El caballo feroz de la vigilia;
el potro de la fe
─que no es caballo;
las espuelas del amor,
del odio,
─que se clavan igual en los ijares;
las palabras que me bebo,
las críticas:
su dorado sabor al masticarlas
en el tibio abrevadero del café,
los restaurantes, las barras
ferrosas de los frenos
que otro va imponiéndome
─sin apenas darse cuenta.
Y bramar con labios apretados
por temor a recibir el fuete en las espaldas.
Ir de purasangre a rucio
o galgo tras la liebre ilusoria del dinero;
o marido burócrata con prole
y un establo de interés social.
Ir del fuete del padre
a la correa de la culpa
y el oscuro confesor
─su inútil penitencia
de credos y rosarios;
al psiquiatra
─la inútil sertralina.
Los temblores.
La pérdida de bríos.
El insomnio.
ÁSS