“Hubiera sido un presidente más acotado”. Si Andrés Manuel López Obrador hubiera asumido el poder en 2006, “hubiera sido un mucho mejor presidente”, opina Carlos Elizondo Mayer-Serra. Sabe que se trata de una gran especulación, que “el hubiera ni en la vida ni en la política existe”, pero se concede la licencia de imaginarlo porque “puede ser pedagógico como contraste para entender la contradicción de un presidente con tanto poder y con tan pocos logros”. Sus argumentos: hace 15 años no habría ganado las dos Cámaras y hubiera tenido que lidiar con muchos gobernadores de oposición; además, por entonces aún pertenecía a un partido que no era suyo —el PRD— como sí lo es ahora el Movimiento Regeneración Nacional (Morena).
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En Y mi palabra es la ley (Debate, 2021), su libro más reciente, el analista mexicano disecciona los primeros dos años de AMLO en Palacio Nacional, un ejercicio que materializa eso que el escritor británico Timothy Garton Ash denomina “historia en caliente”. Elizondo conoce el riesgo de escribir en tiempo real, pero tiene buenos motivos para asumirlo.
“Primero: es un presidente tan disruptivo, tan terco, que tiene bien trazados su estilo de gobierno y los objetivos que persigue. Segundo: el testimonio es valioso en sí mismo, porque muestra cómo se ve en este momento el sexenio. Será de utilidad para análisis futuros. Y tercero: hay ciertos temas a los que ya les puedes tomar una foto. Por eso hace sentido ir construyendo un primer argumento con este título que resume quién es AMLO: su palabra es la ley. Nunca hemos tenido, ni en la época priista clásica, un presidente con tanto poder y tanta legitimidad, con tanta capacidad para hacer y deshacer”.
Al cumplirse 100 días de su mandato, la encuesta más desfavorable le otorgaba a López Obrador el 67 por ciento de aprobación; otras encuestas rondaban el 80 por ciento. El 16 de febrero de 2021, la empresa estadunidense Morning Consult situó su porcentaje de aprobación en 61. Los partidos de oposición, por otra parte, han criticado el desempeño del gobierno, principalmente el manejo de la pandemia de covid-19. Carlos Elizondo se explica esa discordancia de la siguiente manera:
“AMLO tiene una legitimidad indiscutible, un indudable derecho a gobernar por su enorme triunfo electoral. Ningún presidente había tenido tal reconocimiento, incluso de los derrotados. Tiene también una credibilidad personal construida a través de una larga carrera política con mucha consistencia en su discurso y una clara diferencia en el estilo de usar el poder. Le da una enorme credibilidad en sectores amplios, por ejemplo, que no se suba al avión presidencial. La gente se siente cercana a él, le habla en su lenguaje, a su ritmo, es muy pedagógico. Construyó una narrativa muy potente (los fifís, los conservadores, los distintos a nosotros) y esa retórica le ha dado un enorme kilometraje”.
Hay otra causa, quizá la más significativa: “La falta de oposición. De Fox para acá había habido un opositor increíble que se llama Andrés Manuel López Obrador; hoy no hay nadie que juegue ese papel. La oposición está pulverizada, deslegitimada por buenas razones. Hay muchas historias de corrupción que el Presidente recuerda cada vez que puede, con gran tino político. Nada le ha hecho más daño al presidente López Obrador que la falta de contrapesos. Lo que está haciendo en materia de reforma eléctrica va a dejar al país en una situación de enorme fragilidad energética, con un costo gigantesco para la creación de riqueza en el país”.
Otra explicación posible a la buena imagen que mantiene el Presidente es la firmeza de su principal bandera política: la lucha contra la corrupción.
“Hemos tenido muchos políticos corruptos, pero AMLO no es uno de ellos en el sentido estricto de robarse el dinero del erario. No es esa su motivación”, admite Elizondo. “Es una persona preocupada por la honorabilidad pública. Lástima que no use ese poder para construir instituciones que permitan consolidar un verdadero sistema nacional anticorrupción, uno que no dependa nada más de una persona”.
México después de López Obrador
Hacia el final del libro, Carlos Elizondo mira al futuro y se pregunta: ¿qué cicatrices dejarán las malas decisiones del presente?
“Una ya la conocemos: la polarización contra ciertos personajes, ciertos medios… Si ganan (los opositores), van a polarizar en el sentido contrario. Se necesitará un gran talento político del sucesor para no caer en la cómoda polarización como respuesta a la polarización anterior. Y creo que habrá una cicatriz social entre la pandemia y el mal manejo de la misma”.
¿Hay lugar para el optimismo? ¿Los cuatro años restantes de este sexenio serán suficientes para dejar al país con un saldo positivo?
“Si hubiera voluntad, sí, pero el problema es que no la hay. El Presidente está muy concentrado en sus objetivos, no ve la realidad y no cambia de rumbo. Pocos hubieran aguantado su brega de candidato derrotado en algunos momentos y circunstancias muy difíciles. Por esa fortaleza y esa necedad, AMLO llegó hasta donde llegó, pero por lo mismo le es muy difícil cambiar el rumbo. No lo veo con apetito de dar vueltas en u. François Miterrand, a los dos años de estar en el poder, se dio cuenta de que la ruta que estaba siguiendo no lo iba a llevar a ningún lado; dio vuelta en u y acabó siendo un gran presidente. No veo ese apetito en AMLO. Tiene virtudes, sin duda, el problema es que los defectos no le han permitido aprovecharlas para lograr los resultados que nos dijo que iba a tener”.
ÁSS