La literatura que se ocupa de las paternidades está colmada de cartas de amor o despedida, recriminaciones, evocaciones melancólicas, homenajes, ataques furibundos y ajustes de cuentas. Si alguien se diera a la tarea de ordenar en un estante libros bajo la etiqueta “Padres e hijos”, la lista podrían encabezarla Philip Roth (Patrimonio), Martin Amis (Experiencia), Paul Auster (La invención de la soledad), Guadalupe Nettel (El cuerpo en que nací), Claudia Piñeiro (Un comunista en calzoncillos), además, claro, del precursor Kafka y su Carta al padre.
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La lista de clásicos de este subgénero la dominan hijos que retratan a sus progenitores. La mirada inversa de esa relación ha sido referida con menos frecuencia, aunque existen ejemplos emblemáticos, como las Cartas a mi hija, de Francis Scott Fitzgerald, o Veinte días con Julian y Conejito, de Nathaniel Hawthorne. Más inusual todavía es el relato en primera persona del padre en ciernes. Es precisamente ese sitio casi ignoto el que eligió el narrador y periodista peruano Renato Cisneros (Lima, 1976) para contar Algún día te mostraré el desierto (Alfaguara, 2019).
Descrito desde la tapa como un diario de paternidad, el de Cisneros es más bien un libro mutante: a ratos es su propia historia de amor, a ratos una fugaz novela de aprendizaje, por momentos una compilación de anécdotas sobre sus filias de infancia y a veces un ensayo sobre las inquietudes de un hombre consciente del terremoto que se avecina. El hilo que urde a estas piezas es un relato cronológico que contiene el primer encuentro con la futura madre, Natalia, —narrado con el arrebato de ese amor refrescante que trastoca la monotonía—, el matrimonio, la antesala del alumbramiento, las transformaciones —de las minúsculas a las colosales— y los primeros meses de Julieta en este mundo.
Hay una simpleza aparente en la prosa de Cisneros, una artificiosa trivialidad en las anécdotas, que esconden cavilaciones devastadoramente crudas, deshinibidas, cínicas. La complicidad es instantánea: desde las primeras páginas, Renato se convierte en ese amigo a quien uno escucha gustoso en la mesita de algún café. Sin pudor, se expone al escarnio mediante confesiones del tipo “quiero ser padre; lo que me faltan son agallas para encajar los cambios que vendrán”; también con la exhibición de sus temores, de sus "raptos de culpa o arrepentimiento”, de la súbita “urgencia de soledad".
El anuncio de la llegada de Julieta detona en el escritor una bomba de vacilaciones comparable sólo con la magnitud de su júbilo. Una de ellas demanda más tinta y papel que el resto: ¿podrá seguir ejerciendo la escritura, esa actividad tan solitaria, mientras lidia con pañales sucios y llantos inexplicables? Más de una vez, Cisneros se retrata como un escritor dividido entre el romanticismo de la ficción y el pragmatismo de la vida cotidiana. “Si leyeras otras cosas que no fueran tus novelas, lo sabrías”, le amonesta Natalia cuando él pregunta por qué es necesario lavar la ropa nueva.
Retrato franco de la paternidad y los temores que la acompañan, Algún día te mostraré el desierto está impregnado de la dosis necesaria de emotividad, sin aleccionamientos sobre la responsabilidad de educar a los hijos, ni cursilería desmesurada. Es, llanamente, la exposición de un hombre ante un evento transformador.
ÁSS