Bolívar en prosa

Bichos y parientes | Nuestros columnistas

La palabra puede liberar u oprimir más que las armas.

Simón Bolívar, retrato al óleo de Ricardo Acevedo Bernal. (Wikimedia Commons)
Julio Hubard
Ciudad de México /

Las independencias sudamericanas son mucho más interesantes que la novohispana. México no tiene ni pensadores ni autores que puedan compararse con Bello, Rodríguez, Miranda o Bolívar. Y no es menospreciar la propia historia. Al contrario: Nueva España vivía en un nivel mucho más alto de cultura y organización política, jurídica, de instituciones, en general, y eso mismo parece haber aletargado el gusto por las cosas modernas. Quizá también explique un poco la rara cosa de una lucha independentista encabezada por sacerdotes.

Como sea, el verdadero pensamiento americano inicia con unos caraqueños cuya formación calculaba el océano y miraba a París y a Londres.

Se repite que, si la pluma es de Andrés Bello, la espada es la de Simón Bolívar. Mal resumen: olvida a Simón Rodríguez, que inició el contagio liberal, y a Antonio de Miranda, la biografía más extraordinaria de todos los americanos. Por lo que hace a la espada de Bolívar, hay que decir que fue poco usada. Héroe, sí; también estratego, pero no era muy activo como combatiente, cosa en que se regodean sus biografías malquerientes: ni una herida en batalla, porque no estaba en el campo sino como observador, en puesto seguro. Pero mi reclamo a la fama pública no es sobre el Bolívar como hombre de acción sino como hombre de pluma.

Que no quede duda: Bello es el primer gran autor hispanoamericano, pero veo con reticencia, y en contra mía, que hay muchas páginas de Bolívar escritas con mejor suerte.

Y es que hay dos ritmos en la prosa del llamado Libertador: cuando se pone de autor y cuando está en una pausa entre prisas y bataholas. El autor reflexivo y dado a la pluma es ripioso, lento, engolado y, peor, megalómano. Véase “Mi delirio sobre el Chimborazo”, de 1823, durante una de las muchas cumbres de su carrera. Bolívar discute con el Dios del Tiempo: “¿cómo, ¡oh Tiempo! —respondí— no ha de desvanecerse el mísero mortal que ha subido tan alto? He pasado a todos los hombres en fortuna, porque me he elevado sobre la cabeza de todos. Yo domino la tierra con mis plantas; llego al Eterno con mis manos.” Y el Tiempo le asigna la tarea de guiar a los hombres... Es un Bolívar difícil de tragar, y se halla lejos de sus admiraciones: Plutarco, Maquiavelo, Montesquieu, Rousseau, y los estadunidenses que plagia, sin darles crédito: Jefferson, John Adams.

Es de notar otra diferencia entre Bolívar y Bello, a la hora de citar sus clásicos. Bello, hombre de letras y libros, suele citar con fuente: “Dice Plutarco...”, o “cuenta Virgilio...”, etc. En cambio, un hombre culto, pero no de vida contemplativa, como Bolívar, pasa directo al caso: habla de Catón o de Licurgo de modo directo, sin referir a Plutarco. Tiene una cierta cultura clásica, pero no está pensando en lecturas sino en recursos prácticos; no se ve a sí mismo como el autor sino como el personaje, al revés de Bello, que aspira a la estirpe de Cicerón. Bolívar sabe que su singularidad es la de biografiado, no la del biógrafo.

Bello tiene muchísimo más talento literario que Bolívar, pero su prosa (las frases largas, los adjetivos elegantes y abundantes, la conjugación verbal compleja) se ha vuelto un poco antigua, mientras que la escritura veloz, firme, seca, breve en su fraseo y con poca adjetivación de Bolívar ha sobrevivido mejor. No se gasta en formulismos, comienza sus asuntos –cartas, discursos– in medias res, de modo ágil y con esa precisión que sólo existe cuando se castiga la economía de palabras. Esa “ausencia de estilo” sobrevive mejor al cambio de gustos de los tiempos. Y pongo un ejemplo, de la “Carta de Jamaica”: “mas nosotros, que apenas conservamos vestigios de lo que en otro tiempo fue, y que por otra parte, no somos indios, ni europeos, sino una especie media entre los legítimos propietarios del país, y los usurpadores españoles; en suma, siendo nosotros americanos por nacimiento, y nuestros derechos los de Europa, tenemos que disputar estos a los del país, y que mantenernos en él contra la invasión de los invasores; así nos hallamos en el caso más extraordinario y complicado”.

Sirva para mostrar la agilidad no sólo de su escritura sino la complejidad de su pensamiento: los nuevos americanos no son ni indios nativos ni españoles sino otra cosa, que no logran entender los gobernantes populistas ni los papanatas de la “descolonización”. Y luego, la nota oscura: el mejor escritor, el de su prosa ágil y precisa, es el que dicta a sus secretarios. Un autor de primera, el dictador.

AQ

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