Arturo Souto y yo, de eso hace más de 60 años, recién conocidos hacía unas horas, caminábamos por el Paseo de la Reforma hablando de literatura. Arturo —hijo de un refugiado español que era pintor— estudiaba Letras en la Universidad donde dos años después se graduaría con Magna Cum Laude. Yo le conocía ya un cuento, “El candil”, y acababa de leer “Coyote 13”, sin saber que era de él, quien me dijo, como si confesara un delito: “Ese cuento también es mío”.
“Coyote 13” es una de las obras maestras del cuento en habla española y me extraña que ahora las antologías lo ignoren. Es uno de esos cuentos que podría ser una novela porque la densidad literaria hace que, por ejemplo, un relato maestro de Borges, “El inmortal”, tenga una gran densidad literaria que le permite hablar de hechos ocurridos a través de muchas generaciones mientras que el copioso Ulises de James Joyce con sus 600 páginas solo habla de una noche en que se cruzaron los destinos de Bloom y Stephen. Eso es lo literario, la diferente intensidad y densidad que tienen las palabras escritas o habladas. El cuento de Souto al que me refiero habla de un cazador de coyotes contratado por una hacienda, que persigue y logra matar a todos los coyotes de una manada, pero se le escapa siempre el coyote número 13, el último de la manada que sigue vivo, y escapando de él, pese a la astucia y la autoridad venatoria del cazador. En el relato se turnan días y noches en lo que parece una infinitud de tiempo. Son ocho páginas magistrales que servirían de ejemplo a quienes escriben cuentos. Al silenciamiento de esa pieza maestra de la narrativa han contribuido la gran modestia y la injustificada timidez de un autor que se empeñaba en esconderse tras su condición de profesor en Letras, de ensayista y de crítico. Yo he tenido siempre a mano, aun en el caos rampante de mi biblioteca, el primer libro de cuentos de Arturo Souto: La plaga del crisantemo, en la primera edición de la Universidad de 1960. Tengo “Coyote 13” por entre los que han perdurado entre mis lecturas a lo largo de más de medio siglo: “El Aleph” de Jorge Luis Borges, “El hombre que fue rey” de Rudyard Kipling, “La leyenda de San Julián el Hospitalario” de Gustave Flaubert, “Un día de campo” de Guy de Maupassant, “Nadie entendía las lámparas” de Felisberto Hernández, “Los muertos” de James Joyce, “Un lugar limpio y bien iluminado” de Ernest Hemingway, y… algunos cuentos de Arturo Souto que tienden a prolongarse y perpetuarse en una leyenda, como es el caso de “Coyote 13”, que comienza con la mirada del narrador abierta al universo y concluye, pero a la vez recomienza, en un breve e intenso momento, el de una mirada intercambiada entre perseguidor y perseguido. Pues “Coyote 13” es, como Moby Dick y otros cuentos de Melville y de Conrad, la historia de una persecución que atraviesa las edades, y la oposición del hombre y la bestia, entendidos como personajes centrales a través de los siglos. Lo intenso del relato soutiano está basado principalmente en un cuidado casi maniático de las palabras: una historia universal como es la de todos los perseguidos y los perseguidores se concentra en un número de páginas que apenas se puede creer por lo corto que es, pero así funcionaba la idea narrativa de Souto, que creía sobre todo en que las palabras deben de ser justas, precisas, raras y llenas de una vibración que prolongue la mera historia hacia horizontes de comprensión variados. Así, una narración puede tener más densidad e intensidad que un ensayo, por el poder alucinatorio que tienen algunas combinaciones de palabras, y es un ejemplo de lo que podemos considerar la magia de lo narrativo, que es, me parece, el primer intento del primer prosista que apareció en el mundo y que seguirá apareciendo si tenemos suerte.