“La librería ambulante”, una oda a los libros y a la libertad

Día Internacional del Libro

La novela de Chistopher Morley, escrita en 1917, es una delicia sin tiempo que alegrará la cuarentena de cualquier amante de la lectura.

Chistopher Morley (Especial)
Verónica Maza Bustamante
Ciudad de México /

Los clásicos nunca pasarán de moda, pero, ¿por qué? ¿Qué lleva a que un libro sea clasificado así y que sus lectores se emocionen con su historia, así haya pasado un siglo desde que fue escrito? Hay diversos factores involucrados en ello, pero uno de los principales es que la anécdota debe seguir siendo actual, aunque el paso del tiempo modifique los detalles a su alrededor. Deben ser escritos hechos con el alma, es decir, estar relacionados con asuntos ligados a lo que nos hace humanos —preocupaciones, deseos, anhelos, malestares, tristezas, en pocas palabras, las emociones— y tener alguna propuesta, enseñanza, forma de ver la vida que no pase de moda.

En los primeros días de la cuarentena debido a la pandemia generada por el coronavirus me enviaron La librería ambulante, de Christopher Morley. Confieso que, aunque ubicaba al autor, no lo había leído. 

La edición de Periférica es muy bonita: de pasta dura, como aquellos libros que pueden acariciarse con suavidad y se cuidan debido a su belleza sencilla y elegante. El diseño de interiores permite una lectura veloz, lo cual se agradece en esos momentos en que se vuelve difícil separarse de sus páginas.

Porque, sin duda, el título atrapa desde el principio. Cada capítulo es como un regalo para la vista y para el paladar literario: siempre he creído que los buenos libros te acarician algo en el interior que no se puede definir porque no tiene nombre, y eso sucede con La librería ambulante.

La historia

Helen y Andrew McHill son dos hermanos que viven en una granja en el centro de los Estados Unidos, a principios del siglo XX. Ella se dedica a las labores del hogar mientras que él se convierte en un escritor muy admirado en su comarca, pues escribe del campo y la naturaleza de una forma poética que ha conquistado a hombres y mujeres por igual.

Un día en que Andrew no se encuentra, arriba a la granja Roger Mifflin, poseedor de un carromato jalado por una yegua que, en un santiamén, se transforma en una librería ambulante con todo y cocina, recámara y casi que sala-comedor. Su intención es venderle el vehículo al escritor, pero Helen cierra el trato, no porque esté interesada en los libros, sino porque sabe que si su hermano lo ve, lo adquirirá y viajará aún más de lo que ya viaja, dejándola de nuevo como un ama de casa un poco triste, en la más profunda soledad.




Así empieza el viaje de Helen, quien permite que Mifflin la acompañe por un día para enseñarle las artes de la venta de libros a domicilio. Juntos, y seguidos por el perro Bock, emprenden un camino que estará lleno de aventuras entrañables.

Una mujer de armas tomar

Podría escribir que lo que más me gustó fue la belleza de la prosa de Morley, su enorme y disfrutable sentido del humor, su cercanía a Henry David Thoreau y a Mark Twain. También que fue la descripción de ese Estados Unidos rural, con sus habitantes alejados de la cultura de las grandes ciudades, pero no por ello faltos de interés por nuevos conocimientos. O que pensar en tener un Parnaso como aquel se me antoja enormemente y eso me lleva a fantasear con tener una vida tranquila del campo, rodeada de libros.

Pero no. Lo que más me enamoró de La librería ambulante fue la fuerza de su protagonista femenina, ese poder con el que agarra camino porque está harta de pasarse días enteros horneando panes, lavando la ropa de su bucólico hermano, cocinando y soñando con viajar un día, motivo por el que ha ahorrado dinero para comprarse un coche (el cual cambia intempestivamente por el Parnaso). Ella sueña con uno de los bienes más grandes de todo ser humano: la libertad. Ese extraño carromato, vislumbra Helen con poca claridad pero muchos ovarios, la puede acercar a ello, y no le importa ser mujer ni tener más de treinta años o ser “gorda” (como ella misma se describe), sino poder ver y escuchar y tocar y oler lo que hay más allá d sus tierras por su propia cuenta.

Es fuerte. Tanto, que planea recorrer una parte del país en soledad. No obstante, sabe que debe aprender un poco antes de hacerlo; por ello acepta que Roger, un hombre de baja estatura, pelirrojo, dicharachero y, como verá en el camino, más fuerte que un toro, osado como pocos y amable como podrían ser todos los hombres, la acompañe.

No puedo seguir describiendo la historia porque me gustaría que la leyeran, sobre todo en estos días en que necesitamos salir del miedo y la rutina. Una bella historia siempre será buena para lograrlo, pero más aún aquella que nos hace reír a carcajadas, que nos transporta a otro tiempo, a otra vida, con alegría más que con nostalgia.

Cristopher Morley es, al menos con este libro, un defensor del feminismo. Un autor que supo darle voz a una mujer que retaba a su propia era y no se negaba el derecho de enamorarse, de aventarse un clavado hacia lo incierto para cambiar de vida, de aires, de ojos, de anhelos.

No quise subrayar el ejemplar, por ser tan bonito. Sé, sin embargo, que en cada capítulo hay una frase importante, sabia, trascendental, al igual que un inmenso amor a los libros, una fábula de cómo, si nos escuchamos a nosotras mismas, llegaremos tan lejos como una librería ambulante jalada por una yegua, perseguida por un perro, habitada por una mujer gorda enamorada de un hombre chaparro quienes, más allá de su aspecto físico, engrandecen su espíritu, lo cual tendría que ser un objetivo de esto que llamamos vida.

vmb

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