Beetlejuice Beetlejuice. Cuenta la leyenda que si espetas tres veces este nombre se aparece Michael Keaton en plan maniaco. En la película se aparece también Winona Ryder muy avejentada. Todo en esta secuela resulta elemental. Tanto que no es exagerado decir que desde Mars Attacks! en 1996, Tim Burton no dirigía algo tan malo. ¿O no? ¿Es lo mismo elemental que malo?
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Esta segunda parte de Beetlejuice tiene momentos hilarantes. Cuando el director se lanza contra Disney, por ejemplo, o cuando los influencers son devorados por sus celulares. Burton brilla sólo porque no se toma en serio y porque lanza chistes incluso contra sí mismo. Eso, supongo, es lo que busca quien ha vuelto a ver cine en el cine: películas como esta, sin inteligencia ni maldad. A menos, claro, que uno pertenezca al clan de quienes piensan que celebrar el Halloween es equivalente a hacer un rito demoniaco y que es muy malo reírse de la necedad de que los muertos por alguna razón puedan volver a morir.
En esta segunda parte del Beetlejuice de 1988, seguimos a Lydia Deetz, la mujer que interpretó Winona Ryder en su adolescencia. Según esta película, Lydia se ha convertido en estrella televisiva bajo la supervisión de un galán que le roba las píldoras para evitar el nervio que le da ver gente muerta. Por otra parte, está la hija de Lydia, Jenna Ortega, la misma que interpretó a Wednesday (Morticia) en la serie de Netflix y, para completar el trío generacional, una abuelastra que hace Catherine O’Hara.
Resulta pues, que, a raíz de un accidente aéreo, las tres deben reunirse en la vieja mansión en la que hace treinta y seis años Beetlejuice conoció a Lydia Deetz. Asistiremos a una boda, a un romance adolescente y endemoniado y a una persecución en el más allá que dirige Willem Dafoe, otro que accedió a participar en esta película sólo porque la firma Tim Burton.
La actriz más notable resulta, sin embargo, Monica Bellucci. De hecho, esta segunda parte de Beetlejuice no es otra cosa que un pretexto para hacerla pasear por la pantalla durante dos horas en su traje de novia negro. A propósito de la participación de Bellucci, Beetlejuice explica a sus secuaces de cabezas minúsculas que Delores (es decir Bellucci) es un viejo amor. Seiscientos años antes de que él conociera a Winona Ryder en 1988, Beetlejuice se enamoró de la diva italiana en un cementerio. Se amaron con pasión y, sin porqué, decidieron asesinarse. Y él la hizo cachitos. Y por alguna razón extraña, justamente a propósito de la reunión de Winona, su madrastra y la hija que no la quiere, Delores decide salir de las diversas cajas en que se encontraban, intactos, sus magníficos trozos de cuerpo y engraparse a ella misma.
Comienza la persecución. La italiana va tras el monstruo gañán y este enfoca sus baterías amorosas en Winona Ryder. Y, lo dicho, no es necesario tratar de encontrar un verdadero hilo conductor porque no lo hay.
Beetlejuice Beetlejuice ha sido construida como uno de esos monólogos cómicos, con chistes uno tras otro que uno disfruta sólo porque pagó por ello. Ahora bien, lo que resulta francamente misterioso es la participación de estos actores. Pensemos en Michael Keaton. No hace mucho se quejaba de haber caído en un olvido del que lo sacó el mexicano González Iñárritu con Birdman, en el 2014. ¿Y qué hace ahora el actor? En diez años ha vuelto a destruir su carrera con películas tan olvidables como Beetlejuice Beetlejuice. No cabe duda de que los actores son seres sensibles y muy misteriosos.
Beetlejuice Beetlejuice
Tim Burton | Estados Unidos | 2024
AQ