Santo, el Enmascarado de Plata es un libro de Lydia Gabriela Olivares Celis, publicado por Conaculta, con prólogo de Enrique Krauze, quien recuerda la nómina de luchadores contemporáneos de Santo, entre ellos Tarzán López, Enrique Llanes, Blue Demond, Sugi Sito, el Murciélago Velázquez, la Tonina Jackson, el Cavernario Galindo, Gori Guerrero y Black Shadow, a quien Santo despojó de la máscara en una lucha legendaria en 1952.
El libro, que tiene su origen en el archivo de El Hijo del Santo, quien heredó los documentos de su padre, cuenta la historia del ídolo a través de programas de lucha libre, de fotos, de recortes periodísticos, de frases, de un texto escrito a máquina que sería el prólogo a su biografía, en el que afirma que la gesta revolucionaria de su vida es la máscara, y dice, contundente: “El luchador vive la actualidad, no su pasado”.
De todos los libros que se han publicado en los últimos años sobre el Santo, sin duda este es el más personal, el más íntimo. En él se narra la evolución en el atuendo, en el estilo y en la personalidad del Enmascarado de Plata, quien primero fue técnico, luego rudo y finalmente un artista del ring que logró ser el mejor entre una legión de buenos luchadores, erigiéndose campeón mundial de peso welter derrotando a Pete Pancoff en marzo de 1946.
Entre los reportajes que reproduce el libro está “Un día con el Santo”, publicado en 1953 por la revista Ases y estrellas de la lucha libre. Ahí se afirma que el Santo es un hombre de familia, un buen cocinero, un maestro en el ping-pong y el solitario, un gladiador celoso a tal grado de su identidad que incluso se baña y lava los dientes con la máscara puesta. Es un reportaje entretenido sobre un deportista famoso que se encaminaba a la leyenda.
En el libro aparece el Santo con el extraordinario Gori Guerrero, con quien formó “la pareja atómica”, un dúo invencible en los encordados. Otro compañero del Santo fue el Cavernario Galindo. En otras fotografías aparece con Rayo de Jalisco y Black Shadow, una de sus tantas víctimas. Aparece también con Blue Demond y en sus muchos días de triunfo en las arenas del país, donde siempre dejó constancia de su profesionalismo.
Además de luchador, Rodolfo Guzmán Huerta, el Santo, fue novillero, héroe de historietas, escapista, y actor de cine, en el que debutó en 1958 con Santo contra Cerebro del Mal. En 1982 filmó La furia de los karatecas, que sería la última de las 52 películas que lo convirtieron en uno de los grandes ídolos de la cultura popular en el siglo XX.
Las imágenes de este libro revelan y sustentan las ideas del hombre que alguna vez dijo: “Los héroes pueden morir. Las leyendas son eternas”.