Una carta inédita del joven abogado Ramón López Velarde

Memoria

El hallazgo de este documento arroja luz sobre un pasaje de la biografía del poeta zacatecano y su colaboración con el gobierno de Madero.

En 2021 se cumple el centenario luctuoso de Ramón López Velarde.
Ernesto Lumbreras
Ciudad de México /

Con el furor de militante maderista de la primera hora, Ramón López Velarde obtiene el título de abogado el 31 de octubre de 1911, avalado por el Supremo Tribunal de Justicia de San Luis Potosí. En unos días más, el lunes 6 de noviembre, Francisco I. Madero recibirá la banda presidencial en la Ciudad de México. ¿Por qué no se encuentra entre las multitudes que ovacionan al político de Parras, a su héroe cívico quien puso fin a la dictadura de Porfirio Díaz? En lugar de sumarse al acontecimiento de la vida nacional —al carro de la historia se diría pomposamente—, el poeta ha decidido retirarse de los centros de poder y se recluye en el pueblo de Venado a donde marcha en calidad de juez de Primera Instancia. En ese oasis del desierto potosino, al norte de la capital del Estado, en poco tiempo se integrará a la vida doméstica de sus habitantes mientras ejerce “una justicia salomónica” en un enclave “bajo el que hierven creencias irreconciliables, próximas a estallar”. (1)

En ese pueblo de nogaleras, de ojo de agua y atarjea cantarina, de doncellas coquetas, el zacatecano estuvo siempre atento al devenir del estrenado gobierno de Madero según lo manifiestan las tres cartas que remite a Eduardo J. Correa donde, frente al escepticismo de su corresponsal, rompe lanzas una y otra a favor del llamado apóstol de la democracia. También, frente a los primeros avatares de su gestión, se mantiene optimista. ¿Lejos del epicentro político, el flamante abogado espera el llamado del presidente de México o de alguno de sus colaboradores? Los artículos enviados a El Regional en esos días, “El triunfo del licenciado Pino” publicado el 10 de noviembre y otro sobre el ex presidente De la Barra, extraviado o no reproducido en las páginas del diario tapatío, corroboran su fe y compromiso con la cruzada maderista. En tales coordenadas, es contradictorio su apasionamiento político recluido en las horas densas del tedio pueblerino. Lo es todavía más porque su condiscípulo de la escuela de leyes, Pedro Antonio de los Santos, se codea con la crema y nata del nuevo régimen. En junio de 1911, mientras el doctor Rafael Cepeda ocupaba la gubernatura potosina, su compañero fungía como secretario general de gobierno; en poco tiempo, la rivalidad entre estas figuras que colaboraron en la campaña de Madero se tornará áspera e irreconciliable. Llegado el momento, López Velarde tomará partido por De los Santos y atacará sistemáticamente a “Cepedita” en las páginas de La Nación a partir de junio de 1912. Con tal alfil en los corredores de Palacio Nacional y del Castillo de Chapultepec, pareciera que “el exilio interior” de López Velarde en Venado es una absurda penitencia de los hados chocarreros del destino.

Sin ceder a ninguno de “los polos mentales” de la localidad representados por un vendedor de ropa y por el Administrador del Timbre —deseosos de contar en sus filas con el juez recién llegado—, el poeta arrancaba, entre abúlico y resignado, las hojas del calendario de los días de noviembre y diciembre de 1911 y de los de enero de 1912. Finalmente, un día de agujas de hielo en el viento de Venado, llegó el telegrama o la carta donde urgía su presencia en la capital. Con euforia y curiosidad, despachó sus asuntos de la oficina, hizo su maleta y tomó el tren rumbo a la Ciudad de México —con escala obligada en San Luis Potosí— para recibir el nombramiento de Secretario interino del Juzgado quinto menor según noticia publicada por El Tiempo el domingo 4 de febrero de 1912. Quien movió esos hilos, se sabe, fue Pedro Antonio de los Santos, desconociendo con toda seguridad qué cargo ofrecerían al amigo. En efecto, el puesto resultó de quinta categoría. No obstante, aceptó la encomienda. Recomendada, tal vez por su condiscípulo del Instituto de Ciencias de Aguascalientes, Pedro de Alba, contrataría una casa de asistencia en la primera de Dolores número 9; su amigo estaba por graduarse de médico en el Colegio Militar y se convertiría en su cicerone estelar a la hora de caminar y descubrir la urbe del Anáhuac. Ordenada su futura estancia, regresaría a Venado para concluir sus últimos pendientes. Decepcionado y confuso por las migajas del festín, tomaría como una prueba de fuego su situación profesional sin cuestionar en absoluto, todo lo contrario, las empresas y tribulaciones del nuevo gobierno.

En las Memorias de Pedro Antonio Santos Santos, padre de Pedro Antonio y Samuel de los Santos, documento exhumado en 1990, el autor refiere que el presidente Madero llamó al inicio de su mandato al primero de sus hijos para que se integrara a su gobierno en calidad de consejero. Para cumplir con sus servicios, el político potosino —anota el memorioso progenitor— instaló “su bufete en la calle de Gante número uno, en cuyo despacho tenía empleados a los señores licenciados Ramón López Velarde y Julián Ramírez Martínez”.(2)

Dado que las Memorias se redactaron pocos meses después del asesinato de Pedro Antonio de los Santos, el 31 de julio de 1913, en su natal Tampamolón, pueblo de la Huasteca potosina, el testimonio es del todo confiable. Con esta fuente de trabajo adicional, el poeta afrontará mejor su economía y la de su hermano Jesús quien se ha traslado a la Ciudad de México para continuar sus estudios de medicina cursados inicialmente en San Luis Potosí. El sueldo en el juzgado capitalino, por lo que refiere en la carta de su renuncia, fechada el 5 de mayo de 1912, era modesto, insuficiente para sufragar el gasto diario de los dos hermanos, como impensable para desprenderse de unos pesos y remitirlos a Jerez en apoyo de su familia amparada por los tíos maternos. Para colmo, una de las faenas habituales del puesto consistía en levantar el acta in situ, en la vivienda de los inquilinos morosos, a los que había que desalojar, rematando a veces sus pertenencias o simplemente lanzadas a la vía pública.(3)

Cuando tuvo la certeza de que su amigo y mentor Eduardo J. Correa dejaba la dirección de El Regional para mudarse a la capital con la intención de fundar La Nación, seguramente redactó de su puño y letra la carta de renuncia al juzgado. En esa apretada cuartilla —hombre institucional al fin al cabo—, agradece la confianza del presidente por el nombramiento pero no se reserva manifestar que “Por no convenir a mis intereses económicos” se separa de su cargo (4). Efectivamente, con el apoyo del Partido Católico Nacional, Correa se instala en la misma casa de huéspedes de López Velarde y prepara el terreno para lanzar el nuevo periódico que habrá de dirigir hasta agosto de 1913 (5). Desde el primer número de La Nación, la edición del 1 de junio de 1912, la pluma velardeana estará muy presente en sus páginas hasta su última entrega del 7 de febrero de 1913, la víspera de la Decena Trágica (6). Editoriales, artículos de política regional, notas bibliográficas y textos literarios —firmados con su nombre o con seudónimo— sumarán 192 colaboraciones según las cuentas de Luis Mario Schneider referidas en el prólogo de Ramón López Velarde en La Nación. Desde esa trinchera periodística, sin resabio de amargura por el trato del gobierno en relación al cargo al que acababa de renunciar, el escritor zacatecano reafirmó sus convicciones maderistas y salió a la defensa de su héroe combatiendo los frentes enemigos que, día a día, se integraban bajo el afán común de derrocar a Madero.

La renuncia velardeana


El centenario de la muerte del autor de Zozobra trajo nuevas lecturas a la obra de nuestro clásico moderno. También permitió explorar archivos públicos y privados a la búsqueda de pasajes inéditos o poco conocidos en la biografía del poeta. El hallazgo de la carta manuscrita y firmada por Ramón López Velarde que hoy compartimos tiene varios méritos. Es una pieza valiosa en sí misma, pero también, un documento histórico que define con precisión la fecha de arribo del joven escritor a la Ciudad de México a partir de su nombramiento en un juzgado de la capital. Pero también da luces en torno de su colaboración modesta —y ciertamente ingrata— con el gobierno de Madero, lo que por otra parte resalta todavía más sus férreas convicciones con el movimiento político y social del maderismo. Agradecemos la confianza del Archivo Histórico de la Ciudad de México, de manera especial a su director Juan Gerardo López quien, en colaboración de su equipo, localizaron la carta de renuncia velardeana, la cual, llegado el momento deberá integrarse en la próxima edición de las obras del jerezano.



1“La provincia mental”, Obras de RLV, FCE, segunda edición, México, 1994. p. 424

2. Memorias, Pedro Antonio Santos Santos, Introducción, transcripción y notas de María Isabel Monroy Castillo, Editorial Ponciano Arriaga-Gobierno de San Luis Potosí, tercera edición, 2011, p. 103.

3. Dice Jesús López Velarde: “De recién llegado, Ramón fue a visitar a don Francisco I. Madero; lo encontró en el ascensor de Palacio. De aquella entrevista resultó que lo nombrara actuario de un juzgado; cargo que desempeñó por poco tiempo, dado que su temperamento no le permitía lanzar a las personas y quitarles sus pertenencias. “Ramón López Velarde. Sus rostros desconocidos”, Guadalupe Appendini, FCE, México, segunda edición, 1990, p. 18.

4. El Secretario de Justicia que refiere el documento es el licenciado Manuel Vázquez Tagle quien acompañó a Madero en toda su gestión, del 6 de noviembre de 1911 al 18 de febrero de 1913.

5. Anota el propio Correa en páginas autobiográficas sobre el ofrecimiento de la dirección del diario: “no sé si en vistas del éxito que yo estaba teniendo con El Regional o como medio para evitar el compromiso con los que aspiraban a su dirección, me la ofreció Mons. Mora y del Río, pues la pretendían los licenciados José Elguero, Francisco de P. García, Victorianos Agüeros, Alejandro Villaseñor y Villaseñor y don Trinidad Sánchez Santos”. Autobiografía íntima, Eduardo J. Correa.

6. En el número inaugural de La Nación entregará la primera versión del poema “A tus ventanas”, dedicado a su condiscípulo del Instituto Científico y Literario de San Luis Potosí, Artemio de Valle Arizpe y la columna “Adiós a la Legislatura” firmado con el seudónimo de Marcelo Estebanez.

ÁSS

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