He aquí el palacio donde he aprendido a sobrevivir;
donde hace dos años abracé a Odiseo,
fornido hijo de Laertes, por última vez—
un largo abrazo que bastó
para aunar nuestros latidos antes de su partida a Troya.
He aquí el palacio donde deambulo
por los pasillos, un mundo de piedra y madera que es el mío.
He aquí la estancia donde trabajo la lana,
y me hablo en alto;
donde aún despierta doy vueltas y vueltas,
donde en medio de la noche voy y vengo,
mientras una vez más me convenzo
de que la terrena idea del amor sigue siendo la sangre viva que
[me ronda el cuerpo.
He aquí el palacio donde porto la corona de la fidelidad;
donde el sonido del mar es aquél con que pienso.
Por tanto, si de pie, junto a la ventana, ver siempre deseo
la silueta de un barco que a mí viene,
qué ha de ser sino mi amor,
y la pasión por Odiseo que acrecienta el tiempo,
por mi astuto marido que piensa lo mismo, y a quien espero.
Así habló Penélope al despertar esta mañana,
cuando el dorado paño del alba ascendía
desde el mar.
Traducción de Nuria Brufau Alvira.
ÁSS