Durero, en 1525, fue de los primeros artistas que plasmaron una imagen personal onírica, La Visión, sin referencia a los santos o los mitos grecolatinos. Es una acuarela y tinta, en la parte inferior Durero describe su sueño, es un Diluvio, que baja violento desde el cielo, esta obra es muy interesante porque es un ejercicio en el que Durero rompe con el estilo de la época para buscar la verosimilitud y la permanencia de su visión.
La libertad creadora que suponen las imágenes oníricas, permitió que el arte se alimentara de metáforas audaces, incompresibles, ilógicas, que se despegan de la realidad terrenal. En el Jardín de las Delicias del Bosco o los altares de Matthias Grünewald, no hay realidad en esas obras, es el simbolismo onírico que se materializa en la dimensión de su propio lenguaje.
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El simbolismo onírico sigue y en el Romanticismo los sueños y sus alucinaciones dejan de ser exclusivas de los santos, ahora son imágenes de los propios artistas, en la exacerbación de las emociones, el retorno de heroísmo, la soledad y la melancolía. Los sueños están presentes en la poesía y la pintura, William Blake, que también tiene su versión del Sueño de Jacob, invoca a las imágenes de sus sueños y estados de alucinación, para que se apoderen de su obra.
Con el lenguaje onírico ya aceptado como parte de nuestra iconografía personal y colectiva, surge el periodo Simbolista, el momento del arte sin fronteras en el lenguaje. Odilón Redon se definía como artista, soñador y poeta, y es interesante, porque un “soñador” es aquel que incorpora sus sueños como parte de su tren de pensamiento existencial.
En el surrealismo la invasión onírica es total, desde Remedios Varo, René Magritte, Dalí, Marx Ernst, la guerra es una pesadilla, entonces el arte debe ser un sueño. Las hermosas tejedoras de Remedios Varo, tejiendo nuestros sueños, los tiburones que salen del piso de Ernst, el espíritu, la mente están en la codificación de un simbolismo que se ha sumado a nuestras imágenes y por eso podemos soñar pinturas y obsesionarnos con dibujos. Porque ya entraron en nuestra psique más profunda. Giorgio de Chirico, con sus plazas vacías como han sido tantas veces mis propios sueños, hace que en el silencio retumbe nuestra voz, y ese grito sordo sea parte de la iconografía de lo improbable.
Años más tarde llega Chagall y los sueños dejan de ser misteriosos, sexuales, transgresores, delirantes, como lo fueron desde la Edad Media y como lo impusieron los surrealistas y simbolistas, ahora son inocentes, naif, gozosos, puros.
El lenguaje onírico se ha quedado como un acervo iconográfico que cada uno va alimentando. Debemos entrar en ese estado de imaginación total, de entrega, para robarnos esas imágenes oníricas y trascenderlas a este plano.
AQ