Un vino nada caro,
vasos cortos de vidrio.
Caminé con el perro
hasta el mercado de los campesinos
y he comprado los quesos que nos gustan.
En la mesa, manzanas y naranjas.
Ordené ya la casa.
Tengo ya tus cigarros y el mezcal
ya destella en el cráneo de cristal.
En las horas agónicas del día
más álgido de toda la semana,
tu presencia es mi último refugio.
La opinión de los otros obrará
en contra de nosotros como siempre.
Ven de nuevo, que no lo sepa nadie,
que son tus ojos y su ardor lascivo
virus en mi sistema operativo.
ÁSS