Buenos Aires en las entrañas

La guarida del viento

Jorge Luis Borges dedicó su primer libro a la ciudad porteña, su hogar reencontrado.

Jorge Luis Borges en Buenos Aires. (Archivo)
Alonso Cueto
Ciudad de México /

Un escritor escribe de aquello que lo asombra. Su ciudad, por ejemplo. Cuánto asombro, cuánto apego habrá sentido Jorge Luis Borges cuando volvió a Buenos Aires, en marzo de 1921. Por entonces, había pasado siete años fuera. A los veintiún años, era la tercera parte de su vida. La urbe se había extendido, se habían inaugurado monumentos, habían crecido los barrios y los suburbios.

Impresionado, atónito, Borges se dispuso a hacer lo que cualquier habitante que regresa. Se dedicó a caminar por sus calles, sus plazas y a contemplar sus atardeceres. A pesar de los años vividos en Europa, se dio cuenta que era un porteño. Desde su casa en el sur de Palermo, sale a caminar por el Barrio Sur, por Constitución y por otros. Por las noches va a los cafés del Bajo Belgrano. Todo ha crecido, todo es enorme, pero también han aparecido los modestos jardines y las pequeñas calles.

Tan joven, Borges es un discreto y encarnizado observador que lo asimila todo. Decide entonces escribir un libro de poesía que ha cumplido cien años. Le pone un título que refleja su estado de ánimo: Fervor en Buenos Aires. La primera edición en 1923 tiene una portada de su hermana Norah y solo se tiran trescientos ejemplares que hoy son objetos codiciados de los coleccionistas. Tenía apenas sesenta y cuatro páginas. Es su primer libro de poesía, la huella del inicio de su vida como escritor.

Hoy, cuando uno lo relee, el asombro de su autor sigue intacto, integrado a la sensualidad de sus frases. Algunas de esas frases se quedan para siempre con nosotros: “toda casa es un candelabro / donde las vidas de los hombres / arden como velas aisladas”. La alusión a las “piadosas curvas” de los árboles y la descripción en el poema “Jardín” del jardincito como “un día de fiesta en la pobreza de la tierra” es una muestra de la vocación por los escenarios modestos que caracteriza al libro. Lo mismo ocurre cuando habla del pastito precario “desesperadamente esperanzado”.

Hablando de árboles, regresa a su infancia en el poema “La Vuelta” y afirma: “mis manos han tocado los árboles como quien acaricia a alguien que duerme”. En otro pasaje se refiere a la iniciación de la tarde, según los hebreos, como la “penumbra de la paloma”.

El amor desesperado ya es un tema en su poesía: “Tu ausencia me rodea como la cuerda a la garganta, el mar al que se hunde”. Un tema aparte es el poema sobre el cementerio de La Recoleta. No en balde afirma Borges que las calles de Buenos Aires se han vuelto parte de sus “entrañas”. Se refiere a las calles más alejadas y secretas.

La ciudad de Buenos Aires, y algunas otras, seguirían siendo una obsesión para Borges. Cuando a los setenta y cuatro años le preguntaron cuál era el momento más importante de toda su vida, contestó: “Mi primer regreso a Buenos Aires”. Un tiempo antes había escrito una obra maestra sobre el tema. Este poema, llamado igual que la ciudad, incluido en El Otro, el mismo, terminaba: “No nos une el amor sino el espanto / será por eso que la quiero tanto”.

AQ

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