tercera cuerda hacia un oponente que lo espera sobre el cofre de un carro. “Para mí, el dolor es como una victoria”, confiesa en entrevista con MILENIO.

Osiris, que prefiere no dar su nombre de pila ni otros datos personales para conservar el anonimato, lleva 12 años como luchador profesional, y desde que conoció la vertiente extrema no se ha separado de ella, sobre todo de los eventos de Zona 23, que como templo tienen un deshuesadero ubicado en el número 30 de la avenida José López Portillo, frente al Mexibús Ciudad Labor, en Tultitlán.

Abel Guerrero Ríos comenzó este proyecto hace nueve años, tiempo en el que Aeroboy, Demus, Joe Líder, Trauma I y Pig Destroyer se han convertido en referentes de un estilo que tiene como base las llaves y lances de la lucha clásica, pero incorpora elementos externos para hacer más daño, por ejemplo: alambres de púas, lámparas y palos de madera. ¡Si hay sangre el público vitorea!

“Tengo un tío que trabaja en el deshuesadero, entonces una vez vine y me llegó la idea de realizar funciones de lucha extrema”, recuerda Abel, quien antes de producir y promover los duelos entre autos chocados y pedacería, era un fan en busca de “algo más” dentro de la oferta de arenas como la López Mateos o la de Neza.
Abel, el organizador | Foto: Ariel Ojeda
Lances desde todo lo alto | Foto: Ariel Ojeda
Sobre el ring hay púas y pedazos de vidrio | Foto: Ariel Ojeda
Osiris contra un payaso rudo | Foto: Ariel Ojeda

Algo más: menos actuación, más adrenalina.

Pirata Morgan, Súper Porky, Electroshock y Los diabólicos son leyendas del pancracio nacional que han aceptado salir de su zona de confort para batirse en ‘El lugar más violento del mundo’, slogan con el que Zona 23 atrae en cada función – que por lo regular se lleva un domingo de forma bimestral – a cientos de personas que pagan un ticket que va de los 250 pesos en zona general, con asientos que pueden ser la llanta de un camión o el techo de un carro, hasta 400 pesos en primera fila, que son una serie de sillas de plástico dispuestas frente al ring.

“Nunca hemos tenido un connato de bronca, ninguna situación que se salga de control, no hemos tenido ni una lesión fuerte. Es un festival extremo donde te tomas la cerveza en tu envase con tus amigos, tomas el sol y ves la lucha, el enfoque es arriba del ring”, asegura el organizador.

“La lucha es un deporte del pueblo”

La primera función comienza a las 2:30 de la tarde y enfrenta a Osiris, X-Dragon y Skull Face, los técnicos, con una tercia ruda que está debutando en Zona 23.

El momento cumbre del duelo ocurre cuando uno de los noveles luchadores, que en lugar de máscara trae un maquillaje bastante malogrado, es castigado por Osiris sobre la caja de un tráiler.

El público, al grito de “Aviéntalo”, espera que ambos caigan en el parabrisas de algún carro que circunda el gran vehículo, y por momentos parece que así será, sobre todo cuando el técnico pone al borde del precipicio al debutante. Pero en una muestra de ¿compasión? ¿cobardía?, Osiris decide bajar junto a su rival a través de la cabina del transporte, sin lance de por medio. Y los espectadores respetan su decisión con aplausos.

Esta acción tal vez puede explicarse con algo que dijo el gladiador antes del enfrentamiento: “He lastimado mucho mi cuerpo, apenas casi llego al hospital por una inflamación en los pulmones por tanto golpe, y mucha gente me dice que lo deje pero no, si Osiris llega a dejar esto sería darle el toque final… ya no me veo sin luchar, sin estar arriba de un ring”.

Los exponentes de la lucha extrema abrazan el dolor.

La primera lucha acaba con la tercia experimentada levantando las manos en señal de triunfo. Y con uno de los rudos siendo revisado por el doctor, que es requisito en cada evento.

El puesto de máscaras no puede faltar | Foto: Ariel Ojeda
Un evento para toda la familia | Foto: Ariel Ojeda
Una banda ameniza a mitad del evento | Foto: Ariel Ojeda
Las llantas son asientos | Foto: Ariel Ojeda

En la espera por el segundo duelo, un grupo de cumbia ameniza desde un escenario dispuesto frente al encordado, varios niños corren por el terreno levantando polvo a su paso y Martín Tostado Tejeda aprovecha para ir por una cerveza de 50 pesos. Con trago en la mano, el sesentón cuenta que es un fan acérrimo de la lucha libre, pues viajó desde Guadalajara solo para conocer el mítico deshuesadero.

“Siempre ha habido lucha extrema, desde que me acuerdo; antes eran sillas de madera y se daban sillazos, se daban en el piso, era pura tierra, pero ahora utilizan lámparas, tachuelas, es más violenta, pero es una manera de desahogarse del estrés de la semana: lo que no le puedes decir a tu jefe o a tus hijos, aquí se lo dices a los luchadores. La lucha es un deporte del pueblo”, señala.

Un desahogo, pero no por eso dejan de sorprender los pequeños que se suman a los gritos ofensivos contra los enmascarados. O que se ríen ante el dolor que la tercia llamada Porros NG provoca en Los Albañiles. Normalizando la violencia con papá y mamá al lado.

Con el público volcado al griterío y los abucheos, es turno de Judas El Traidor, quien sube al ring y de inmediato llama la atención por su complexión robusta, su calva y su porte rudo. Su rival, Fly Star, más querido por los presentes, luce un físico esbelto y de menor estatura, pero no se intimida.

La riña comienza con una serie de llaves que pronto llevan a Judas a la lona, pero el rudo se recompone y castiga a Fly Star con un lamparazo en la cabeza, lo que dispersa pequeños vidrios por el cuadrilátero, donde resaltan las manchas de sangre de los duelos previos.

El técnico quiere acabar rápido el round, por eso se sube a la tercera cuerda para un vuelo apoteósico, pero el resultado hace que todos externen sorpresa y preocupación: Fly Star calcula mal su caída y, al chocar con la lona, se disloca el codo. Esto imposibilita su permanencia en el ring, por eso entre varias personas lo llevan a los camerinos para que el médico haga lo suyo.

Por este tipo de situaciones, para Abel es importante concientizar a los fans de esta variante luchística que es algo hecho por profesionales. “Tengo hijos y trabajo mucho en eso: que esto es parte de un trabajo. Y ha funcionado, porque muchos regañan a sus hijos de que si se portan mal no los llevan a las luchas”, comenta.

Y añade que en Zona 23, “a diferencia de la lucha clásica, cualquier luchador tiene que llevar lona recorrida para que pueda trabajar con los artefactos, saberse pegar con las lámparas, sillas o mesas”. La sangre, hasta cierto punto, se planea.

Contra las cuerdas | Foto: Ariel Ojeda


Todos atentos al golpe | Foto: Ariel Ojeda


¡Crash! | Foto: Ariel Ojeda


Rudo solo en el ring | Foto: Ariel Ojeda


hc

  • Yair Hernández
  • juan.hernandez@milenio.com
  • Es periodista especializado en temas de cultura y entretenimiento. Actualmente trabaja como reportero para Milenio.

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