Arturo Pérez-Reverte: “Quise contar el amor, la lealtad, el sacrificio”

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En Revolución, el escritor español traza un fresco sin ideología, demasiado humano, de la lucha armada que sacudió a México en la década de 1910.

Arturo Pérez-Reverte, escritor y periodista, miembro de la Real Academia Española. (Foto: Ariel Ojeda)
Ciudad de México /

Arturo Pérez-Reverte presentó en la FIL de Guadalajara su novela Revolución (Alfaguara, 2022), protagonizada por un ingeniero de minas español, Martín Garret, quien de pronto se ve inmerso en un mundo desconocido y violento, el de la guerra civil en México.

Dejándose llevar por las circunstancias, se involucra en la División del Norte de Pancho Villa y observa, siempre con distancia y aparente frialdad, los hechos, los personajes, las contradicciones de un movimiento en el que la violencia y la sevicia no proscriben la ternura ni la amistad.

De acuerdo con sus editores, Revolución “es un relato de iniciación y madurez a través del caos, la lucidez y la violencia: el asombroso descubrimiento de las reglas ocultas que determinan el amor, la lealtad, la muerte y la vida”.

En esta entrevista realizada en Guadalajara, Pérez-Reverte habla de esta novela, en la que reconoce que hay mucho de él, de su visión de la guerra y los afectos.

—¿Cuál fue tu principal reto al escribir esta novela?

No podía venir aquí como un gachupín que llega de turista y monta una novela desde fuera; no podía hacer eso. Revolución es una novela seria, hecha desde dentro. Tengo la ventaja de que conozco muy bien México, desde hace muchos años; conozco bien el país, la gente, las hablas distintas, pero tenía que conseguir que los personajes hablasen como se hablaba entonces, no como ahora. No podían decir “pinche güey”. Lo que hice fue estudiar, leer muy bien las novelas de la época, que las hay excelentes: Los de abajo, Vámonos con Pancho Villa, Cartucho, Se llevaron el cañón para Bachimba. Las leí todas. Leí los periódicos de aquel tiempo. Fui sacando palabras, expresiones, giros —la jerga popular de la época era muy divertida, muy interesante, muy ingeniosa—, para conseguir que al lector mexicano no le resultara ajena la novela. Para mí, lo peor hubiera sido que me dijeran: “Oye, tus personajes no hablan como mexicanos, no reconozco a México en esta novela”. Por eso investigué mucho y, con los medios que pude conseguir, traté que el mexicano diera por buena la historia. Con esta novela, mi principal tragedia hubiera sido que las expresiones, que el lenguaje no correspondiera a esa época. Si no hubiera sido capaz de controlar eso, no la habría escrito.

—¿Por qué volver a la Revolución mexicana, un suceso del que, como tú mismo has dicho, se ha escrito una gran cantidad de novelas?

Porque, entre otros, la revolución mexicana es un factor de aprendizaje para el protagonista, Martín Garret, un ingeniero de minas español. Yo quería que aprendiese de la revolución, de la gente que hace una revolución; él no es un revolucionario, es un tipo que mira y, al mirar, aprende y madura. Quería que aprendiese todo esto durante el tiempo terrible y espléndido de la revolución mexicana. Hay otro factor, más importante todavía: la revolución mexicana ha sido mitificada en el propio México. México ha vendido al exterior una imagen de su revolución no siempre exacta, con mucho folclor, muchas adelitas, mucho heroísmo, pero también hubo traiciones, suciedad, crueldad, barbarie; hubo mucha sangre y mucha muerte. Entonces, yo quise hacer una novela ecuánime que presentara a la revolución mexicana con luces y sombras, con crueldad y con tragedia, con basura y con gloria. Para conseguir esto, me documenté lo más que pude para dar una imagen que tal vez a un mexicano le resultaría más difícil porque está mediatizado por su propia historia, por las lecturas que se han hecho de la revolución mexicana —la veas como la veas—, pero yo venía de fuera con la limpieza del ecuánime. Yo no tengo ninguna vinculación con Villa, ni con Zapata, ni con Madero, ni con Carranza, ni con nadie. Soy un tipo que mira. Así que esa mirada ecuánime, digamos más fría, quizá podría ser útil para que los mexicanos vean cómo ve su revolución alguien que no es mexicano, que no está condicionado y la ve desde fuera. La novela responde a ese intento de contarles a mis amigos mexicanos cómo veo su revolución.

—Novelas como Los de abajo, de Mariano Azuela, plantean claroscuros y desmienten algunos mitos en torno a la revolución.

Para hacer mi novela, te repito, leí todas las que existen. Vámonos con Pancho Villa, por ejemplo, de Rafael F. Muñoz, es durísima, es la decepción de unos amigos que se involucran en ella y poco a poco van siendo destruidos por la misma revolución. Esa visión fue muy importante para mí, porque necesitaba ver cómo se había contado la revolución y elegir, de aquello que se contó, lo más conveniente para mi proyecto.

Por otra parte, quería huir de la concepción romántica que hay en España y México de la revolución: tiros al aire, adelitas, ¡viva Zapata! No, quería hacer algo mucho más complejo, sucio, turbio, traicionado, amargo, sangriento, impreciso y trágicamente fracasado de lo que lo vemos ahora. Con la humildad de quien viene de fuera a mirar y con la ecuanimidad de quien no está implicado, yo quería contar esa historia.

—Martín Garret, el protagonista, se deja llevar por las circunstancias; parece simple y sin embargo es un personaje bastante complejo. ¿Cómo lo imaginaste?

No quería hacer una novela en la que un hombre se vuelve revolucionario, no quería hacer una novela de un militante, necesitaba la frialdad del observador, necesitaba la frialdad técnica de un ingeniero, de alguien que ve las cosas como un fenómeno casi antropológico; necesitaba esa frialdad. Un revolucionario me habría estropeado el personaje porque hubiera tomado partido, hubiera sido alguien arrastrado, digamos, sentimental, ideológicamente por la revolución. Y aunque Martín actúa de una manera muy directa en ella y al final termina combatiendo como uno más, o mucho más que otros combatientes y pagando el precio, siempre se mantiene sereno, con ese distanciamiento que le permite observar.

Yo he visto muchas revoluciones y muchas guerras, y sé que quien está dentro solo ve lo suyo: ve al enemigo al que odia y al amigo al que ama, excluye la virtud del enemigo y el error en el amigo. Yo quería que mi personaje lo viese todo, por eso construí a Martín Garret, y estoy muy contento de haberlo mantenido fuera de la contaminación, entre comillas, ideológica. En ningún momento él se siente un revolucionario, se siente alguien que quiere, que ama, que es leal, que tiene vínculos afectivos con revolucionarios, pero él no es un revolucionario; él no cree en la revolución, no está ahí para cambiar sino para comprender el mundo. Creo que esa es la clave de la novela: el personaje no está para cambiar el mundo, sino para comprenderlo; lo que a él le importa es la gente que lucha: Genovevo Garza y su mujer Maclovia Ángeles, el mismo Pancho Villa. Sus lecciones de vida no son una revolución que triunfa o fracasa, sino los hombres y las mujeres que la hacen.

—En la novela, además de Garret, aparecen otros dos extranjeros, el mercenario Tom Logan y la periodista Diana Palmer, ambos norteamericanos.

Ella es una testigo viajera, es una periodista de la época inspirada en Nellie Bly; el otro es simplemente un aventurero, pero Martín es un observador, un científico. A Martín Garret lo llevo a una cosa personal. Pasé veinte años en países en guerra, y los primeros tres o cuatro fueron de fascinación, no por la guerra que es horrible, sino por los hombres y mujeres que hacen la guerra. Me di cuenta de que la gente se comporta de manera diferente en la guerra que en la paz y que en la guerra afloran cosas que nada tienen que ver con la vida normal, o con la que nosotros llamamos normal. Ese hecho me dejó fascinado y enganchado y, entonces, a Martín Garret le presté esa fascinación, insisto, no por la guerra sino por los hombres y las mujeres que hacen la guerra —en este caso, una revolución.

Martín está en proceso de aprendizaje y los afectos que entabla no son con el hecho sino con quienes participan del hecho. Por eso llora cuando muere su “compadre” Genovevo Garza y Maclovia le dice: “Él hubiera llorado por ti”.

En ese sentido, narrativamente hablando, me importa un carajo la revolución mexicana; es el escenario, pero lo que yo quiero contar son las cosas que ocurren dentro de ella, cómo es posible descubrir la lealtad, el amor, el sacrificio, la admiración.

Descubrir a gente como Genovevo Garza, quien se viste con ropa charra para la que va a ser la última carga de su vida, y al final le dice a Martín: “Ya me torcieron, compadre”. Ahí se resume todo. Son lecciones de dignidad, de hombría, de coraje, de lealtad, por eso el Martín que llega al término de la novela es tan distinto del que la comienza. Es muy complicado, hay mucha carga personal en esta novela, una novela muy sentimentalmente mía.

—Uno de los personajes más poderosos de la novela es la soldadera Maclovia.

Que habla con silencios, y de esta forma habla hasta por los codos. Maclovia me gustó mucho. Y hago un paréntesis. Yo quería huir de María Félix en Enamorada y quería irme a Silvia Pinal en La soldadera. Ahí está la diferencia entre la terrible vida de la soldadera de Silvia Pinal que nada tiene que ver con la romántica película de telefolletín de Enamorada.

Estoy muy contento porque Maclovia es de verdad, no es una ficción que me he inventado; por lo que he leído y estudiado, así eran las soldaderas de verdad. Ese silencio que guarda, ese sacrificio de conseguir y cargar con la comida y todas las cosas, esa dignidad del personaje, que no es en ningún momento sumisa ni humillada, me gusta mucho. De las tres mujeres de la novela —Diana Palmer, la aristócrata Yunuen Laredo y Maclovia Ángeles—, de la que estoy más orgulloso es de Maclovia.

—¿Cómo consigues que Martín Garret mire ese mundo fragmentado en que se va convirtiendo la revolución sin perder la brújula, sin extraviarse en las diferentes facciones y caudillos?

¡Con trabajo! Pero hay una cosa evidente. Eso sucede porque Martín no es revolucionario; si lo hubiese sido en alguna parte hubiera quedado fragmentado. Él cae con Pancho Villa porque Genovevo Garza está con él, porque le simpatiza la gente que colabora con él, ese es el vínculo. Pero podría haber caído con Pascual Orozco o con Venustiano Carranza, o con quien sea, da igual, solo que cae en un lugar donde crea lazos afectivos. Él mantiene la lealtad porque da igual que Villa cuelgue, ejecute, asesine; da igual que Genovevo Garza mate un prisionero, da igual porque son los suyos y lo que él está mirando es el comportamiento de esos hombres, no está juzgando ideológicamente su comportamiento, los está mirando y eso es lo que lo mantiene vinculado a ellos.

A mí me gusta imaginar a ese español caído por casualidad en la revolución mexicana cabalgando en Celaya, con las cargas suicidas de Villa. ¿Pero por qué va? No porque crea que una de esas cargas salvará a México. México a él le importa un carajo, no es México lo que le interesa, le interesan los hombres que conoce en México y él carga porque cargan los suyos. Hay mucho sentimiento en Martín Garret, pero es un sentimiento humano, no revolucionario.

Él no cree que el mundo pueda cambiar, no cree en la revolución, comprende enseguida que no va a ninguna parte. Pero cree en la amistad. Por eso, cuando llegan a la Ciudad de México se lleva a Genovevo Garza y a Maclovia Ángeles a desayunar al Sanborns y en el Hotel Regis, cuando no quieren admitirlos, le dice al gerente: “O les dan una habitación o le pego fuego a este pinche hotel”. Eso es lo que lo hace sentirse bien, de eso se trata.

—¿Estás satisfecho de haber escrito esta novela?

Sí, en esta novela afloro yo, hay mucho de mí en esta novela. No es que el personaje tenga mucho de mí, sino que he puesto en ella mucho sentimiento, amor, afecto, simpatía, lealtad. Con esta novela soy leal a México, al que le debo mucho y donde he aprendido muchísimo. Es una novela hecha con toda la nobleza posible. Era una deuda personal que tenía con México y estoy muy orgulloso de haberla escrito.

AQ​

  • José Luis Martínez S.
  • Periodista y editor. Su libro más reciente es Herejías. Lecturas para tiempos difíciles (Madre Editorial, 2022). Publica su columna “El Santo Oficio” en Milenio todos los sábados.

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