Alain de Botton: alta filosofía disfrazada de autoayuda

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

La autoayuda es un género que llegó para quedarse. Más que rehuirla, porque la mayoría de sus productos da vergüenza, conviene tomarla en serio.

El filósofo Alain de Botton. (TED)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Alain de Botton produce ese género que los gringos llaman “autoayuda” y que ya tiene sus anaqueles en las librerías de todo el mundo.

Hay que aclarar: nada tiene de malo, pero sucede que la gente culta se avergüenza con los recursos que reducen las sesudas reflexiones del filósofo a un recetario o manual de operaciones. De hecho, en eso de los manuales, los gringos han construido una cultura entera, desde el siglo XIX, que comenzó en las labores y oficios: cómo usar las herramientas, o cultivar una parcela, domar un caballo, disparar muchas armas de fuego. Luego, todo ese inmenso capital de how to terminó por parir esa hija con anteojos que llamamos Autoayuda y que va desde recursos prácticos para lidiar con el inconveniente de haber nacido, hasta hallar al verdadero y huidizo yo que traigo entre las tripas, o de prepararse para una entrevista de chamba, hasta volverse millonarísimo.

La autoayuda es un género que llegó para quedarse. Más que rehuirla, porque la mayoría de sus productos da vergüenza, conviene tomarla en serio: para muchos, no sólo es un remedio práctico sino un recurso frente a la terrible soledad del sujeto moderno.

En YouTube abundan los registros del how to, desde suturarse uno las propias heridas perdido en altamar, hasta el modo correcto de amarrar las agujetas, o el orden en que deben licuarse los ingredientes de una salsa. Ninguna forma de pedagogía práctica, en toda la historia, puede compararse a la superabundancia actual de las recientes tecnologías, infinitamente superiores a las instrucciones impresas.

En una tribu, en una sociedad tradicional, los conocimientos técnicos son restringidos, pero siempre existe la compañía y guía de quienes heredaron y heredarán a otros sus saberes; en cambio, en el mundo moderno abundan las personas que nunca tuvieron junto a quien les enseñara las cosas más elementales: rasurarse, lavar la ropa, freír un huevo, sacarse una uña enterrada. Y, más allá, la importancia económica y las guías del comprador: desde qué tornillos usar hasta cómo adquirir yates. Como sea, los how to, son una inmensa riqueza que puede transformar la soledad en autonomía.

Decíamos de Alain de Botton: es un filósofo suizo, avecindado en Londres, autor de libros importantes, escritos con notable claridad y, sobre todo, con una rara capacidad de síntesis. Conozco dos, que recomiendo: The consolations of Philosophy y Status Anxiety (hay traducción de ambos, en Taurus). El primero me sorprendió en una librería: ¿quién se atrevía a repetir el libro de Boecio? Con un poco de desprecio, comencé a hojearlo y lo leí con gratitud y sorpresa. Del otro libro me ocuparé otro día, porque hace un diálogo interesante con El secreto de la fama, de Gabriel Zaid.

He disfrutado los libros de Alain de Botton, pero más aún su canal de YouTube: The School of Life. Videos breves, de producción sencilla, elegante, dinámica, sobre historia, filosofía, estados de ánimo, economía y los deseos comunes, que tanta angustia y frustración producen en tantas personas.

“Hoy, todo mundo cree en las escuelas. Les enseñan matemáticas a los niños y a aterrizar aviones a los pilotos, pero nadie nos enseña cómo vivir”, dice el video de invitación al canal. Es decir, es una autoayuda. Pero esta se inscribe en la otra gran tradición, la que cuenta con Aristóteles y los estoicos, después los epicúreos, las guías de perplejos, la docta ignorancia y hasta los modos de la revolución… o sea: en la filosofía que no ha de quedarse en páginas, la que ha buscado por siglos ese gozne huidizo entre dichos y hechos, entre la doctrina y la técnica, entre la teoría y la práctica.

¿Cómo distinguir entre merolicos y sabios? Entre filósofos prácticos, también hay jerarquías. Los hay que dan reglas y consejos como recetas (Séneca, Epicteto, Gracián, incluso Kant), pero, a diferencia del karate, no hay cinta negra de ética. Son valiosos no por sus indicaciones sino porque enseñan a problematizar, formular mejores preguntas. Como las inteligencias artificiales: el verdadero aprendizaje consiste en la calidad de las preguntas. ChatGPT no es inteligente; es artificial, pero tiene la misma regla de la computación de los años 80: garbage in, garbage out: si le pedimos tonterías, responde tonterías. Alain de Botton está entre los notables filósofos prácticos por esas dos cosas: la calidad de sus preguntas y la calidad de su conversación, que de eso se trata.

AQ

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