Quizá por eso nací
donde los rayos solares
me mirasen de hito en hito,
no bizcos como a otras partes.
Sor Juana Inés de la Cruz
Se dice que naciste un 12 de noviembre.
Me gusta pensar que fue en 1651
no obstante que el acta de Chimalhuacán
registre a una niña Inés en 1648.
¿Quién puede asegurar que tu nombre de pila
sea Juana Inés, aunque así haya aparecido en 1667?
Dudas hay en tu nombre, Juana Ramírez,
Juana de Asuaje, Juana Ramírez de Asuaje;
pero ninguna hay en tu linaje,
que comenzó contigo misma y siempre lo supiste,
Fénix de México, ave sin par,
nuestra única Décima Musa, máxima criatura:
“Érase una niña/ como digo a usté
… dizque supo mucho
aunque era mujer
… Porque, como dizque dice no sé quién,
ellas sólo saben hilar y coser”.
Traviesa, te veo ir a la de Amigas.
Cerrando un ojo, das cuenta de que ya sabes leer.
¿Seguías en San Miguel Nepantla?
O a lo mejor ya estabas en Panoaya,
caminando con tus hermanas y con Isabel, tu madre,
allá por las orillas de Amecameca.
Decidida, dejas de comer queso.
Sacrificada, te cortas el cabello.
Sedienta, bebes las letras de los libros de tu abuelo.
Y te ganas tu primer libro con una loa.
¿La firmaste como Juana Inés?
¿La firmaste?
De Amecameca, y muy chiquita aún,
te llevaron a la capital de la Nueva España.
“Se admiraban de la memoria y noticias que tenía
en edad que parecía que apenas había tenido tiempo
para aprender a hablar”.
¿De casa de tus tíos a la corte palaciega?
¿Y por qué no? Entraste de carmelita.
Tu (frágil) salud te devolvió al mundo.
¿En dónde estarías durante esos tres meses?
¿O fueron menos?
San Jerónimo abrió sus puertas.
Era febrero de 1668 (¿o entraste antes?).
El toque de campanas
anunció el hábito de bendición.
Juana Inés de novicia corista.
Y un año después, luminarias, alegría:
Sor Juana Inés, monja de velo negro:
¡24 de febrero de 1669!
Se afinan las campanas, repican y cantan por ti.
Portera, tornera, tesorera, archivista.
En la cocina haciendo potajes de miel.
Escribiendo a altas horas de la noche:
“Nocturna mas no funesta
de noche mi pluma escribe”.
Ya eras famosa por villanciquera.
Y escribiste una oración religiosa y un rosario de quince misterios.
El cabildo (casi) en pleno
votó por tu gran Neptuno Alegórico.
Y también votaron para que se te pagaran 200 pesos en oro:
“Esta grandeza que usa
conmigo vuestra grandeza
le está bien a mi pobreza
pero muy mal a mi musa”.
Noviembre de 1680:
tu fama en la puerta grande de la Catedral Metropolitana.
Tu arco, gran arca triunfal.
¿Qué habrás sentido?
Las puertas palaciegas de nuevo abiertas para ti.
Y como la jerónima no podía ir a palacio, el palacio iba a San Jerónimo.
¡Qué años, Sor Juana!
El broche de oro de Inundación Castálida los cerró desde Madrid: 1689.
Un año después —1690— El Divino Narciso.
Y en 1692, tu Segundo volumen en Sevilla.
Y entre verbos y mil versos, tu Primero Sueño
con tu firma sorjuanina, de un despertar de aves:
“El mundo iluminado
y yo despierta”.
Pero querían de ti más escritos sagrados.
Entonces, te reafirmaste como teóloga
y te luciste con la Crisis sobre un sermón.
Dentro y fuera de la Iglesia te admiraron
y defendieron cuando con su fe de erratas
aquel Soldado atacó, te atacó.
Sin embargo, ese mismo año —1691— y el próximo —1692—
seguiste destellando en imprentas de España y de la Nueva España.
Todo siguió como antes, pero ya un cambio se acercaba
en tu vida y en tu obra.
Núñez te quería muerta al mundo y pronto diría de ti:
“no corre en la virtud sino es que vuela”.
Y sí, volabas poéticamente en alas de papel.
De Aguiar y Seixas no nos consta hasta el momento nada; sí y no.
Fernández de Santa Cruz tomó la palabra para el convencimiento.
Pudo hablar de tú a tú, contigo, Juana Inés,
aunque sus primeras líneas las hizo pasar como de Filotea.
Reconocía tu genio y la claridad de tu entendimiento,
mientras te pedía que mudaras la materia de tus escritos.
Tú, quien tuvo el privilegio de la libertad y la razón,
que trazaste con tu Respuesta el recorrido de tu vida,
y que con tu pluma firmaste el cielo de la fama.
¿Qué pasó poco antes de enfermarte?
¿Donaste por tu propia voluntad tus libros?
¿Qué hiciste con el archivo de tu corazón?
Ahora me parece que te fuiste convenciendo
y la fragilidad de tu salud aprobó tu decisión.
¿De la farándula literaria a la plegaria religiosa?
Habías profesado en febrero de 1669
y ratificaste el voto en febrero de 1694.
Casi 25 años después.
Rotunda lo firma tu sangre:
“La peor del mundo”.
Y un golpe seco se oye en tu celda: la mejor.
El aleteo de tus hojas deletrea la palabra
que se esconde y aparece en el metro de tus versos
y en la fidelidad de la prosa de tu respuesta.
Y sin dejar atrás enigmas y romances, llegaste a 1695.
Tu genio, Sor Juana, contigo hasta el último momento.
Ese domingo 17 de abril el día amaneció de noche.
La ciudad oraba por tu salud
y las campanas doblaron para ti.
Era domingo 17 de abril de 1695.
Y cada 12 de noviembre y cada 17 de abril
—a más de trescientos años de tu nacimiento y de tu muerte—
esas mismas campanas
ya no doblan, querida Juana Inés,
sino tocan y seguirán tocando por ti.