Como si deseara evocar el espíritu de Gerión, el protagonista de Autobiografía de Rojo, Anne Carson llega a la Universidad de Monterrey enfundada en un vestido color escarlata. Le hacen juego las calcetas y el prendedor que le sostiene un largo mechón encanecido. En la Sala de eventos del Centro de la Comunidad Universitaria, ocupa una silla en la primera fila. Sentada ahí junto a su traductora y editora, Jeanette L. Clariond (fundadora de Vaso Roto, la editorial que publica buena parte de la obra de Carson en español), la poeta canadiense espera pacientemente —las manos sobre los muslos, la mirada curiosa paseándose alrededor de la sala— el transcurso de las presentaciones protocolarias.
Sube al escenario con pequeños pasos veloces y una sonrisa discreta. Se instala frente al micrófono y habla con la calma de quien ha logrado comprender la lengua de los antiguos. A sus espaldas, el resplandor de una gran pantalla —donde se proyectan las versiones al español de sus poemas— le confiere un fulgor comparable solamente con la potencia de sus palabras, una fuerza que no proviene del volumen, sino de la intensidad poética.
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En sus libros, la biografía que suele acompañar su fotografía es casi minimalista: “Anne Carson nació en Canadá y se gana la vida enseñando griego antiguo”. Quizá es esa misma parquedad la que le permite producir un efecto hipnótico en la audiencia sin alzar demasiado la voz. Abre la sesión de lectura —titulada “Texturas y sombras”— con un guiño a sus anfitriones. “El primer poema que leeré lo escribí para un hombre llamado Guillermo Galindo, un mexicano que conocí cuando enseñaba en el California College of the Arts, en los 90”. Conocer a ese hombre “maravillosamente gentil”, dijo, le permitió entender que toda la gente en México compartía ese rasgo. “Y todavía creo que es verdad”, dice con voz sutil pero resuelta. Frente a ella, varias decenas de personas la escuchan absortas. Otras tantas apuntan las cámaras de sus teléfonos celulares hacia el centro del escenario. Algunas jóvenes, con los libros de la poeta entre las manos, siguen la lectura sentadas en el suelo. Estamos ante el rito de la poesía en voz alta.
Cuando termina de leer “Guillermo´s Sigh Symphony”, un cohibido aplauso resuena en la sala, pero no detona por completo. Nadie se atreve a romper el encanto de lo que acaba de escuchar. Carson, no obstante, quiebra la tensión y concede: “no se preocupen, simplemente seguiré leyendo”.
Inmediatamente después introduce una serie de poemas sobre su madre —figura recurrente en sus versos—, incluidos en el libro Dereación, escritos “mientras ella moría, el último año de su vida”. Lee con una cadencia pausada, como si reescribiera mientras enuncia. Con “Her Beckett” (“El Beckett de ella”) cierra la serie maternal. Después de recitar los últimos versos (Our love, that halfmad firebrand, / races once around the room / whipping everything / and hides again) hace un silencio breve y luego pronuncia una frase de una liviandad que, por contraste, resulta casi cómica: “Bueno, esa fue mi madre”.
En 2020, cuando le fue concedido el Premio Princesa de Asturias de las Letras, el jurado reconoció en su obra “un compromiso con la emoción y el pensamiento, con el estudio de la tradición y la presencia renovada de las Humanidades como una manera de alcanzar mejor conciencia de nuestro tiempo”. Si Carson posee la habilidad de conectar pasado y presente en sus textos es probablemente porque su concepción de la historia carece de divisiones temporales concretas. La confluencia de eras es para Carson un estado natural de la realidad.
—Si su trabajo se caracteriza por indagar en la literatura clásica, ¿cómo logra mantenerlo fresco en el contexto actual? —pregunta una alumna de la UDEM.
—Hum… —duda un par de segundos, su mano derecha se repasa los cabellos con la candidez de una niña pequeña—. Me parece que no lo pienso en esos términos, porque para mí las cosas de la antigüedad no se quedaron estáticas en el tiempo, sino que se mantienen frescas por sí mismas. Creo que en nuestra mente se mezclan las cosas modernas y antiguas todo el tiempo. No es difícil fundir pasado y presente en la página porque ya ocurre de ese modo en mi cabeza.
A la autora de Nox se le elogia, entre otras cosas, por su pericia para entreverar géneros. Consciente de su destreza, propuso, para cerrar la presentación, una dinámica bilingüe digna de un concierto. “Haremos una breve charla interactiva”, anunció. Separó al auditorio en dos partes. Al primer grupo el encomendó recitar la frase: “¡Vamos a comprarlo!”; al segundo: “¡Es una ganga!”.
El diálogo transcurrió así:
Charla breve sobre la sensación del despegue de un avión.
Bueno, ya saben, eso podría ser el verdadero amor corriendo hacia mi vida con los brazos en alto gritando…
¡Vamos a comprarlo!
¡Es una ganga!
Gracias y buenas noches.
La escritora debía visitar México en 2020 para recibir en Coahuila el Premio Internacional Manuel Acuña de Poesía en Lengua Española, pero una pandemia le truncó el afán. Maestra de la condensación, convirtió tres años de espera en trece segundos de poesía colectiva. Porque, igual que pasado y presente, la seriedad y el humor pueden coexistir en la misma cabeza si esa cabeza le pertenece a Anne Carson.
ÁSS