Ambos tuvieron nombres tan contundentes como sus vidas y sus obras. Ella, estrella de cine y mito erótico, era María Antonia Alejandra Vicenta Elpidia Isidora Abad Fernández. Él, farmacéutico y poeta universal, era Felipe Camino Galicia de la Rosa. Ambos, también, encapsularon su ristra de apelativos rimbombantes en un categórico nombre artístico con el que pasaron a la Historia. Ella encabezaba elencos como Sara Montiel y él firmaba poemas como León Felipe. Ambos eran españoles pero se conocieron en México, donde tuvieron una relación intensa y especial.
La historia entre la diva y el poeta la recordamos la otra tarde un cartujo y yo al toparnos con una placa–homenaje al autor de Ganarás la luz, cuyo 50 aniversario luctuoso se cumplió el pasado 18 de septiembre, mientras recorríamos el Barrio de las Letras. Entre los últimos coletazos del verano madrileño, cual par de compadres chismosos, cartujo y discípulo leímos con detenimiento la inscripción que hacía referencia a uno de los intelectuales denostados por el franquismo. Al llegar al punto final, el monje evocó el acercamiento que tuvieron los dos artistas en el otro lado del charco y yo añadí los detalles que, poco antes de morir, con naturalidad y sin petulancia socarrona, Saritísima me contó en una larga entrevista.
La actriz había llegado a México después de que el dramaturgo Miguel Mihura la recomendara a la productora Hispamex para protagonizar la película Furia roja. Era 1950 y el país no tardó en deslumbrarla. “Qué sitios, qué industria cinematográfica y qué comida. ¡Vaya por Dios! Ah, ¡y la gente podía divorciarse! Era una realidad que contrastaba con la España cutre que teníamos entonces”, me dijo en el otoño de 2012 en su casa atiborrada de cuadros, fotos, jarrones y figurillas.
México contaba entonces con refugiados españoles de primer nivel y, gracias a José Puche, que había sido ministro de Sanidad en la República de Juan Negrín, Sara Montiel comenzó a rodearse de intelectuales. Pronto entabló amistad con León Felipe, exiliado ahí desde 1938, y empezó a acompañarlo a sus tertulias, a las que acudía gente como Alfonso Reyes, Pablo Neruda, Octavio Paz o Diego Rivera. “A León le parecía que yo venía de la España de los retrasados. Me decía: ‘no sabes ni leer bien’. Y era cierto, no podía decir ni una frase junta y me puso a estudiar. Me dio libros de historia de México para que los leyera y los copiara y luego él corregía mi lectura y lo escrito. También, gracias a su insistencia, me apunté a clases de teatro. Pero luego todo se desbordó. Porque yo fui para él su último tren como hombre”, recordó durante aquella conversación conmigo.
Una tarde, aprovechando que su esposa Berta no estaba en casa, León Felipe le dio un fuerte abrazo a Sara y le soltó que era “la niña que había soñado toda su vida, que era como un sueño hecho realidad”. Ella no se sorprendió porque hacía tiempo que intuía las intenciones del poeta, pero también tenía claro que no podía ser más que su amiga. “La verdad, me gustaba que un hombre tan importante se fijase en mí, que estuviese pendiente de lo que yo hiciese. Me gustaba hasta cuando me echaba unas broncas de miedo por no hacer teatro. Pero era muy mayor para mí. Lo quería, pero no lo quería como él quería que lo quisiese. Por eso lo rechacé. Y se puso muy triste”, me explicó.
No obstante, más adelante los dos se vieron envueltos en una escena de celos. Ocurrió en 1951, cuando el poeta se enteró de que ella había tenido “una noche de pasión” con uno de sus múltiples pretendientes del mundillo cinematográfico (“uno que no merece la pena ni nombrar”). Le reclamó y la zarandeó. “¡Pero por qué con él sí y conmigo no, si yo te adoro!, me decía mientras me sacudía. León, por Dios, yo no te quiero como hombre, le dije. Y empezó a llorar y a pedirme perdón. Fue una situación terrible”, añadió la protagonista de El último cuplé. Los dos siguieron viéndose, incluso una vez él le compró un perro a un vendedor ambulante y se lo regaló a ella (“le puse Susu y vivió junto a mí 17 años”), pero la relación se enfrió.
En 1968, los últimos versos que escribió León Felipe fueron para Sara Montiel y están incluidos en Puesto ya el pie en el estribo y otros poemas. Él mismo se los entregó, dedicados (“Sarita, te he querido mucho…”), antes de que ella volviera a Madrid y, dos semanas después, le informaran que el poeta había muerto a los 84 años en el país que lo acogió.