Leo y te releo y te respiro profundo

Reseña

'AntiDewey (notas de campo)', de Teresa Avedoy, es contundente cuando sentencia: "Para sobrevivir hay que creer en algo, yo creo en las bibliotecas".

Portada de 'AntiDewey (notas de campo)', de Teresa Avedoy. (Cortesía: UANL)
Armando Alanís Pulido
Ciudad de México /

La dulzura del azar escribe

No puedo imaginar de otra manera a Teresa Avedoy más que abrigada por sentimientos bibliográficos, quienes la conocen, quienes la han leído, saben que ahí anda, investigando y registrando los asuntos que tienen que ver con bibliotecas: datos, cifras, realidades, retos, anécdotas, hipótesis, conclusiones, por eso no es raro que su libro AntiDewey (notas de campo) (UANL, 2019) sea raro —extravagante diría yo—, es decir: estamos ante un libro de poemas donde el tema son las bibliotecas, los bibliotecarios, los libros, los lectores.

Avedoy acomoda sus pensamientos y sus palabras como en un estante, los clasifica y los ofrece en forma de versos, da un espacio asignable a cada una de las singularidades que aborda y distingue con todo cuidado el mundo contenido en todos esos mundos, sin esconderse en la profundidad de ningún poder extraño:

Me encuentro en tu libro la imagen en piedra
del anuncio ateniense que indica
únicamente el horario de apertura y la prohibición
absoluta
de extraer libros de la biblioteca.
Jornada e impedimento sobrevivieron por siglos
a tratados comedias y tragedias.

Me pregunto qué pedazo síntesis sobreviviría
si esta ciudad fuera un contenedor social
y concentrara todo en un solo edificio
como teorizaban, hace cien años, los rusos.

Que porción resumiría, permaneciendo,
las restricciones y proscripciones
de esta vida que se fabrica cuando uno habita
una ciudad que dice encarnizadamente sí a los proveedores.

(“En la biblioteca de noche”, página 10)

¿Cómo puede ver uno una biblioteca si no es de una manera poética? ¿Cómo concibes y ordenas (o desordenas) la historia y la sabiduría? ¿Cómo la contienes o almacenas?

Sin duda esas preguntas las responde Avedoy con estos poemas: renovación, distribución y unificación, conceptos que un bibliotecario con todos sus cursos o un coleccionista de libros que desde su espacio íntimo —su casa— ha procurado salvaguardar, volúmenes para su trabajo académico o para su oficio de escritor-lector, o simplemente por placer o por manía.

Hay muchas cosas de la literatura que aun no entiendo, sobre todo en el famoso proceso editorial, una es el tiempo. Platicaba con una amiga, la escritora sonorense Cristina Rascón, quien me decía cómo concibió su libro La desilusión óptima del amor (Universidad Veracruzana, 2023). que vio la luz después de años de concebirlo, de escribirlo y de corregirlo, luego enviarlo a convocatorias, esperar el dictamen, la revisión y publicación, entonces el año de publicación no corresponde al de su escritura, por eso tendríamos que pensar que los libros son atemporales, que los temas se renuevan o revitalizan, o que hay épocas que nos obligan escribir de tal o cual tema y que estos tengan una significación inmediata, es decir, que se adapten, eso depende de muchos factores. Las bibliotecas nunca anunciaran novedades a menos que sea de una adquisición y esta podría ser de algún libro antiguo: como novedad tenemos la primera edición del libro tal publicado en 1982, por ejemplo, por eso AntiDewey (notas de campo) es contundente cuando sentencia: Para sobrevivir hay que creer en algo, yo creo en las bibliotecas.

El universo es en estantes

Aun la enorme José Vasconcelos es una parcialidad, un fragmento, entonces ¿las bibliotecas son antologías? Avedoy inserta y ejemplifica en su discurso amoroso a las bibliotecas, a su mundo —inclasificable- como lo leemos en algunos versos:

Galaxias viudas, estrellas anémicas, alumbrando
continentes y traficantes.
No sé cómo sonará tu voz desde aquella otra orilla del muro.
Una biblioteca es una biblioteca es una
biblioteca es una biblioteca

(Fragmento de “Aquí solo se habla de dinero”, pág. 41)

Entonces las estaciones tienen un índice de hojas y con los ojos y el corazón nos damos cuenta de que hace mucho tiempo había unos que vivieron felices para siempre, algunos les llaman lectores y la autora se vuelve a confesar literalmente, literariamente:

Todos saben
que yo solo abrigo sentimientos
bibliográficos por usted
no hace falta que exista una palabra
donde antes había un rio.

(Fragmento “AntiDewey”, pág. 44)

Teresa (sospecho) es la bibliotecaria que escribió un diccionario y entiende el amor a sus anchas, se adentra en las palabras por eso la leemos, es decir, la amamos, porque en su invitación, en creer en algo porque nunca estamos satisfechos y tenemos entonces que buscarlo y buscarlo, mirar y mirar, leer y leer observar y observar preguntar y preguntar porque, cito de nuevo a Avedoy: Un corazón de biblioteca tiene cada quien cuando abriga una ciudad de preguntas dentro.

AQ

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