La gramática como emancipación

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

La voz del humanista Andrés Bello nos recuerda que el español no obtiene su vitalidad de sus ancestros sino de su libertad.

Andrés Bello, filósofo y filólogo venezolano, quien fuera maestro de Simón Bolivar. (Montaje: Ángel Soto)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Ante la sordera de la corona para financiar la publicación de la Gramática de la lengua castellana, Elio Antonio de Nebrija recurrió a la seducción por vía del poderío: “cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a vuestra real Majestad, et me preguntó que para qué podía aprovechar, el mui reverendo padre [Talavera] Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; et, respondiendo por mí, dixo que después que vuestra Alteza metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros et naciones de peregrinas lenguas, et con el vencimiento aquellos ternían necessidad de recebir las leies quel vencedor pone al vencido, et con ellas nuestra lengua, entonces, por esta mi Arte, podrían venir en el conocimiento della, como agora nos otros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín”.

Parece mentira que haya que aclarar que esto lo escribió en los años anteriores a 1492 y se publicó antes del viaje de Colón, pero la calumnia no cesa y necea cada octubre, y es como hallar el contorno de tiza de un crimen y correr a colocarse en el lugar del muerto.

Sin duda existe una relación fundamental entre la lengua y la sociedad, entre la sociedad y sus instituciones y poderes. Pero la victimización que algunos han construido a raíz del “imperialismo lingüístico de Nebrija” se refuta con la siguiente gran gramática de la lengua española, la Gramática de la lengua castellana (1847), del independentista Andrés Bello, nacido en Caracas y adoptado como chileno.

Para Bello había un compromiso político, divergente por completo del que adujo Nebrija; no para someter súbditos sino el contrario: una lengua emancipa cuando es lengua de pensamiento y creatividad. Supo discernir y desprenderse del principal tronco de la Ilustración: el logicismo. Desde Leibniz y Port Royal, la corriente racionalista hacía del lenguaje un producto de la lógica, pero Bello no mordió el anzuelo: "uno de los estudios que más interesan al hombre es el del idioma que se habla en su país natal. Su cultivo y perfección constituyen la base de todos los adelantamientos intelectuales. Se forman las cabezas por las lenguas, dice el autor del Emilio, y los pensamientos se tiñen del color de los idiomas”. Desecha la noción de que la lengua siga a la lógica: la lengua da su forma al pensamiento y hablar o escribir es crear pensamiento mientras se habla y se escribe. Muestra, también, que la doble negación ("No tengo nada”) no es una operación equivalente a la del cálculo proposicional: dos negaciones no dan una afirmación; son un énfasis, o una corroboración.

Bello fue maestro, amigo, interlocutor y cómplice independentista de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y Francisco de Miranda. Miranda fue el más extraordinario; Bolívar es Bolívar, pero Bello es el mejor escritor, por mucho. Y eso que Bolívar era capaz de una de las mejores escrituras de su siglo, para sus objetivos, pero no se ve a sí mismo en el lado del autor sino del personaje, al revés de Bello, que se imagina a sí mismo en la estirpe de Plutarco y de Rousseau; la estirpe de uno es la del biografiado; la del otro, la del biógrafo e historiador.

La independencia sudamericana es muchísimo más interesante que la mexicana. No porque sus héroes fueran superiores, que lo eran, sino porque entendieron, al menos en aquel grupo de ilustrados, que no era un asunto de teológica soberanía, ni de apego jurídico a la legitimidad de Fernando VII sino de vida política y de libertad. Al final, el héroe Bolívar fue el principal impedimento para las ideas de Bolívar. Son dos legados: pensamiento y acciones. En México, salvo por Fray Servando, amigo y colaborador de Bello, el pensamiento independentista se construyó después de los hechos; en Sudamérica, las ideas fueron el motor.

Para Bello, “la libertad es en lo literario, no menos que en lo político, la promovedora de todos los adelantamientos”. Y su crítica principal a las gramáticas anteriores es su “dependencia servil del latín”, que en un principio pudo ser acercamiento de prosapia, como creía Nebrija: más alto el castellano cuanto más cerca del latín. Bello dice lo contrario: el español no obtiene su vitalidad de sus ancestros sino de su libertad, tanto del habla social como de sus obras literarias. No es el pasado sino el presente y el futuro. ¿Se habrá dado cuenta de que en su Gramática lleva a cabo la analogía de una lucha de independencia, pero que la suya no terminó entrampada en laberintos de caudillos, generales, revueltas, insurgencias?​

​AQ | ÁSS

LAS MÁS VISTAS