La constante caída de un hilo de arena sobre una breve rampa blanca dentro de un museo recibe al espectador que escuchará la voz firme de un custodio en su afán por preservar el orden y la pieza de arte expuesta a la atónita mirada de quienes aún no se acomodan en su butaca y escucharán las órdenes del guardia como un rudo y viejo clamor por hacer valer su autoridad en el recinto.
Verónica Bujeiro escribe Producto farmacéutico para imbéciles, texto que plantea un puñado de interrogantes en torno al valor artístico y de mercado de las obras plásticas de arte moderno; gira también alrededor de la especulación, a partir de la franca mirada de un custodio que decide indagar lo que ven las personas en un objeto que no representa a un ser vivo, lo que le permite traspasar los límites que, se supone, preserva.
La obra de Bujeiro pone en palabras de su personaje principal, Catalino Risperdal, su necesidad de ser tomado en cuenta, de comprender el rostro dubitativo de los visitantes y lo nebuloso entre superficialidad y significado, cuyos extremos evidencian esa especie de adicción que puede ejercer la obra artística.
La presencia de un crítico y de una compradora compulsiva de arte completa el triángulo de personajes que subrayan la delgada línea entre la obra, su fragilidad y las interpretaciones abiertas al infinito.
La obra, desde la postura de la persona más rechazada y menos vista en una sala de museo, abre un diálogo divertido y crítico, aunque también reiterativo, sobre el absurdo que envuelve a este universo y ubica al ser humano entre lo auténtico, lo banal y lo frívolo, a veces sobre un torrente de duda relativo a sus conocimientos, su capacidad de comprensión y su propia valía.
El espacio, diseñado e iluminado por Patricia Gutiérrez Arriaga, concentra un micro universo que reproduce una sala de museo con muro y espacio abatible, semejante a la puerta de escape para gatos, una mirilla, dos sillas estéticas para el guardia y la obra de arte que no dejará de generar inquietud durante la función entera.
La dirección de Angélica Rogel, que crea un ámbito casi sacro para ser mancillado, delinea la actitud de unos personajes que transitan entre su convicción más firme y la autotransgresión, rumbo al más estrepitoso ridículo, evidenciando la ignorancia del guardia tanto como su astucia para la revancha que traspasa límites, así como la avidez infinita de la compradora de arte y el agudo talento del conocedor, que domina el lenguaje de quien hace valer el doble sentido de palabras y afirmaciones.
Mediante un ácido y crítico sentido del humor que, además de presentar a Risperdal en un estado emocional caricaturescamente primitivo y a los excedidos personajes en un vaivén de juego extremo, que por un instante alude a La creación de Adán de Miguel Ángel, la acción hace imaginar al público la obra plástica que crea adicción en el custodio, cuyo espíritu ha sufrido una importante transformación que no deja de mostrar la veta humana y grotesca de un mundo en apariencia estético e intocable.
Producto farmacéutico para imbéciles es una obra que llama la atención hacia el movedizo universo del arte, del que muchos se sienten excluidos, mientras otros se bañan de un poder fatuo y excluyente que los protege de los cuestionamientos y les otorga un valor extra para sostener su existencia.
El equipo artístico formado por Bujeiro, Rogel y Gutiérrez, en complicidad creativa con Mario Alberto Monroy, Alonso Íñiguez y Romina Coccio, incluido el revelador y atinado vestuario de Aris Pretelin–Esteves, hace una propuesta divertida que otorga una visión expansiva de una zona del arte en la que pareciera que el ser humano es lo que menos importa dentro del complejo círculo del arte y sus vanidades.
Funciones
Producto farmacéutico para imbéciles se presenta de jueves a domingo en el Teatro El Granero