@Sobreperdonar
El surrealismo es el movimiento de vanguardia artística más articulado y de mayor influencia en la primera mitad del siglo XX. Si bien el surrealismo responde a un extendido clima de la cultura y en su trayecto confluyen algunos de los mayores talentos de su época, su inventor, mentor y administrador indiscutible es André Breton (1896-1966). El libro de Mark Polizzotti, Revolución de la mente. La vida de André Breton (FCE-Turner, 2009), permite rescatar la figura humana y artística opacada por la figura petrificada del líder y, a veces, dictador artístico.
Con detalle pero al mismo tiempo con amena fluidez, Polizzotti narra la biografía del niño solitario y reprimido que, en la juventud, inventará una vanguardia para recuperar la infancia perdida; del utopista impulsor de un arte total que, sin embargo, reniega de su propia utopía para conservar su libertad. El surrealismo bretoniano rebasa, con mucho, lo literario, pues busca revolucionar la conciencia y el concepto de libertad y ejerce influencia en las más distintas disciplinas. Si todas las vanguardias tienen un componente vitalista, el surrealismo de Breton es la que propone de manera más explícita el objetivo de cambiar la existencia. Como se señala en el primer manifiesto surrealista: “Cambiar la vida, dijo Rimbaud, transformar el mundo, exigió Marx. Para los surrealistas estas dos consignas son una sola”. En efecto, el surrealismo de Breton busca reconocer la fuerza libidinal, lo onírico, lo lúdico, lo intuitivo e irracional como elementos de una nueva sociabilidad, en la que el individuo sea capaz de establecer relaciones más auténticas. Este movimiento representa la aspiración a la unidad ideal entre la infancia y la adultez, entre la vigilia y el sueño, entre el rigor y la improvisación. Su ideario comprende no solo la concientización a través del arte sino la militancia revolucionaria y busca combinar el mayor grado de libertad individual con la emancipación social. De hecho, para Breton la raíz de la revolución debe ser estética y, en su momento, pone la energía de su movimiento al servicio del marxismo y del régimen soviético que lo representa. Por supuesto, debido a sus diferencias sustanciales (el culto a la razón contra el culto a lo irracional, la prescripción de un camino único contra la búsqueda de una revolución visionaria), el idilio del surrealismo bretoniano con el estalinismo es muy corto. Después de la entusiasta adhesión de 1927, vino la ruptura de 1935 y la conversión de Breton a la audaz crítica del totalitarismo. El rechazo al dictado del partido es el momento culminante en la vida artística de Breton y, también, el comienzo del declive de su influencia. El poeta que aspiró a unir arte y política es repudiado por muchos antiguos compañeros, elige un controvertido exilio y regresa a su país para terminar su vida como un profeta avejentado que trata de armonizar el férreo control de sus menguados fieles con su juvenil culto a la libertad.