No existe cabeza que pueda oponerse al recuerdo, al olor de piedras húmedas entre las manos, para su contemplación o para lanzarlas como proyectil. No existe aullido de lobo que desde su origen no sea un canto a la vida, mientras que para otros seres signifique la muerte. Es así como ante la muerte, intuida en la fuerza de la piedra o la intensidad de un sonido, somos sensibles a ella. Tanto, que de pronto una mañana, en tu rostro, ante el espejo, al ver las oquedades esculpidas por el desvelo, por el cansancio, por la angustia; la muerte se muestra orgullosa ante tu mirada atónita: es tu segunda piel. Aparición esplendente de la certeza de tu fin.
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Por su cercanía es que podemos identificar la calma, la belleza, el deseo y, sobre todo, la bondad. La bondad es como una ballena, he dicho antes. Una vez vista no pasa desapercibida, tal es su belleza dual —magnitud/fragilidad— que la ciencia se acerca para murmurarte al oído cómo fue que dejó la tierra: por las amenazas reiteradas, por los colmillos hambrientos. Entonces dio la espalda a la violencia y se sumergió, cada vez más, en las profundidades del océano donde apenas asomaba el sol. En el agua aprendió a cantar. A cada ciclo de su vida, los pulmones cambiaron para adaptarse a la presión oceánica. Creció su tamaño y creció su bondad en cada inmersión; para luego regresar al sol, disfrutar el oxígeno asomando su ojo pensativo entre las olas, o con saltos extraordinarios y jubilosos. Si extraemos a la ballena del agua colapsa, se adelantaría a la decisión de la muerte que por siglos la admira, la observa, respeta su extenso vivir. Y es que la muerte acude a la ballena porque desea lo que ella guarda: el registro de los tiempos. Desde el sonido de una balsa hecha de troncos y lazos vegetales hasta su evolución a la barca de madera. El cetáceo conserva también el sonido de lanzas con punta de piedra y su evolución a metal, y una variación terrible: misiles lanzados por submarinos de guerra.
Una de las formas de la bondad humana habita no solo en el abrazo, sino en el decir. Decir lo que se necesita o debe decirse, y al hacerlo mostrar las cosas como realmente son, sin intención de vulnerar. Mas la bondad no logra limpiar esa otra mirada oportunista que engaña y se viste con su nombre, la embaucadora que se acerca a los seres de veras bondadosos y se dice para sí misma: qué ingenuidad… que ilusos, me sirven. Entonces lo bueno es una hoja que gira en el viento atrapada por la telaraña, pero el insecto no puede alimentarse de la esencia de la bondad. Ya que la persona cínica la rechaza, no cree en su poder transformador, ni en la capacidad de dar alimento/palabras que reconstruye y limpia el camino obstaculizado por zarzas para, finalmente, percibir el amanecer o la noche sin temor.
La verdad es que la bondad y la muerte dieron a luz hace miles de años al amor auténtico. No proviene de ninguna tradición, de ningún dogma. Es una incógnita para la herencia genética puesto que se expande en el cuerpo sin explicación. Quien es bondad, confía, confiará siempre ante cada suceso, ese es su sello. Pero siempre podrá dar la espalda a quien intenta, una y otra vez, lastimar, y como la ballena se alejará, crecerá con cada lección. Elegirá siempre la prerrogativa de la distancia antes que otra cosa, como un acto inconsciente pero real de respeto por el otro y por sí mismo.
Nadie enseña la bondad, la bondad nace en el alma de una persona como un gesto eterno. Estás cerca de ella y percibes su olor, su música, su deseo y alegría. Ella no representa, incluso, los arquetipos junguianos; está en otra escala. Mejor dicho, no está en ninguna, es sin razón, desconoce el método científico y las normas de etiqueta.
Podemos apreciar la bondad llevada a la pantalla en la película italiana Lazzaro Felice dirigida y escrita por Alice Rohrwacher, con fotografía de Helèn Louvart (2018) y protagonizada por Adriano Tardiolo. Este último representa la bondad. Todos solicitan su ayuda, todos la dan por sentada. Lazzaro no pretende, no aparenta, no acude al interés; se desenvuelve en un entorno ya de por sí desprotegido y explotado por el latifundio, que ahora ha mudado a tener a personas dentro de las casas como esclavos modernos que no tienen privacidad ni intimidad, están al servicio las veinticuatro horas, alejados de sus familias, de su tierra, sin independencia para ocupar su tiempo libre. En la película existe una melodía que queda prendada de la bondad. Música como la que habita en el agua, en el canto apacible. Música que habita en la fiebre que rodea a la creación bondadosa.
De acuerdo con las distintas cosmogonías, la verdad tiene una piedra angular. Hablar con la verdad, como los Ndé Lipán, en el acto de fumar, indica a quien toma la palabra, que la honrará y la vestirá de su esencia verdadera; no es más que apelar a lo bueno que habita en cada ser, es lo deseado para la otredad y en consecuencia para sí. La bondad es necesaria, la que da espacio a verdades que modifican, que crean, que le dan un espacio de igualdad a toda persona que ha huido del dolor y del exterminio cruzando mares y ríos, bañándose en su agua, para seguir adelante.
AQ