El nuevo material del jefe Dylan, Rough & Rowdy Ways (2020), es el esperado regreso del gran poeta de la canción americana, y no decepciona, a sus casi 80 años, sino que asombra por su calidad y resistencia, su profundidad y lo afilado de su palabra. Retorna armado de una voz ya clásica que, ahora que se ha vuelto el arquetipo de viejo sabio, no suena tan inapropiada, como lo ha sido siempre, para las melodías de amor y todos los rangos sentimentales.
Galardonado con el Premio Nobel en 2016, no había estrenado un disco de canciones originales desde su Tempest en 2012, al cual siguieron tres álbumes de covers de la era perdida de Frank Sinatra, que, junto con una abominable colección de villancicos, fueron desconcertantes y parecían indicar que el maestro había perdido la brújula; eran de una calidad nostálgica y sensiblera muy lejana de las alturas a las que nos había acostumbrado. Muy lejos, por ejemplo, de Time Out of Mind (1997), una de sus obras maestras, que marcó su renacimiento como artista. De este tamaño, sólo se pueden mencionar Blood On the Tracks (1974) o Freewhelin’ Bob Dylan (1963), otros discos provenientes de sus periodos de mayor creatividad e inspiración. También se podría agregar el Slow Train Coming (1979), que incluye excelentes rolas, derivadas de su conversión al cristianismo, después de un accidente en motocicleta y el descenso hacia una gran intensidad narcótica en la década explosiva de los sesenta.
Ya en el nuevo milenio, nos regaló excelentes producciones como Love and Theft (2001) y Modern Times (2006). De igual forma que los antes mencionados, y casi todos sus discos, el nuevo contiene piezas que se volverán favoritas de sus admiradores, nosotros, los simples mortales, quienes podemos disfrutar otra vez de lo complejo que resulta su discurso, y cuyos discos merecen ser tanto escuchados como leídos. Especialmente cuando, desde hace algunos discos, Dylan ofrece a veces canciones que superan los siete, nueve o diez minutos (creo que el récord lo tiene “Highlands” del Time Out of Mind, con más de 21).
Es el caso de las tres últimas piezas de Rough & Rowdy: “Crossing the Rubicon”, “Key West (Philosopher pirate)” y, desde luego “A Murder most foul”, la primera que publicó en internet como un avance. Se trata de un discurso de casi diecisiete minutos que mereció su propio segundo disco y versa sobre el asesinato de John F. Kennedy, un tema que podría parecernos trillado, distante y muy sobrevalorado en la mitología gringa, pero que es el punto de partida para exponer una crítica y un posicionamiento actualizado, un comentario visionario y procedente de un genio con una mirada tan amplia como la vida misma, un poeta y narrador de su tiempo y espacio, un revelador de verdades ocultas, con un lenguaje misterioso, elusivo y enigmático, pero también coloquial, callejero, contundente, arrollador.
Son dotes trovadoras, que le vienen bien para diseccionar las atrocidades que vive el enloquecido imperio vecino, desde la locura que ciñe su corona hasta su crisis económica, las cruentas batallas raciales, los saqueos e incendios a escala nacional. No es que estos temas sean comentados en el disco, pero se siente el espíritu sombrío de la era que nos devora en piezas como “Black rider”, “I contain multitudes” o “A murder most foul”, que termina con la terrible frase: “Ondeen la bandera ensangrentada, canten al asesinato más vil”, que hace referencia a la última bandera de los sureños esclavistas, la cual, increíblemente, aún se pavonea en algunos hogares. Se refiere asimismo a George Floyd, asfixiado sin piedad ni justicia el 25 de mayo pasado, ya muy lejos, mar adentro en la sangre, de la pregonada era de Acuario.
En estas flamantes diez canciones, Bob Dylan se reposiciona como el gran maestro de la música estadunidense moderna, si bien, desde luego, no va más allá de los esquemas roqueros del siglo pasado, donde el blues domina la mayoría de las canciones, empezando con la autobiográfica “False Prophet”, donde insiste en negar que sea un profeta, como le han sugerido tras escribir canciones como “It’s a hard rain gonna fall”, donde se puso apocalíptico y pareció predecir, como Leonard Cohen con su “The future”, los días de ira y desesperanza que hoy se levantan sobre nosotros. Se niega como vidente o falso profeta, pero Bob Dylan sabe que mira más allá de lo evidente.
Vuelve al blues en la oscura y macabra “My own versión of you”, donde se describe como un asesino, con aspiraciones a doctor Frankenstein. “Good bye, Jimmy Reed” es un delicioso blues, en honor a uno de sus héroes, una de sus grandes influencias y viejo maestro de la música negra, esa que versa sobre la tristeza en tonos azulados. Finalmente, retorna a ese género en “Crossing the Rubicon”, una incitación a tomar decisiones difíciles, apostar por empresas arriesgadas, polémicas e irrevocables, pero con valentía y sin mirar atrás, como lo hizo alguna vez Julio César cuando se vio ante ese río con sus tropas y las hizo dar un paso adelante, del que no volverían jamás, hasta reconquistar Roma. “Black Rider” es una rola lúgubre donde la mismísima Muerte parece ser la atribulada protagonista, y podría leerse como un comentario sobre el racismo y los pesares y las penurias que los afroamericanos han sufrido y aún padecen en Norteamérica, desde la esclavitud hasta Black Lives Matter.
También incurre de nuevo en la balada romántica, como en la preciosa “I’ve made up my mind to give myself to you”, una de sus más tiernas y sinceras a la fecha. Revisita el country, aunque en un tono de canción de cuna o himno poético dedicado a las musas y a la fuente primordial de donde provienen todos sus poderes, la Madre Tierra, en “Mother of muses”. “Key West (Philosophers pirate)” también podría incluirse en esta descripción como un country suave, música vaquera para escucharse en el desierto de Arizona, en una noche iluminada con fogata, un atisbo a la inocencia y la pureza que cabalgan incansables.
Dylan siempre vuelve engalanado con las aportaciones de su doble filo, de la ironía y gracia de sus palabras, harta malicia y sinceridad, además de las virtudes que logran que los viejos cauces de la música gabacha, ríos que parecían ya casi secos, se sientan como nuevos, revitalizados con esta lluvia de música, caminos ideales para sus mensajes de esperanza o desencanto.
El álbum Rough and Rowdy Ways, que se podría traducir como Caminos ásperos y ruidosos, abre con la tremenda “I contain multitudes” (“Yo contengo multitudes”, título genial que lo mismo indica que Dylan se considera un recipiente de los ideales de miles de almas que quien las guía y contiene su furia), arranca con fuerza, y desde allí Dylan se levanta de entre el dolor y toda la basura de nuestros tiempos oscuros como un filósofo aéreo mirando desde las alturas el pasado y el futuro, desde la gran revolución de los sesenta hasta nuestros días. Junto a “A murder most foul”, que cierra este trabajo más que decoroso del maese Bob, ambas rolas empiezan y terminan un disco plagado de referencias populares del siglo pasado y aún más atrás. Aparecen como invitados especiales muchos de sus ancestros artísticos, como Edgar Allan Poe, Shakespeare, Walt Whitman y William Blake; las sonatas de Beethoven y los nocturnos de Chopin, pero también los Rolling Stones y los Beatles, queriendo tomarnos de la mano, llevándonos hasta Ana Frank, Houdini, Marlon Brando, o Jimmy Reed, John Lee Hooker, JFK y, desde luego, Marilyn Monroe.
Esto hace de Caminos ásperos y ruidosos una obra cumbre, un atisbo a la vida extraordinaria de Dylan, una visión de su paso por el mundo, desde la lente de un narrador sin comparación.
Mientras sus simpatizantes nos adentramos en su nuevo material, invitados como testigos de los grandes cambios de la humanidad, se nos muestra un mapa panorámico de aquellos sucesos que marcaron la historia reciente, y comprometieron nuestro futuro incierto, los eventos maravillosos o sangrientos que definieron el horizonte de nuestro ayer y nuestro mañana.
Caminemos, bajo nuestro propio riesgo, por estos caminos rocosos del porvenir, acompañados por la guía experta del maese Dylan, quien con este nuevo disco nos lleva siempre adelante, a la vanguardia, dirigiendo la lokomotora siempre viva del rock and roll, y también visitando a los miserables en el cabús, jugando sin miedo al pókar con el Diablo y al ajedrez con la Muerte, apostándolo todo por el futuro de la humanidad y la supervivencia del Gran Espíritu del Cosmos y el Caos, quien habita en todos nosotros.
ÁSS