Dos grandes maestros de nuestra música se volverán a reunir. Durante los últimos años de la década de los sesenta, en 1968, Armando Manzanero y José Alfredo Jiménez, quienes trabajaban para la misma disquera, grabaron un disco juntos. La idea surgió de su amigo y compañero Rubén Fuentes, él sabía de la alquimia que podría generar con dos estrellas gigantes y luminosas, que, gracias a sus canciones, los enamorados tenían las palabras precisas para decirles con mucha pasión a sus novias, que adoran la seda de sus manos, los besos que nos damos los adoro, vida mía… Dos trovadores mexicanos que se arraigaron en el gusto popular dentro de nuestra sociedad y dieron pie a que, en diversos países de habla hispana, se abrieran los balcones y las ventanas con la fuerza de sus versos y su música.
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Ambos con la sencillez que los caracterizaba, con la naturalidad de sus sonrisas, con su ágil sentido del humor y con su sólida obra habían conquistado los corazones de su público. Los arreglos quedaron a cargo de Chucho Ferrer. Algunos recordarán a este gran músico, con su risada melena, dirigiendo la orquesta del Festival OTI.
Lo interesante de esta producción es que puso en juego dos géneros disímiles que le permitió un resultado original: boleros y rancheras, orquesta y mariachi, internacional y vernáculo… Hay algo que suena como una lucha de contrarios; sin embargo, entre las constelaciones podríamos considerarlo un proceso natural.
Recuerdo que a mi padre le gustaba traer a la casa todo tipo de música, aunque estuviera en otro idioma. Me enseñó a escuchar tangos, flamenco, fados y música clásica. Admiraba a sus colegas y tenía varias canciones consentidas o favoritas. Entre las del maestro Manzanero, “Contigo aprendí”, le gustaba de modo particular; digamos que en su lenguaje teórico nos decía: La metáfora más hermosa que he escuchado en una canción es: contigo aprendí a ver la luz del otro lado de la luna… Entonces yo era adolescente, pero estaba acostumbrada a poner atención a los versos, la poesía me gustó desde niña; la astronomía me interesó mucho tiempo después. No obstante, intuía que aquella cara oculta de la luna era el misterio que envolvía a los enamorados.
Dos grandes de México, título del disco, unió a José Alfredo y a Armando en un trabajo que les permitió solidificar más su amistad; así como manifestar la admiración que tuvieron el uno hacia el otro. Algunos temas los cantaron a dueto, otros son la expresión del sentimiento que sólo sale de las voces de los virtuosos intérpretes.
Después de inaugurar la Casa Museo de mi padre, decidí elaborar un libro objeto que me ayudara a difundir nuestro recinto. Le pedí al maestro Manzanero unas palabras, él con su generosidad, creatividad e ingenio nos regaló esta carta:
José Alfredo:
Dirección: El cielo.
Hermano José Alfredo: Dios me ha dado la oportunidad de comunicarme contigo. Quiero decirte que no sólo te recuerdo por tus canciones, lo hago todo el tiempo por las tantas épocas que convivimos juntos. Está por demás decirte cuánto te extrañamos los que amamos las canciones lindas. No hemos podido suplantarte desde el día que te fuiste a cantar a Dios. Tarde o temprano voy a encontrarme contigo y abrazarte como en los viejos tiempos. José Alfredo, no dejes de componer y cantar, Diosito va a estar muy feliz de escucharte, es posible que nos envíe una de tus últimas canciones.
Te ama tu hermano
Manzanero
Mes de la luna, día 9 del año 11.
Segura estoy que, juntos de nuevo, en esta dimensión en algún punto de nuestro maravilloso Cosmos, Ganímides, copero de los dioses, está feliz escanciando la mesa de los poetas y escuchando sus hermosas palabras.
ÁSS