Cadáveres exquisitos

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En México, las madres troyanas siguen en la incansable búsqueda de sus Héctores.

Madre mexicana sosteniendo foto de su hijo desaparecido. (Archivo MILENIO)
David Toscana
Ciudad de México /

Cuando le llega a Héctor el momento de enfrentar a Aquiles, quiere hacer un pacto: “Yo no ultrajaré tu terrorífica persona en caso de que Zeus me conceda la fortaleza y yo logre quitarte la vida, sino que, tras despojarte de las ilustres armas, Aquiles, devolveré tu cadáver a los aqueos. Haz tú también lo mismo”.

El colérico Aquiles no acepta trato alguno. Luego de matar a su rival, “le taladró por detrás los tendones de ambos pies” y ató el cadáver a la caja del carro para llevárselo arrastrando. El padre de Héctor quiere de vuelta ese cuerpo muerto. “Quiero suplicar a ese hombre inicuo y brutal, a ver si respeta mi edad y se compadece de mi vejez”.

La viuda de Héctor se asoma por las murallas de la ciudad y ve que “los rápidos caballos lo arrastraban sin exequias”. La madre se mesó los cabellos y “prorrumpió en muy elevados llantos”.

Pasan los días y Aquiles continúa humillando el cadáver. Lo sigue arrastrando, aunque los dioses intervienen para mantenerlo rozagante.

Finalmente, el padre de Héctor se decide a visitar a Aquiles. Le pide que le regrese el cuerpo. Le da emotivas razones. “He osado hacer lo que ningún terrestre mortal hasta ahora: acercar a mi boca la mano del asesino de mi hijo”. El colérico y vengativo Aquiles acaba por conmoverse, además de estar admirado, pues “te has atrevido a venir solo a las naves de los aqueos para ponerte a la vista del hombre que a muchos y valerosos hijos tuyos ha despojado”. Si bien no todo es compasión, pues el dolido padre ha de pagar un cuantioso tesoro a cambio del cadáver de su hijo.

Ese cuerpo sin vida es tan significativo para troyanos y aqueos que la guerra se interrumpe durante doce días para que se celebren los ritos mortuorios. Es tan significativo para la Ilíada que el último de los versos dice: “Así celebraron los funerales de Héctor, domador de caballos”.

Un cadáver, unos huesos no son poca cosa. También podemos leerlo en El general del ejército muerto, de Ismaíl Kadaré. Tras veinte años de terminada la guerra, un general recibe la comisión de ir a Albania a desenterrar y traer a casa a cientos o miles de soldados muertos en territorio albanés. “Miles de madres esperaban en su país el regreso de los restos de sus hijos. Él se los devolvería, llevaría a término su alta y sagrada misión. No escatimaría nada. Ninguno de los caídos debía ser olvidado, ni uno solo quedaría en tierra extranjera”.

Sin duda Kadaré pensaba en el cadáver de Héctor, pues su general estaba consciente de que “había en su tarea algo de la majestad de los griegos y los troyanos, de la magnificencia de los funerales homéricos”.

Brindo por las madres troyanas de México en busca de sus Héctores.

AQ

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