Para quienes vivimos las turbulencias de la última década del siglo XX mexicano, la miniserie 1994, producida por Netflix y dirigida por Diego Enrique Osorno, es algo más que la remembranza del asesinato del candidato del PRI a la presidencia de la República, Luis Donaldo Colosio, perpetrado el 23 de marzo de 1994 en la colonia Lomas Taurinas en Tijuana, Baja California, y mucho más que una apoteosis del malogrado político cuyo discurso del 6 de marzo en la explanada del Monumento a la Revolución se suele interpretar como una ruptura con el proyecto de Carlos Salinas de Gortari y un desafío al sistema autoritario y antidemocrático que se negaba a flexibilizarse.
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No. Para quienes vivimos esa etapa, 1994 es un viaje al pasado para evocar las múltiples teorías en torno del caso que empeoró aquellos tiempos y generó un ambiente atroz, pues la avalancha de sucesos nos hundió en la confusión y en el escepticismo. Y es que, subyugado por el fraude electoral, por las crisis de toda índole, por la corrupción, la inseguridad, el caos político y la vendetta, el rígido control mediático del gobierno y el desfachatado arbitrio con que se manejaban las instituciones, México se enfilaba a una ominosa decadencia, cuya trama se gestó seis años antes, durante el cambio presidencial de 1988, cuando la caída del sistema electoral a cargo de Manuel Bartlett y las trampas del PRI impusieron a Carlos Salinas de Gortari en Los Pinos, en tanto que Cuauhtémoc Cárdenas debió reconocer la derrota a pesar del descontento popular y del descomunal repudio del electorado por el partido tricolor.
1994 expone las piezas sueltas que hicieron de aquel año un ciclo complejo, para que cada quien arme el rompecabezas a su antojo. En esa ronda de testimonios y relatos (sean del propio Salinas de Gortari, sean de los colosistas o de los “involucrados” en el crimen, sean del Subcomandante Marcos, hoy autodenominado Galeano, y otros zapatistas, sean de figuras aún activas en el gobierno y en la prensa), lo que menos importa es el asunto central, la figura y el homicidio de Colosio a 25 años de distancia, sino todo lo que gravitó alrededor de aquella transición en que, vaya paradoja, volvió a ganar el PRI.
¿Fue Mario Aburto un asesino solitario? ¿Quién hizo el segundo disparo? Imposible no recordar los libros que se escribieron sobre el tema. ¿Quién fraguó el homicidio? La conjetura queda en el espectador, lo mismo que la posible razón del atentado.
¿Fue el EZLN un movimiento legítimo o un montaje de lucha civil y de pacificación institucional para desviar la atención del homicidio y reestructurar la narrativa del autoritarismo? En el México vigilado por figuras como Fernando Gutiérrez Barrios (secretario de Gobernación durante cinco de los seis años de gobierno de CSG), el Sub Marcos y el EZLN se armaron, levantaron y urdieron una revolución mediática que sedujo a todas las almas dentro y fuera del país, aunque nunca les cumplieron todas sus demandas y desaparecieron de la escena nacional del gobierno de Fox en adelante. Por tanto, ver ahora 1994 sugiere más una relectura de Marcos, la genial impostura, de Maite Rico y Bertrand de la Grange, que cualquier otro título ensalzador del movimiento, digamos El sueño zapatista de Yvon Le Bot.
La miniserie recupera el asesinato de José Francisco Ruiz Massieu; el lamentable show de Pablo Chapa Bezanilla y La Paca, su vidente; el testimonio del hermano incómodo, Raúl Salinas de Gortari; la actuación de Ernesto Zedillo y de sus fiscales y la malaventura económica del “Error de diciembre”, por lo que al llegar al último episodio es imposible no considerar que en México todo es posible, todo se puede, y sí: la teoría del complot es la correcta. Lo dice el proverbio: “piensa mal y acertarás”.
ÁSS