Un poeta —un lobo sin cartel—
no muestra sus cartas, no baraja
de nuevo, no escancia vinos
que no es capaz de beber.
Es un animal procaz
que no ve detrás de las ventanas
sino más allá de las rejas,
un espectro sordo
que no domina su carga
y se entrega a ella.
Un poeta —un punto azul sobre la mesa—
no mira para ver
sino para abrir los ojos.
ÁSS