Fernando Bonilla dirige magistralmente en el Teatro Orientación a un cuadro de actores excepcionales que le dan vigor, tono y ritmo a una pieza escrita en 1956 y que el propio dramaturgo dirigió aquel año en su Teatro La Capilla, hoy Bar El Hábito.
¿Por qué es actual? Porque el texto —escrito como estereotipos de lo que es un reportero, una secretaria, un político del gobierno en turno y redactores del diario El Mundo— transita como ejemplo de la difícil relación entre el poder gubernamental y un medio de comunicación, sin importar si es prensa escrita, radio o televisión. La obra aborda las formas de cooptación para acabar con esa verdad que llamamos objetiva —subjetiva en la práctica—. Porque la realidad en un medio de comunicación no es la de la calle y sus diversas circunstancias.
Salvador Novo desató enorme polémica en su estreno. Hoy podría pasar como una escenificación más. Mejor obra teatral que la que Vicente Leñero escribiera en 1988 sobre los medios y la procuradora de Justicia del entonces DF, Victoria Adato, cuestionada por sucesos del temblor en 1985: Nadie sabe nada, que exigiría, hoy, una adaptación exhaustiva. Novo apostó por contarnos una historia de amor junto a una historia de horror para acabar con la vida de un político. Y Fernando Bonilla aporta una dirección que respeta el texto original, con ligeros cambios que lo acercan a los tiempos de AMLO.
Fernando Bonilla es cada vez mejor director de teatro. Pudo sacar a los actores lo mejor de ellos. Quitarle lo gritón a Pedro de Tavira, por ejemplo. O hacer de Luis Miguel Lombana/ Torres un ser detestable tras el trono. Pero Martha, interpretada por Sophie Alexander Katz, es tan encantadora como irónica reportera de sociales. Reparto impecable. Nadie debe perderse el privilegio de entender cómo se dirigen los medios de comunicación. Y cómo la subjetividad es una verdad que atañe a todos.
Visita Peripecia, la columna de Alegría Martínez aborda más sobre esta obra de Salvador Novo