El Clásico de Otoño entre Astros de Houston y Filis de Filadelfia es un buen motivo para comentar que en el Museo Diablos, ubicado a un costado del Estadio Alfredo Harp Helú, hay una magnífica exposición temporal denominada Francisco Toledo: Sobre beisbol.
En la muestra, integrada por 70 obras, hay óleos, acuarelas, gouaches, aguafuertes, bocetos y piezas en técnica mixta. En cuatro paredes el rey de los deportes adquiere otra dimensión porque la fantasía del artista oaxaqueño se vuela la barda, serpentea de la loma al home, se barre en segunda base, da triple y, sobre todo, aguanta candela en la sufrida posición de cátcher.
La atracción de Toledo por los receptores es evidente en sus trabajos beisboleros y se refrenda en 14 fotografías en blanco y negro que le tomó Graciela Iturbide mientras él posaba con los arreos de cátcher, rodeado de avestruces. Surrealismo puro.
Cada visitante debe tener sus obras favoritas, pero sin duda en la memoria de todos deben revolotear la veintena de papalotes que penden al fondo del techo con motivos relacionados con la pelota caliente. También destaca un bate con muchas monedas de un peso incrustadas que a mí me remiten a la frase del Mago Septién: “El beisbol es demasiado negocio para ser un simple deporte y demasiado deporte para ser un simple negocio”.
Sobre la base del mango de un bate descansa una pelota de beis con un autorretrato de Toledo y también se exhiben bocetos de la hermosa reja perimetral que diseñó para el estadio; él predijo con tino que, al paso del tiempo, la oxidación del acero le daría un tono rojizo acorde con el color que identifica al equipo escarlata.
En la exposición se incluyen mensajes escritos por Francisco Toledo a miembros de la familia Harp, dueños de las piezas exhibidas, que ponen de manifiesto la buena relación que tuvo con ellos.
Otra muestra temporal contiene figuras beisboleras de barro de tamaño natural, de Víctor Vázquez, y una instalación de Adán Paredes realizada con 322 bates usados que simulan olotes de maíz en una desgranadora.
Además de esas exposiciones, el Museo Diablos cuenta con muchas otras obras de arte. En la entrada hay dos pequeñas y bellas esculturas de Leonora Carrington. Asimismo, en la sala de trofeos del equipo hay piezas de Sergio Hernández, José Ángel Santiago, Demián Flores, Adán Paredes, Victoria Villasana, Amador Montes, Isauro Huizar, David Troice, Luisa Salas y Jaime Ruiz Martínez.
También hay dibujos del Dr. Lakra (hijo de Toledo) alusivos al equipo, que fueron utilizados para la confección del más reciente uniforme de los Diablos.
Ahí no acaba el entrevero de arte y béisbol, ya que el estadio contiene varios murales de Sergio Hernández, José Luis García, Amador Montes y Demián Flores. La cereza del pastel es una estupenda escultura metálica de gran formato firmada también por Sergio Hernández; es un cátcher diablo de doble cara que en las noches de partido es iluminado con luces de diversos colores.
A esta exposición temporal de Toledo le quedan pocas semanas para poder visitarla y por el momento el ingreso a todo el museo es gratuito. La entrada al estadio se ubica en la puerta 8 de la Ciudad de los Deportes de la Magdalena Mixihuca, donde también está el Autódromo Hermanos Rodríguez.
Las agendas del Mago
Dentro del Museo Diablos se ilustra ricamente la historia del equipo en su paso por el Parque Delta (luego llamado Parque del Seguro Social), Foro Sol, estadio Fray Nano (nombre en honor a Alejandro Aguilar Reyes, fundador de La Afición) y estadio Alfredo Harp Helú.
De entre los muchos grandes peloteros es imposible no mencionar a Daniel Fernández, José Luis Borrego Sandoval y Alfredo Zurdo Ortiz, quienes brillan dentro de la museografía. Ramón Urías, actual tercera base de los Orioles de Baltimore y muy reciente ganador del Guante de Oro en la Liga Americana, fue campeón con los Diablos en la temporada 2014.
También hay imágenes de célebres aficionados y porristas del equipo, incluyendo a los entusiastas hermanos Pedro y Javier Zarrave, a quienes casualmente me encuentro en el museo. Ellos están más que listos para presenciar en vivo un juego de los Diablos Rojos de la liga invernal que terminaría con paliza a favor de sus pingos.
En una sala del recinto se rinde homenaje a cronistas destacados como Jorge Sonny Alarcón, Enrique Keerlegand, Tomás Morales, Óscar Rápido Esquivel y Antonio de Valdés, quienes aparecen con sus fotos enmarcadas.
La presencia del Mago Septién, el más talentoso, es discreta pero significativa. No hay imagen de él aunque sí una de sus célebres agendas en las que hacía apuntes y un mini contador de bolas, strikes y outs de plástico que él le obsequió a Agustín Castillo, también cronista de beisbol y director del Museo Diablos. Ambas reliquias se ubican dentro de un apartado en el que se recrea una antigua cabina de transmisiones.
Sin duda, Pedro Septién (1916-2013) fue un artista del micrófono, capaz de darle un aroma de leyenda tanto a un juego común y corriente como a uno de Serie Mundial. La forma en que evocaba a grandes peloteros y managers es inolvidable: Babe Ruth, Connie Mack, Sandy Koufax, Beto Ávila, Joe DiMaggio, Ty Cobb, Grover Alexander.
En alguna de las muchas visitas que le hice en su casa, el narrador de 57 Series Mundiales me comentó que Carlos Slim y Andrés Manuel López Obrador lo buscaban para hablar de beisbol.
Cuando le pregunté qué tan grande fue Fernando Valenzuela en Grandes Ligas, contestó: “En 1986 ganó 21 juegos y completó 20, con eso está dicho todo”.
El Mago no era una perita en dulce. Competitivo en exceso, alguna vez me dijo, refiriéndose a sus colegas: “Son jornaleros de la crónica. ¿Cuándo has oído una frase inventada por ellos?”.
Septién fue una máquina de frases célebres: “Los números son profetas que miran hacia atrás”. “Para conocer al pelotero vivo, tienes que conocer al pelotero muerto”. “El futbol tiene 14 variantes; el beisbol, millones”. “Contra la base por bolas no hay defensa”, entre muchas otras.
La última vez que platiqué con él, cerré mi texto con estas palabras: “Cerca de la centuria, Pedro Septién conserva la lucidez, la vanidad, la brillantez, la memoria y, a ratos, la intolerancia”.
Cuando le hablé por teléfono muy temprano para decirle que ese día se publicaba la entrevista, me dijo que ya la había leído. Pensé que me reclamaría por ese final, pero medio se disculpó a su manera diciendo que si acaso era muy directo al hablar lo hacía para que los demás se superaran. En fin, genio y figura de un locutor de varios deportes en radio y televisión que alcanzó la consagración en el insondable beisbol.
AQ