A decir verdad, El discípulo no es una gran película pero resulta interesante en el contexto en que aparece en Rusia. Dirigida por Kirill Serebrennikov, reconocido director de teatro (ha sido director artístico del Centro Gogol en Moscú), El discípulo está muy sobreactuada. La historia va de un muchacho que a partir del divorcio de sus padres comienza a lanzar citas bíblicas a diestra y siniestra. Luego se niega a nadar junto a niñas vestidas en forma inmoral (bikini) y termina por ponerse furioso contra la maestra de biología cuando quiere enseñarles a usar condones. En protesta, nuestro iluminado de dieciséis años lo que hace es encuerarse diciendo que la bióloga quiere corromper a la juventud. A partir de este escándalo queda claro que la directora escolar y su mano derecha (dos rusas bonachonas que se juntan a beber vino al salir de la escuela) ven con cierta simpatía al profeta de bachillerato. Es más, según nos enteramos en otras secuencias, comparten con él algunas de sus ideas.
Más adelante, entran en escena dos nuevos personajes. Primero la chica rubia despampanante que, diciendo que ha quedado fascinada por lo que vio cuando el adolescente se desnudó, le coquetea. Se besan. Y pareciera que nuestro santón está a punto de decir que sí cuando vuelve a exaltarse y grita: “Vade retro, Satanás”. En represalia, la chica comienza a tacharlo de “maricón”. Es aquí donde entra el verdadero mártir de una película cuyo título en ruso es un juego de palabras que refiere tanto a discípulo como a mártir. Este personaje es un muchacho tullido a quien todos molestan. El iluminado lo invita a comer y se empeña en rezar con él sobándole la pierna. Según nuestro profeta en ciernes, rezando así, con fe, conseguirá sanar la pierna de su discípulo y compañero de clase. Lo único que consigue es que crezca en el muchacho enfermo un amor que cada día se vuelve más sensual. Hasta aquí lo que se puede contar.
La película está actuada en un tono muy alzado, muy teatral, llena de gritos y ademanes que tal vez funcionen en el Teatro Gogol, pero no en un cine de la Ciudad de México. Por otra parte, la historia se cae pues, con excepción del muchacho rengo, todos los personajes son muy desagradables, incluida, claro, la maestra de biología a quien poco a poco el iluminado comienza a llamar “judía”, con lo que se introduce el tema político. Y es que El discípulo en realidad anuncia en forma sesgada que Putin ha hecho de Rusia un país que está listo para el nazismo. Y que lo está haciendo en contubernio con la Iglesia ortodoxa. Yo no lo creo pero no es casual que durante algunos de los discursos más exaltados del adolescente enajenado aparezcan detrás de él retratos de Putin colgados en todos los pasillos de la prepa. Tampoco lo es que la directora comience a ver con malos ojos a la maestra de biología que encarna a la ciencia en lucha frontal contra este fanático que llegado el clímax de la película comete al menos dos crímenes que no tienen nada de cristiano. El principal acierto del director consiste en retratar a una generación que, en efecto, es más proclive a la guerra y el fanatismo que sus padres y abuelos. Es una generación que está creciendo en todo el mundo, no solo en Rusia sino en Estados Unidos y en México. El error de El discípulo estriba en hacer con el joven una caricatura pues este iluso protagonista puede recitar oscuros pasajes del Antiguo Testamento pero no parece haber leído en ninguna parte aquello de “no matarás”.