El niño Carlos Velázquez quiso ser beisbolista, pero ese camino se torció, como muchas otras cosas de su vida. Terminó de escritor, uno muy bueno, destacado a la hora de pasar por ácido la realidad violenta del norte del país.
El adulto Carlos Velázquez admite, sin embargo, que la profesión de escritor ha perdido su halo romántico y hoy es tan común y corriente como el trabajo de un albañil que echa un colado.
Nacido en Torreón, Coahuila, hace cuatro décadas, fue hijo único, pero no leyó un libro hasta los 17 años y comenzó a escribir hasta los 24. Amante de la literatura estadunidense, encontró en el nado su mejor pasatiempo y aliado para fortalecer la concentración a la hora de ejercer su oficio.
Como buen lagunero, en su menú hay opciones para todas las horas del día, desde gorditas de chicharron prensado, los Lonches Payo o los burritos de El Apá. En tanto, su platillo literario preferido es Los trapos sucios, biografía de Mötley Crüe.
¿Qué ha sido lo más difícil de ser escritor?
El reto más complicado es sentarte a trabajar y poderte abstraer. Cada vez es más complicado sentarte a escribir por todas las cosas que te roban la atención y el tiempo. Hablo de distractores como internet, las series y las redes sociales: nadie quiere estar fuera de ese mundo, porque no quieres perderte lo que está sucediendo.
¿Cuál es tu pasatiempo?
Nadar. Lo hago desde 2013 y es algo que me ha ayudado mucho a mantener la concentración en el trabajo. También me gustan los vinilos de rock; empecé con tres y ya tengo alrededor de 200.
¿Cómo ha influido la música en ti y en tu trabajo?
La música es muy importante en mi vida y en mis libros. En todos los que he publicado hasta ahora hay música; está muy relacionada con mi literatura.
¿Qué querías ser de niño?
De niño tuve la ilusión de dedicarme al beisbol, quise ser pelotero profesional.
¿Existe algo como una musa que te inspire a escribir?
Desde hace tiempo escribir es más como un oficio, es como echar un vaciado (colado), ya no tiene nada de romántico. Yo comienzo mi rutina diaria así: me siento a escribir en la computadora y a veces pasan cosas y a veces no pasa nada. Pero siempre trato de escribir ficción lo más posible. Si no escribo no como.
¿Fuiste niño lector?
De niño no hubo nada que me orientara hacia la literatura en el sentido práctico. No fui un niño lector; leí mi primer libro casi con 17 años y empecé a escribir a los 24. Es el caso contrario de mi hija, por ejemplo, que tiene libros ilustrados y hasta una versión infantil de Las mil y una noches. De niño nunca leí un libro.
¿Qué piensas de la crónica como género periodístico?
La crónica es un género muy generoso porque no te exige la precisión de la poesía, el músculo de la novela, ni la perfección del cuento. Lo que te ofrece es libertad absoluta. Antes se pensaba que para escribir crónica teníamos que estudiar periodismo, pero la verdad es que no es así, aunque se puede intentar esa vía. Yo empecé a escribir relato.
¿Qué nombre le pondrías a la crónica de tu vida?
Igual que mi libro de crónicas: Pericazo Sarniento. Y creo que mi epitafio tendría el subtítulo del mismo: “Selfi con cocaína”.
¿Estás a favor de la legalización de las drogas?
Creo que en primer lugar se tendría que legalizar la mariguana para su comercialización. Pero antes de legalizar más drogas, lo que requiere México es fortalecer el estado de derecho; una vez que esto sea realidad, se podrá garantizar que la legalización sea efectiva. Se tiene que despenalizar el consumo, porque hay leyes que indican que la portación de cierta dosis es legal en México, pero no se respeta y hay arrestos.
En El karma de vivir al norte hablas de la violencia que vivió la región y el país en general, ¿puede haber más karma sobre La Laguna?
Todos estamos temerosos de otro estallido de violencia; no hay garantía de que no vuelva a ocurrir, pero podemos esperar que siga un acuerdo de paz. Se habla de la Guardia Nacional, que el gobierno federal plantea, pero en La Laguna siempre hemos estado militarizados.
¿Un escritor puede aplicar la autocensura a la hora de tratar temas de violencia?
Yo no, pero es claro que la autocensura es una amenaza seria para la literatura.