Apuntes para un sonido de gardenias

Reseña

El más reciente libro de poemas de Víctor Toledo, ganador de la Medalla Internacional de Poesía El Barco de Oro, Veracruz-Barcelona, 2023, es un rescate de la memoria y un ejemplo de trabajo y esmero.

Portada de 'Sonido de gardenias', de Víctor Toledo. (BUAP)
Ricardo Venegas
Ciudad de México /

Sonido de gardenias (BUAP, 2023), el más reciente libro de poemas de Víctor Toledo, es una apuesta por la memoria que transita por los diversos territorios que el poeta ha conocido a lo largo de su vida, entre ellos el más entrañable: el origen, las raíces del autor. Podemos decir que Toledo también es un coleccionista de sus propios registros a través de los cuales rememora los instantes más genuinos, y quizá no se escribieron tal como fueron, sino como los recuerda, parafraseando a García Márquez. Y esta reconstrucción es más genuina por conformar un sector de su obra.

Toledo pertenece al grupo de poetas mexicanos adscritos a la década de los 50. El año de 1968 es ineludible para esta generación que lleva tan presente en su formación (no generalizo) la caída de los regímenes autoritarios. A este grupo lo caracteriza también, afirma Vicente Quirarte (miembro de este grupo), el haber estudiado “carreras humanistas cuando la cultura no está de moda” y el hecho de no contar con manifiesto alguno ni declaraciones de principios, por lo que “el credo estético debe ser buscado en los poemas mismos”.

La dispersión es otra característica de este grupo, su diversidad de lecturas —Baudelaire, Rimbaud, los Contemporáneos, los clásicos de la poesía española, Rubén Bonifaz Nuño, Jaime Sabines, Pablo Neruda, T.S. Eliot, Roberto Juarroz, Cesare Pavese, René Char, los poetas beat— y temas como la desilusión amorosa, la infancia, el humor, la naturaleza, el erotismo… En el ahora, estos poetas llevan consigo las riendas de gran parte de lo que germina en la poesía mexicana, y asumen los riesgos de toda generación: su propia heredad.

En Sonido de gardenias Víctor Toledo realiza un ajuste de cuentas con el ayer, los primeros instantes que fundamentan lo que sería el futuro: Tendría yo cinco años/ Cuando sentí que una presencia luminosa me observaba/ Todo era luminoso en esa hora,/ entre las 11 y 12,/ Volteé, creí que era Dios:/ Un hombre alto, fuerte, esbelto/ De barba y cabellera blanca, ojos azules,/ En traje albeante de jarocho con su sombrero en mano,/ Un resplandor apolíneo/ Que detenidamente me miraba:/ Le pregunté con la inocencia de quien confundió/ O fundió a Cristo con su padre/ (Según los almanaques enmarcados)/ Si era Dios./ En ese momento oyó un ruido y se alejó, sin contestar./ Con él se retiró el medio día./ Era mi abuelo que furtivamente/ Entró a conocerme. Hay en nuestra literatura grandes homenajes al padre: Algo sobre la muerte del Mayor Sabines de Jaime Sabines, Beber un cáliz de Ricardo Garibay, Pedro Páramo de Juan Rulfo. Sin embargo, el abuelo no ha sido considerado en su justa magnitud, pues es de dominio público que en México el rol del padre es muchas veces superado por el del abuelo, por ello es un acierto que Toledo considere esta figura en este poemario de la memoria.

Palacios art decó, estaciones de trenes porfirianos, escenarios de la infancia que hoy se miran como un documental del poeta que regresa al pasado: A espaldas del Buentono estaba la casona inglesa de mi abuela,/ De cedro y barandales de bambú, sobre pilotes, con techo de gruesas láminas de cinc./ Donde en invierno en la neblina verde (porque era azul sobre los puentes)/ Jugamos “escondidas” pues a un metro ya nada se veía./ Pero el día de San Juan llovían las sebosas chicatanas/ (Su peso era imposible para el vuelo sostenido)/ Mi padre las asaba en el comal donde caían,/ Manjar del paraíso, maná del cielo que manaba/ Directo a la tortilla en mano.

En la poética de este volumen hay instantes, también, que tienen que ver con la experiencia espiritual. William James decía que “hay experiencias espirituales como la arena del mar”, es decir, infinitas: De la nada apareció un anciano/ Pidiéndole café,/ Había cruzado el huerto/ Era muy blanco, pulcrísima su ropa de alba/ Como él y su cabello y barba nívea./ Una presencia luminosa que aclaraba/ No era cualquier mendigo./ Irradiaba armonía, personificada la bondad/ El sol era su sombra/ Y ella era otra luz: el otro acompañante./ Quizá era un rico que había perdido su hacienda y su familia./ Mi madre le ofreció comida/ Pero le contestó:/ “Su fama se ha ganado, de generosa y grande cocinera, Yo solo quiero un trago de café.

Sonido de gardenias es uno de los mejores libros de Víctor Toledo por el trabajo y el esmero que denotan sus versos, el rescate de la memoria y el tratamiento que le ha aplicado al arte del recuerdo; es el compendio de un poeta que ha caminado largos trayectos, evidenciados en su escritura, Toledo es un autor al que también se le reconoce la alegría, la esperanza y la luz de sus poemas que saben agradecer al tiempo, a la vida y al universo este regalo de vivir para escribir: Ese que siento que canta: Y qué bonito sombrero/ Tan brillante como el sol?/ —Es el Cielo, Amor, es Él./ El de pantalón celeste/ Y de camisa muy blanca/ Oliendo a gardenias nubes/ Que undula con hilos de oro.

AQ

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